Entre la agonía y el éxtasis: ¿La crisis final del neoliberalismo?


La globalización, que en las últimas décadas prometió un mundo interconectado y próspero, enfrenta hoy una profunda crisis. El modelo basado en la liberalización de los mercados, la deslocalización de la producción y la expansión sin restricciones del capital ha revelado sus limitaciones.


La creciente desigualdad, la precarización laboral, la destrucción ambiental y la pérdida de soberanía económica de muchos países han puesto en evidencia las contradicciones del sistema globalizado.

Además, las crisis recurrentes —financieras, bélicas, sanitarias y ambientales— han demostrado que la interdependencia económica también implica una vulnerabilidad compartida. A medida que las potencias buscan asegurar sus intereses estratégicos y las tensiones geopolíticas se intensifican, la promesa de un mundo feliz bajo el signo de la globalización se desmorona, dejando en su lugar un escenario de fragmentación y competencia feroz, donde los antiguos equilibrios de poder se reconfiguran en un contexto de caos global.

La llegada de figuras disruptivas como Donald Trump,  Javier Milei,  Jair Bolsonaro o movimientos de ultra derecha en Europa, con mensajes racistas, anti inmigración, anti comunidad, son los ejemplos más llamativos de esta crisis del neoliberalismo.

Como decíamos esta crisis, de dimensiones económicas, ambientales y sociales, y que se fue intensificando con la revolución tecnológica, llevó al colapso al pacto politico social que rigió en las  décadas anteriores.

La situación actual no solo muestra el declive del neoliberalismo como ideología dominante,  sino ademas  la incapacidad de las alternativas populares – progresistas para consolidar un proyecto que supere los actuales paradigmas.

Neoliberalismo: Origen y Evolución

El neoliberalismo nace en la década de 1970 como una respuesta a las crisis del capitalismo tradicional. Enfrentando la incapacidad del sistema para generar mayores ganancias, los estrategas del neoliberalismo propusieron profundizarlo mediante la globalización, la desregulación de los mercados, el libre flujo de capitales, la financiarización de la economía, la flexibilización laboral y la reducción del Estado.

Inicialmente, este enfoque fue percibido como exitoso. Pensadores como Francis Fukuyama proclamaron «el fin de la historia» ante lo que consideraban la victoria definitiva del capitalismo financiero tras la caída del Muro de Berlín y el colapso del bloque socialista.

Sin embargo, lejos de traer prosperidad universal, las políticas neoliberales promovieron una concentración sin precedentes de la riqueza, ampliando la desigualdad entre ricos y pobres. Según la OCDE, las diferencias de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre de la población en los países industrializados se incrementaron significativamente desde finales del siglo XX hasta la pandemia del 2020. Esta última profundizó las desigualdades y puso en duda las bases del neoliberalismo.

La pandemia de COVID-19: Catalizador de la crisis

El 2020 marcó un punto de inflexión con la pandemia del COVID-19. La gestión de la emergencia sanitaria evidenció la necesidad de una fuerte presencia estatal para enfrentar la crisis sanitaria, sostener la economía y desarrollar vacunas. Esta realidad chocó frontalmente con la idea del «Estado mínimo» pregonada por el neoliberalismo, deslegitimando sus principios en el contexto de una crisis global que afectaba a todas las capas de la sociedad.

A pesar del papel esencial que jugaron los Estados, al finalizar la emergencia, muchos gobiernos que tomaron decisiones cruciales para contener la pandemia fueron castigados electoralmente.

La narrativa antiestatal fue abrazada por sectores de la derecha, que supieron canalizar el descontento popular hacia un discurso de odio hacia las élites políticas y una nostalgia por un pasado idealizado. En Argentina, este fenómeno tomó forma en una figura outsider, cuyo discurso radicalmente liberal encontró eco en una sociedad desgastada por crisis económicas recurrentes.

Deuda y neoliberalismo: Una historia recurrente

En Argentina, la historia reciente está marcada por un ciclo de endeudamiento recurrente. Desde la dictadura militar de los años 70, que introdujo el neoliberalismo con represión y violencia, hasta los gobiernos democráticos que renovaron acuerdos con el FMI en los años 90 y a partir de 2015, el país ha sido un laboratorio de políticas neoliberales.

La deuda externa fue utilizada como herramienta de disciplinamiento, sometiendo al país a las exigencias de organismos internacionales y limitando la autonomía de los gobiernos.

En este contexto, la gestión de Mauricio Macri (2015-2019) volvió a subordinar la política económica argentina a las directrices del FMI, iniciando un ciclo que continuó con el gobierno de Alberto Fernández, que no pudo dar respuestas a esta situación.

La sequía histórica que afectó a la economía argentina en 2023 solo agravó una situación económica ya debilitada, creando el terreno fértil para la aparición  de un emergente, que prometía una solución radical a las crisis mediante la profundización del modelo neoliberal.

Fascismo y neoliberalismo: Una burguesía asustada

El ascenso de Javier Milei y figuras afines en otras partes del mundo responde a una dinámica histórica clara: el fascismo surge como la expresión de una burguesía asustada, que ante la perdida de su hegemonía económica, se refugia en el autoritarismo y en un discurso de violencia  y odio.

Lo paradójico de la situación actual es que, frente a la evidente crisis del neoliberalismo, la respuesta política hegemónica es más liberalismo pero con más autoritarismo. El miedo a perder el control de un sistema que ya no garantiza su posicionamiento hegemónico ha empujado a sectores de poder a abrazar modelos políticos cada vez más extremos, que promueven un disciplinamiento social sin concesiones.

El proyecto anarcocapitalista de Javier Milei

Milei representa una versión extrema del neoliberalismo, inspirada en las teorías de la Escuela Austriaca, que aboga por la eliminación del Estado y la glorificación del mercado como único regulador social. Su ideario combina un rechazo a la justicia social con una exaltación del individualismo y la propiedad privada. A eso le suma un discurso agresivo y un desprecio por la política tradicional y por las formas de la democracia. Lo paradójico  y grave es que estas ideas y formas  han logrado captar el apoyo de una parte importante del electorado argentino.

Como decíamos este fenómeno no es exclusivo de Argentina; la ultraderecha también ha ganado fuerza en Estados Unidos, Brasil y Europa, alimentada por una narrativa que mezcla nostalgia por un pasado idealizado con la promesa de un futuro libertario libre de restricciones estatales. Sin embargo, los resultados a nivel global muestran que estas experiencias de radicalización neoliberal terminan profundizando las desigualdades y polarizando aún más a las sociedades.

Hacia nuevas alternativas: Los desafíos del progresismo

El neoliberalismo global necesita sostener su modelo extrativista y apropiador de recursos para maximizar sus ganancias, pero hacerlo implica dejar de lado las formas democráticas y reemplazarlas por regímenes autoritarios que disciplinen a la sociedad.

América Latina, con sus experiencias recientes, ofrece lecciones sobre la importancia de construir alternativas que incluyan a las grandes mayorías y no al poder económico concentrado. La resistencia a la ultra derecha se encuentra en movimientos sociales de base, que proponen nuevas formas de organización política y social. El feminismo, el ambientalismo y los movimientos por la justicia social han cobrado protagonismo, desafiando a la política tradicional y buscando reconstruir la confianza en la democracia. Frente a la narrativa violenta de la derecha, estas iniciativas apuestan por la cooperación, la empatía y la solidaridad.

Un sistema en agonía

La crisis del neoliberalismo ha dado lugar a la emergencia de movimientos de ultra derecha que intentan resucitar el sistema a través de su versión más radical. No obstante, las constantes crisis económicas, sociales y ambientales demuestran la insostenibilidad de este modelo. América Latina, con sus experiencias recientes, ofrece lecciones sobre la importancia de construir alternativas que privilegian a las grandes mayorías y no al poder económico concentrado.

La democracia necesita ser repensada y ampliada, y los nuevos acuerdos sociales deben estar basados en la participación ciudadana, los intereses soberanos, la justicia social y la sostenibilidad. La lucha no es solo por el futuro de la región, sino por el porvenir de un sistema que, en su agonía, podría destruir las bases mismas de la convivencia democrática.

AM