ARGENTINA: DEL SUEÑO INDUSTRIAL A LA PESADILLA MILEISTA

A sus Pymes también le declararon la guerra y enfrentan de nuevo la amenaza del cierre.  por Néstor Restivo* – Tektónikos


“Hay más chances de que el programa Milei se estabilice de que se caiga rápido. Con eso no quiero decir que dure lo que sea de tiempo, nadie lo sabe. Lo que digo es que, al menos en lo industrial, el programa puede durar apenas 2 años (o menos o más, nadie sabe), pero el daño dura 20”, dice un fabricante mediano de productos electrónicos.

“No me eche, déjeme en la planta, aunque sea pagándome la mitad del sueldo”, le ruega un empleado a otro industrial desconsolado, un textil que supo tener cientos de trabajadores en su establecimiento.

“Le muestro a un colega datos duros de lo que hacen Estados Unidos y otros países desarrollados para, a través del Estado y políticas públicas, defender, subsidiar, promover sus industrias, y me responde: ‘Aunque me muestres esos datos, no voy a cambiar de forma de pensar’. Así, él defiende las políticas ultraliberales del gobierno, que nos está destrozando; perdimos esa batalla cultural: los prejuicios valen más que la realidad”, agrega otro exponente de las pequeñas y medianas empresas argentinas (Pymes), en su caso, proveedor de la industria petrolera.

Hace alrededor de un siglo, el tiempo exacto antes del cual ha dicho quiere regresar el presidente Javier Milei, la Argentina pastoril comenzó a pensar un futuro industrial, en parte como producto de la crisis mundial de los años ’30 y el cierre de los mercados, que habían sido el fuerte para que una pequeña oligarquía agroexportadora sostenida en un régimen político corrupto y antidemocrático se enriqueciera y tuviera un poderoso puerto y una hermosísima ciudad (que no un país). El país empezó entonces su camino industrialista, también la expansión de derechos, y eso lo llevó a ser todavía hoy, pese a tantos períodos de políticas en contra, uno de los únicos dos grandes de Sudamérica con vocación fabril, junto con Brasil, mientras el resto en general se acomodó y se acomoda a una gramática librecambista importadora, que resulta, a lo largo de décadas, en países con, en el mejor de los casos, “la macro bien ordenada”, pero con enormes desigualdades sociales.

La electrónica de Argentina, sus programas nucleares y aeroespaciales, la siderurgia, los astilleros, el sector energético, más recientemente el sector del conocimiento, entre tantos, han sido vanguardia regional, muchas veces incluso referencia mundial, y tantas otras truncados por desinteligencias internas y presiones extranjeras, como por ejemplo las que Estados Unidos puso contra los proyectos aeronáuticos Pulqui en los años 50, el proyecto tecnológico militar Cóndor tres décadas después o, ahora, el desarrollo atómico.

La dictadura de 1976/83, los gobiernos de Carlos Menem (1989/99) y de Mauricio Macri (2015/19) y desde fines de 2023 el de Javier Milei, que apenas lleva cuatro meses, fueron completamente disruptivos del desarrollo nacional y de sumisión a poderes económicos concentrados y mayormente extranjeros. Para Guillermo Freund, que preside el Centro Tecnológico Metalúrgico de la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina (ADIMRA), “hay un hilo rector entre todas esas experiencias neoliberales, y también diferencias. Con la dictadura había contradicciones, porque incluso dentro de las Fuerzas Armadas hubo alguna línea con pensamiento nacional estratégico, en acero, petróleo. Eso se rompió con Menem. Y Macri básicamente vino a hacer un plan de negocios. En cambio, el gobierno de Javier Milei cree tener una misión, van por ARSAT (satélites), la CNEA (energía nuclear), incluso contrarían posturas históricas sobre nuestras Islas Malvinas, es distinto a todo lo anterior. Este gobierno sigue una filosofía o ideología que en realidad se asocia a intereses mucho más grandes, donde las pymes no estamos”.

“Ni la dictadura, con su ministro José Alfredo Martínez de Hoz, se animó a tanto”, completa Sergio Echebarrena, ex presidente de la Cámara Argentina de Proveedores de la Industria Petro-Energética (CAPIPE) y dueño de una Pyme de insumos para el sector. Salvo excepciones, dice, en las pequeñas y medianas empresas de su área cunde un pensamiento que reproduce el de las grandes compañías respecto de la cuestión fiscal, el rol del Estado, la seguridad jurídica o incluso el ordenamiento mundial. “Están dispuestos a pagar un costo por este ‘cambio’ que traería Milei, sin entender que es suicida, que al cabo quedarán afuera. Y los más grandes también pagan un costo, pero lo toman como una inversión a futuro en el cual, ellos sí, los menos, pueden llegar a estar mejor. Básicamente, quieren que el Estado no busque orientar, disciplinar, intervenir, que es lo que hicieron todos los países del mundo que se industrializaron. Si vemos cualquier desarrollo tecnológico de vanguardia, el que empezó fue el Estado”.

En el caso textil –se suma Rodolfo Liberman, propietario de una de laos mayores plantas del país en tinturas, en el industrial distrito San Martín de la provincia de Buenos Aires–, “eso es tan así que por ejemplo la industria textil estadounidense tiene como uno de sus grandes clientes al propio Ejército”. Liberman, también titular del Comité Ejecutivo de Investigaciones Textiles en el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) y vicepresidente segundo de la Asamblea de las Pymes (APYME) no cita a las Fuerzas Armadas de EE.UU. de casualidad, ya que entiende que “ellos (sea lo que ‘ellos’ signifique, desde la generala del Comando Sur Laura Richardson con sus patrullajes sobre Argentina y el resto de Latinoamérica hasta Milei, o los grupos económicos y financieros que hay detrás) quieren una Argentina agropecuaria, sus recursos naturales, el petróleo y la minería en crudo, el agua, y es a esos sectores a los únicos que se busca favorecer”. Para eso, claro, necesitan una mano de obra muy barata. Sigue el empresario textil: “Por eso destruyen los salarios, que con Macri habían caído 20%, el deterioro siguió con Alberto Fernández y ahora en tan poco tiempo mucho más. Y eso genera la caída de la demanda que nos está haciendo achicarnos hasta quién sabe cuánto. Yo ya casi voy a la quiebra en el 2000, en el final de una de las experiencias neoliberales”. Echebarrena completa: “Para un país así sobran 20 o 30 millones de argentinos”.

El discurso hoy dominante echa toda la culpa de los problemas argentinos (su inflación consuetudinaria, el endeudamiento) a la “casta política” y al frente fiscal, cuando prácticamente todos los países industrializados tienen déficit presupuestario, y mayores a los de Argentina, tanto como deudas colosales, empezando por el que luce la mayor economía global. Y ese discurso de la derecha criolla, como el de las nuevas y envalentonadas derechas radicales del mundo, dicen que el remedio es dinamitar el Estado (al que el capital recurre todo el tiempo para protegerse y reproducirse, incluso haciendo políticas no antiestatales, sino usando al Estado para su beneficio). En el nuevo organigrama de la administración pública que fijó Milei hay una parálisis porque ni siquiera, todavía hoy, completaron los cargos ni las firmas. Dicen que el Estado, que ciertamente tiene mucho para mejorar, no sirve y ellos mismos, así, lo hacen inservible. Pero la conducción estatal ha sido la clave del desarrollo en todas y cada una de las experiencias mundiales, sin negar el rol que luego aporta el sector privado.

Piénsese en el caso de la energía, insumo fundamental de un proceso productivo virtuoso. Según el Banco Mundial, EE.UU. es el país que más subsidia ese sector con más de 2.000 dólares por año/cápita. Luego le siguen Australia, Alemania, Israel, Japón, Rusia…. Argentina figura recién en el número 68, habiendo llegado al pico de 400 dólares por año/cápita durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, hace diez años, un gobierno al que se acusaba de despilfarro en materia de subsidios a la energía.

Asimismo, y siguiendo con el país cuyo marco económico más dicen admirar los actuales funcionarios, el Departamento de Comercio de EE.UU. suele hacer informes sectoriales y en ellos pregunta, por ejemplo, se cita textual, “qué necesita” cada sector, “qué dificultades tiene” para proveer de sus productos al Estado (el famoso capítulo de “compras nacionales”, que cuando se negocia un tratado de “libre comercio” los grandes países quieren quebrarle al país más débil), “qué países son sus principales competidores” y otras requisitorias a partir de cuyas respuestas elaboran políticas industriales (que nunca son neutrales: siempre y en todo lugar se hacen políticas industriales, a favor o en contra).

En los países del Asia que hicieron sus “milagros”, el Estado directamente obliga, en muchos países, a reinvertir ganancias en el país. Y en los casos donde el Estado es aún más poderoso, como en China, que así ha llegado a ser la segunda economía del mundo, el disciplinamiento del empresariado que abusa de su poder es puesto en caja (o en la cárcel) ipso facto.

Lejos de ello, el gran empresario, o al menos así se lo llama, en Argentina, y en otros países de la periferia, siente que el Estado no debe imponerle nada, aunque cuando tuvo políticas activas les permite ganar más dinero que en los ciclos liberales, cuando siempre pierden o ganan menos; pretenden que se les cobre lo menos posible de impuestos (en proporción relativa, las Pymes pagan más sobre ganancias, porque las grandes fijan domicilio en guaridas fiscales), y su deporte favorito es acumular, dolarizar y fugar (un acto que para Milei es de “héroe”, porque burla al Estado, según dijo textualmente ante empresarios millonarios estos días). Todo lo cual redunda en una de las causas centrales de la llamada restricción externa argentina: la falta de divisas y las crisis cíclicas.

Un economista e industrial que suelen recordar siempre los economistas heterodoxos o no liberales argentinos es Marcelo Diamand, quien hace cincuenta años explicó en un texto famoso esa restricción externa, el límite al crecimiento impuesto por la insuficiencia de divisas.

En la entrevista de Tektónikos con empresarios Pymes, Echebarrena lanza la especulación de que, acaso, “traten de matar la idea de una Argentina industrial porque así matan, al mismo tiempo, ese tropiezo permanente que es la restricción externa”. Es como lo que muchos opositores a Milei dicen de su lucha contra la inflación o contra el déficit fiscal: su estrategia es bajarle la fiebre a una persona… matándola. No tiene más fiebre (ni inflación, ni déficit presupuestario), pero ya no vive más.

Freund interviene para decir que “no podemos hablar del hoy sin ver de dónde venimos. Las Pymes atravesamos dos períodos caóticos, el de Macri –que destruyó el mercado productivo y luego el comercial, con mucha pérdida (llegó a haber 5,9 mil Pymes exportadoras, cuando durante los anteriores gobiernos kirchneristas habían llegado a 15 mil)– y luego la pandemia durante el gobierno de Alberto Fernández, que fue muy dura. Cuando finalizó, hubo un repunte productivo, en venta, en empleo, pero con ingresos magros para la población. El período 2022/3 no fue malo para nosotros, aunque sí muy conflictivo por el lado de las importaciones que necesitábamos y se nos complicaba traer, o por la inflación, pero aun así el sector tuvo ganancias. Luego – sigue Freund–, ganara Milei o su rival del oficialismo de entonces, Sergio Massa, la disyuntiva era ajustar u ordenar la ‘macro’. Pero esto no quiere decir que lo que está pasando ahora era la única opción. Con Milei el superávit fiscal que persigue es a puro despido, licuación de las jubilaciones e ingresos, un parate de la cadena de pagos, pisa todo. No solo la obra pública, se dejó de pagar contratos ya previstos. El efecto es directo e indirecto”.

Según los más recientes indicadores de caída de la actividad económica, algunos rubros como consumo, patentamiento de autos, producción automotriz o recaudación por seguridad social ya muestran mermas en torno a 30% en un año. En la construcción, la pérdida de puestos de empleo es superior a los 70.000 en pocos meses porque el gobierno frenó toda obra pública, un despropósito pocas veces visto. Y por un tarifazo violento e inédito, miles de empresas (y a las Pymes hay que sumar la gran cantidad de cooperativas y empresas autogestionadas que sobre todo crecieron tras la crisis de 2001 y son hoy particularmente difamadas, tanto como los empleados públicos), así como millones de personas, ya no pueden pagar servicios, seguro de salud, alquiler, educación privada. El Fondo Monetario Internacional, al que el kirchnerismo había sacado del país y al que Macri regresó mediante un crédito récord e impagable y como vigilante acreedor, dice que las medidas de Milei son “impresionantes”, pero no se sabe qué lo impresiona, porque al mismo advierte sobre su sustentabilidad social y arroja para 2024 una perspectiva de recesión de casi 3% y aun así, una inflación de 150%. Estanflación. Al igual que para la mayoría de los argentinos, para las Pymes, la perspectiva es más que oscura.

Liberman explica que la industria textil es, según el país, entre la primera y la tercera mayor generadora de empleos en todo el mundo. Argentina supo tener fábricas enormes antes del quiebre del proceso de sustitución de importaciones (hace rato, mala palabra en el discurso dominante), esto es a mediados de la década de 1970, cuando en la antesala de la dictadura los indicadores de industria, salarios y distribución del ingreso en Argentina fueron los mejores de su historia.

Echebarrena incorpora otro elemento más para completar el cuadro de las políticas anti industriales: el rol de los grandes fondos de inversión, que abarcan cada vez más sectores, incluso fabriles, pero con una lógica financiera de ganancia rápida en dólares, giro de utilidades y cero desarrollo productivo local a largo plazo.

Argentina está en el inicio de un nuevo experimento liberal, más radical que los anteriores, en un contexto global de grandes disputas, de una reconfiguración de la hegemonía y, en Occidente al menos, de un grave deterioro del sistema de representatividades y de las instituciones, de sus antes orgullosas “democracias”. Sobre esa crisis de múltiples dimensiones, y alineado con lo más reaccionario del planeta, Miley y su gobierno operan un plan insólito que vino a destruir tejidos productivos y conocimientos técnico científicos de décadas. Las Pymes, que en todo el mundo son las mayores generadoras de trabajo, y que luego de las crisis de principios del siglo XXI habían vuelto a recuperar capacidad de producción, oficios perdidos por las experiencias previas e incluso posiciones de exportación, vuelven a ser víctimas de una guerra frontal al sueño de un país desarrollado.

“Una Pyme puede achicarse poco rápidamente: elimina empleos recientes, o menos críticos. Pero cuando ya decidís achicar capas con mayor capacitación, estás achicando o descapitalizando tu empresa. Ahí hay más resistencia a despedir a lo mejor de tu personal, con el que tienes incluso más empatía, lo conoces más, es un proceso muy doloroso. Y eso va a comenzar ahora”, se lamenta uno de los entrevistados.

En lugar de un país que integre campo e industria, academia y ciencia, lo público y lo privado y que vuelva a imaginarse ser un país soberano e industrial, el presente aturde con el ruido de persianas que bajan o el silencio de la maquinaria que se detiene. Y por experiencias similares, se vislumbra que las consecuencias recién empiezan a manifestarse.

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*Licenciado en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y periodista. Profesor Universitario de la UBA, UNLP, UNDef, Universidad de Congreso. Director periodístico de DangDai  publicación trimestral argentina fundada en 2011, miembro del  Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (Cari)  RedAPPE(Red Argentina de Profesionales para la Política Exterior  y RedCAEM (Red China y América Latina).