Salida institucional o estallido social

Se hace cada vez más evidente que esta grave situación no se resuelve en forma institucional, por sí sola. Recordemos la crisis del 2001. Tuvo que haber un estallido social, para que los resortes institucionales de la democracia dieran respuesta.


La realidad abruma. Un gobierno que detesta al Estado, pero lo ha usado más que ningún otro gobierno, paradójicamente para destruirlo y con el aniquilamiento del Estado, arrasar con la calidad de vida de la inmensa mayoría de las y los argentinos. Desconcierto, inmovilidad, paralizado por la “sorpresa” y la bestialidad de quienes gobiernan. Sindicalistas, delegados y miembros de comisiones internas con prácticas participativas y de lucha piden un segundo Paro nacional ante tanto avasallamiento.

Los gordos de la CGT, que en los últimos años tenían como deporte criticar y operar contra Cristina Fernández de Kirchner, desacostumbrados a luchar, sienten que les ha llegado la hora a ellos y no tan solo a sus desprotegidos representados.

Hay quienes simplifican el problema político con un diagnóstico de desequilibrio mental del Presidente. Con esa evaluación apelan a un Juicio Político, sacar a Milei del medio, y dar por terminada la pesadilla. Pero lo cierto es que tal pesadilla tiene un apoyo todavía de un 40% de la ciudadanía. Gente que, por no asumir su error de haberlo votado, prefiere sacrificarse y darle más tiempo. Clasemedieres antiperonistas se aferran a sus prejuicios y optan por seguir empobreciéndose antes de caer en el populismo y parecerse a los pobres. Otras y otros “argentinos de bien” desean que las condiciones empeoren, que haya más desocupación, para que los sueldos sean más escasos, que los derechos de la clase obrera se reduzcan a la nada y así aumentar sus ganancias. De esa manera volver a cien años atrás, tal como lo quiere el Presidente. Lo cierto es que detrás de Milei se encuentra el Poder Real. Hoy la cara visible es este raro personaje, pero mañana puede ser cualquier otro u otra, con más cordura, pero con la misma perversidad. No importa quien está en la presidencia, sino a qué intereses representa.

Se hace cada vez más evidente que esta grave situación no se resuelve en forma institucional, por sí sola. Recordemos la crisis del 2001. Tuvo que haber un estallido social, para que los resortes institucionales de la democracia dieran respuesta. Muchos diputados de la oposición son parte del problema y difícilmente siendo parte del problema formen parte de la solución. Tanto el peronismo disidente como el radicalismo se encuentran desorientados ante el desplante permanente de Javier Milei. Uno de los actores políticos, que comanda un grupo importante de legisladores nacionales, es Miguel Ángel Pichetto. Ha tenido enorme influencia en la política nacional por lo menos en los último treinta años. Él mismo justificó el alejamiento del peronismo en su momento, argumentando que había sido tomado por sectores de la centro-izquierda, que “nada tienen que ver con el peronismo”. Seguramente, para el rionegrino, Mauricio Macri está más cerca del peronismo que el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof. Otro dirigente del peronismo es Guillermo Moreno, dueño del peronómetro. El ex Secretario de Comercio ha tomado como enemigo a la socialdemocracia y a toda persona que huela a progresismo. No hace mucho tiempo dijo que al Sistema Judicial no había que reformarlo porque “de los cuatro miembros de la Corte Suprema, tres son compañeros peronistas”. Tanto Pichetto como Moreno han tirado piedras al techo de la Unidad Básica para hacerse escuchar. Alguna vez eligieron pasarse a las filas enemigas para cotizar en alza cuando el peronismo esté en baja. Algo que han hecho unos cuántos de la bendita «avenida del medio», que parece solo admitir curvas hacia la derecha. Ambos dirigentes fueron recibidos esta semana por Gildo Infrán, quien ejerce de hecho la presidencia del Partido Justicialista. Recordemos que el titular del PJ Nacional es Alberto Fernández, hoy dedicado a la farándula política, paseando por el mundo y reuniéndose con primeros mandatarios.

Por otro lado, el peronismo a la cordobesa, una comida rara y poco sabrosa para el resto del país, no llega ni a ofrecerse en la carta de menú argentino. No obstante, los peronistas disidentes promueven para la jefatura del movimiento justicialista al gobernador Martín Llaryora, sólo para disputarle cuota de poder a Axel Kicillof.

Del otro lado, y más bien cerquita, están los dirigentes radicales, desorientados también por las acciones de su ex socio mayoritario Mauricio Macri, ahora Pro libertario. Rodrigo De Loredo, jefe de la bancada del partido de Alem, llorando ante las cámaras en un mea culpa por no satisfacer los deseos de Milei con su Ley Omnibus, es la fiel expresión del sometimiento al Poder real.

Con éste panorama de buena parte de la oposición es muy difícil que haya una solución solamente desde lo institucional. Hasta diría que no es esperable. En reuniones de militantes de diferentes sectores opositores al gobierno libertario surge la pregunta “qué hacer”, y no es el “qué hacer” del tratado político, escrito por el ruso revolucionario Vladímir Lenin a principio del siglo XX. Es una pregunta que surge desde el desconcierto, desde el fondo de la angustia, desde la falta de conducción política. No alcanza con el peronismo, pero tampoco alcanza con la “avenida del medio”, ya quedó demostrado. Se necesita una nueva utopía, ante tantas distopías. Hace falta discernir y aplastar la distracción; un sueño que aglutine y que nos despierte de esta pesadilla. Es necesario identificar al enemigo y superarlo como a todo enemigo político, no eliminarlo. Sabemos que la Patria siempre vence y que el Pueblo siempre vuelve. No son simples frases para dar de comer a la utopía, tan flaca por estos tiempos. Son datos que nos susurra la historia. Quien quiera oir, que oiga.