Ezequiel Adamovsky: “El proyecto de Milei solo podría funcionar con dos tercios de la población menos”


En su reciente libro, el historiador analiza el rasgo ultraderechista que adoptó el país y que en apenas dos días más podría cristalizarse en las urnas con una hipotética victoria de La Libertad Avanza. Un diálogo sobre microfascismo, individualismo extremo, la conexión histórica de la alianza Milei-Macri, el desafío de un potencial gobierno de Massa y los límites del kirchnerismo.

 

Adamovsky entiende el ascenso de Milei como un proceso abierto en 2015 con la llegada al poder de Mauricio Macri, que se profundiza ahora con la crisis económica del gobierno de Alberto Fernández y el avance de la ultraderecha a nivel global. Un cóctel explosivo que solo puede traer “caos económico” y “más violencia”, advierte en esta entrevista el historiador (Doctor por University College London), profesor en la Universidad Nacional de San Martín, investigador del CONICET . Un diálogo que busca entender mejor el clima de época, la profundización del individualismo que busca defenderse “a los tiros”, la conexión histórica de la alianza Milei-Macri, el desafío de un potencial gobierno de Sergio Massa y los límites del kirchnerismo.

–Tu compendio de ensayos incluye textos de hace ocho años que podrían haber sido escritos esta misma semana prebalotaje. ¿Estamos inmersos en un clima de ultraderecha?

–Podemos pensar en tres momentos que están eclosionando. En Argentina estamos en medio de una crisis, con un gobierno que ha sido muy malo, dicho por propios y ajenos; y a su vez hay un ocaso del proyecto kirchnerista, muy fuertemente anclado en la presencia del Estado y la expansión de derechos, que genera como reacción contraria el impulso a aferrarse a lo único que parece que queda: el proyecto individual. Pero también hay una expansión de la extrema derecha como fenómeno mundial: está sucediendo en países que no tienen crisis económica o que no vienen de una experiencia como la del kirchnerismo. Eso tiene que ver con el largo plazo, como consecuencia lógica de una prédica liberal de hace ya dos siglos en el mundo, que nos invita a ser egoístas literalmente: ocuparnos cada cual de su propio interés y desentenderse de la comunidad, con la promesa de que cada uno tendrá un espacio individual para desarrollarse.

–¿El capitalismo ya no puede cumplir su propia promesa del desarrollo personal?

–Esa promesa en verdad siempre fue una fantasía, porque no existe un espacio individual personal: nuestras vidas están interconectadas. Y las personas se sienten invadidas tanto por el Estado como por los vecinos, que reclaman derechos y demás demandas. En este momento el capitalismo está en un momento implosivo, presiona cada vez más, nos aprieta más unos a otros. En ese escenario, esta prédica liberal egoísta se revierte en su lado más oscuro, menos luminoso, que es la disposición a defender ese pequeño espacio personal como sea, incluso a los tiros. Y eso se plasma en la búsqueda de líderes políticos fuertes que prometen restaurar ese espacio personal, si hace falta, pasando por encima del Estado y las leyes.

–En tu libro planteas que lo que más le importa al individualismo autoritario es la seguridad y la propiedad.

–La idea es sostener ese espacio individual que solo se percibe sostenido por la propiedad y con la demanda de seguridad. Y destruir cualquier otra demanda colectiva que pueda interferir con esos dos elementos.

Esta prédica liberal egoísta se revierte en su lado más oscuro, menos luminoso, que es la disposición a defender ese pequeño espacio personal como sea, incluso a los tiros

–¿Desde dónde se construye ese individualismo radicalizado? ¿Desde arriba o desde abajo? ¿O hay una retroalimentación?

–Históricamente este proceso inició desde arriba, no desde abajo. No hay ejemplo histórico de sociedad en el mundo antes del capitalismo que se plantee con eje en el individuo desconectado de la comunidad o por sobre la comunidad. Esa visión ha tenido una pedagogía de 200 años que ha ido penetrando hacia abajo, reorganizando la propia vida material de las personas en un sentido que refuerza esa fantasía de la vida autónoma individual. Si uno piensa en las tecnologías que han marcado el curso de la evolución económica en las últimas décadas, todas apuntan a esa fantasía del individuo autónomo que puede llevar una existencia sin depender de los demás. Desde el automóvil que reemplaza el transporte público, el walkman en su momento, luego el celular y las redes sociales. Incluso laboralmente: los trabajos de la economía de plataformas, como los famosos repartidores, no tienen ningún contacto ni con su patronal, ni con compañeros de trabajo y a veces ni siquiera conocen a sus clientes. Todos esos impulsos generan una subjetividad que alimenta este fenómeno ahora de abajo hacia arriba.

–¿Milei es resultado de ese proceso a nivel político?

–Este escenario no sería posible sin las operaciones político culturales que hizo el macrismo en sus cuatro años de gobierno. Han sido exitosos: un país que no ha conocido partidos de derecha populares, hoy tiene un partido de extrema derecha popular.

–Milei llega competitivo al balotaje. ¿Supo interpretar mejor este clima?

–Más que encontrar en Milei a un referente con capacidad propia, hay un deseo de toda esta situación individualizante para encontrar y depositar en Milei una serie de expectativas. Pero no veo que él esté a la altura, porque si uno compara con otros dirigentes de extrema derecha, su armado y su propia persona pública son muy precarios. Está sostenido con alfileres. Pero también hay una cuota de ese voto que es bronca, que detesta el peronismo y critica mucho este gobierno que ha sido muy malo.

–En este escenario, ¿qué pasaría si efectivamente Milei gana el balotaje?

–Imagino que va a abrir un proceso muy rápido de caos económico. Va a intentar fogonear una hiperinflación para justificar luego avanzar con las medidas que propone, como cerrar el Banco Central. En eso coincide con el macrismo, que tienen un proyecto de reformar profundamente la economía en un sentido thatcherista. Pero es una obra puramente destructiva porque no tienen algo para ofrecer a cambio realmente.

–Milei elogió a Margaret Thatcher en el último debate.

–Thatcher podía apoyarse en las finanzas, en el lugar que tiene Inglaterra en el concierto mundial y su alianza con los Estados Unidos. Argentina no tiene nada de eso. Aquí la obra de ese neoliberalismo furioso es puramente destructiva. Destruye el Estado, pero también destruye pequeñas y medianas empresas del sector industrial. Realmente no tiene algo para ofrecer para los dos tercios de la población que viven de la economía industrial, del empleo público o de otro tipo de circuitos económicos.

Hay una prédica de autodenigración nacional que sitúa una especie de pasado glorioso del país que es cada vez más fantasmático y más lejano, de modo de poder consolidar el desprecio por el país, que es con una apelación a lo que pudo haber sido y no fue

–¿Y por debajo qué podría suceder? Vos advertís también sobre el microfascismo. 

–Me preocupa que ese caos económico se vaya a revertir en más violencia por abajo. Ese tipo de actitudes microfascistas ya las vimos en tiempos de Macri y creo que se intensificará mucho, fogoneada por la violencia desde arriba por el gobierno. No me parece un dato casual que Milei haya elegido como compañera de fórmula a una persona que no le aporta un solo voto, que no tenía un capital político propio y que solo tiene simpatía de las fuerzas de seguridad. Villarruel garantiza ese acompañamiento de las Fuerzas Armadas.

–En tu libro planteas la idea histórica del “liberalismo conservador”. ¿Cómo se explica que se combinen el rasgo anarcocapitalista y la reivindicación de la dictadura en una fórmula presidencial? 

–Hay un gran malentendido en imaginar que el liberalismo ha sido una corriente más bien progresista, opuesta al conservadurismo. Históricamente el liberalismo ha tenido vertientes progresistas, pero muchísimas ocasiones se ha combinado con un conservadurismo en lo cultural y social muy intenso, además de que en infinidad de casos ha estado asociado a políticas autoritarias. Hay ejemplos muy conocidos, como [el economista ultraliberal Friedrich] Hayek apoyando a Pinochet en Chile. Él mismo decía que prefería una dictadura liberal antes que una democracia no liberal. El sintagma dictadura-liberal no le sonaba disonante en absoluto.

–Imaginas a Milei como “un cuarto ciclo destructivo”, en línea con la dictadura, Menem/De la Rúa, Macri. Al ritmo de la crisis argentina y global que señalaste, ¿esta vez sería más traumática?

–Es un tipo de visión política que ya se ensayó tres veces en el pasado y fracasó las tres veces. Y no hay motivo para pensar que ese fracaso no tiene que ver con que está mal el planteo. A veces se piensa que Macri no pudo hacer lo que quiso porque no tuvo acompañamiento, pero los militares lo quisieron hacer con el país aterrorizado y sin tener que pedirle los votos en el Congreso a nadie y fracasaron. Menem lo hizo con el grueso del PJ a favor y una mayoría muy sólida y también fracasó. Y fracasó Macri con un apoyo internacional impresionante. Es un problema de concepción: para los problemas económicos que tiene este país, ese tipo de proyecto no tiene una respuesta viable.

–Sin embargo, logra conseguir cierto consenso social.

–Sabe generar consenso. Milei insiste con ese programa, que solo podría funcionar con dos tercios de la población menos. Ese es el problema. Las personas que apoyan este tipo de horizontes políticos piensan que la política es una especie de cosa externa o que molesta. Pero la política es parte de la ecuación. Si no funciona para los dos tercios de la población, no hay manera de que funcione en el largo plazo.

–Si gana Massa, ¿el microfascismo y la radicalización de la derecha van a continuar?

–Los efectos culturales que tuvo el macrismo y que se continúan en esta derecha ultra van a continuar. Las formas de violencia por abajo que esto anima, como vemos que salen de debajo de las piedras personajes muy siniestros llamando a los militares por ejemplo, van a continuar. Probablemente se intensifiquen si pierden las elecciones.

–¿En ese caso podríamos ver a esa derecha radicalizada como ocurrió en Estados Unidos con la toma del Capitolio o en Brasil asaltando los tres poderes del Estado?

–Ya está anunciando que no van a reconocer una derrota, pero no veo que tengan posibilidad de hacer algo así. Todavía Milei no tiene una presencia de grupos organizados, bien disciplinados, como sí hay en Brasil o en Estados Unidos. Sí van a salir a convencer a sus votantes de que hubo fraude e intensificar ese odio que ya se ve presente.

–¿Y podría Massa contener ese desafío ultra?

–Lo esperable de Massa es que sea un gobierno de ajuste, tanto por el propio perfil de Massa como por la situación del país. Va a ser un escenario muy complicado realmente para gobernar. Pero si consigue ordenar la macroeconomía posiblemente eso desinfle a la derecha de cara a una eventual elección en cuatro años. Y si no lo consigue, en cuatro años vamos a estar en un escenario probablemente parecido al actual, con una derecha renovada en el eje Milei, Bullrich y Macri.

–En el libro planteas que la única salida ante el ascenso de la ultraderecha es un proceso colectivo, pero eso no está garantizado en este balotaje por el propio perfil de Massa. ¿Qué capacidad tendría o no de hacer efectivo eso?

–Cuando trato de analizar los escenarios siempre me queda como cabo suelto la base votante del kirchnerismo que tiene expectativas de cambios progresivos más profundos, y que ya se vieron frustradas. Esas expectativas vienen siendo sistemáticamente frustradas, pero están allí todavía. No sé dónde va a quedar ese voto si el peronismo frustra esas expectativas nuevamente. La incógnita es si esa base consigue reorientar al peronismo en un sentido distinto o si alimenta algún otro tipo de movimiento político por fuera del peronismo.


A veces se piensa que Macri no pudo hacer lo que quiso porque no tuvo acompañamiento, pero los militares lo quisieron hacer con el país aterrorizado y sin tener que pedirle los votos en el Congreso a nadie y fracasaron


–Fue una campaña también atravesada por el debate sobre la Historia, con Milei y Villarruel incluso reivindicando la dictadura. ¿Es parte de la batalla cultural de la ultraderecha?

–El macrismo arrancó desentendiendose de la Historia, por ejemplo reemplazó los próceres de los billetes; esa fantasía de hacer un país sin Historia. Y a medida que fue fracasando fue volviendo sobre referencias al pasado asociadas a esa campaña de autodenigración nacional muy poderosa que es la de “los 70 años de peronismo”. Esa apelación al pasado sigue hasta la actualidad con un detalle interesante: a medida que se fue derechizando el bloque Macri-Milei, la referencia del inicio de la supuesta decadencia argentina se fue corriendo hacia atrás. Primero, la situaron en la década de 1930 cuando el Estado empezó a intervenir en la economía y en el último tramo Milei la situó en 1916, con la llegada de la democracia. Es una prédica de autodenigración nacional que sitúa una especie de pasado glorioso del país que es cada vez más fantasmático y más lejano, más hacia atrás, de modo de poder consolidar el desprecio por el país, que es con una apelación a lo que pudo haber sido y no fue.

–¿Es llamativo el componente de autodenigración nacional? 

–Esa es una particularidad de la derecha en nuestro país, que realmente detesta al país. No pasa con otras derechas que se embanderan mucho con lo nacional y se presentan como defensoras de algo glorioso, positivo y querido frente a supuestas amenazas.

–¿Y qué sentido tiene discutir los ‘70?

–Esa discusión sobre los ‘70 vuelve una y otra vez. Tiene que ver con la necesidad de intervenir sobre el modo en que esta sociedad procesó la memoria, porque pone límites muy precisos al proyecto cultural que trae la derecha. Nuestro país procesó los ‘70 relacionando las violaciones de los derechos humanos y el golpe de Estado muy estrechamente con los actores civiles que lo acompañaron, fundamentalmente sectores empresariales y el proyecto neoliberal. Eso permitía trazar hacia adelante continuidades en las políticas que siguieron en el último tramo de Alfonsín, en Menem, De la Rúa y Macri. El ataque a esa memoria tiene que ver con la necesidad de que recordemos el pasado de otra manera y la necesidad de garantizar la posibilidad de que el Estado reprima con mayor intensidad.

–¿Puede tener rédito electoral?

–Me da la impresión de que todavía es más la gente que rechaza esa “revisión” del pasado, que la gente que está ansiosa por verla. Pero sí hay un público al que eso le entusiasma, sin dudas.