Mujeres feministas, piqueteras: una genealogía. Por Marie Guzzo (*)

En estas líneas, nos proponemos rescatar el protagonismo de las mujeres desde un acercamiento a los cruces intergeneracionales que van desde las Madres de Plaza de Mayo hasta los feminismos de nuestros días.


Cuando concebimos a la historia como proceso de lucha, no estamos expresando solamente una manera de interpretarla, estamos permitiendo también que nos interpele. Al vivir y protagonizar la ebullición de un acontecimiento que se convierte en hito, comprendemos entonces que las condiciones del mismo venían, en realidad, haciendo su cocción a fuego lento con anterioridad para luego desencadenar con fuerza en un tiempo y un espacio determinados. Es por eso, que referirnos hoy a nuestro protagonismo como mujeres, luego de haber surfeado la cresta de la cuarta ola feminista que aunó de manera transversal a diferentes generaciones, no sería una originalidad.

La irrupción en la escena pública, desnaturalizando lo social y convencidas de que aquellos roles asignados eran susceptibles de ser transformados mediante la acción del feminismo callejero, encuentra el origen de su impulso algunos años atrás. Si miramos en retrospectiva, descubrimos que las hijas del 2001 somos la concatenación de la chispa que encendieron las mujeres piqueteras. Desde su insurgencia, construyeron la entretrama que las preparó (aún no lo sabían) para ser parte de la primera línea en las jornadas de insurrección del 19 y 20 de diciembre, fechas que marcarían un punto de inflexión en sus vidas. La respuesta colectiva y organizada que desprendieron como contraofensiva a las políticas de hambre del neoliberalismo, se tornaría central para atravesar el momento de crisis y el saldo que la misma dejaría en el país.

De manera similar ocurre cuando intentamos entender la potencialidad con que el movimiento de mujeres piqueteras se autoorganizó de forma comunitaria frente a la lógica imperante de fragmentación de los lazos sociales. Hurgando hacia atrás, hallamos que las pioneras que han tenido un papel fundamental en promover la creación de espacios en donde se debatiera y cuestionara al interior de sus organizaciones de desocupados la implicancia del patriarcado y el capitalismo, habían participado de la cita masiva que nos espera una vez al año y de la cual ninguna vuelve igual: el Encuentro Nacional de Mujeres (que conquistamos nombrar, luego de muchos debates y problematizaciones dadas en su interior, Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias).

No podemos obviar este hecho, porque marca una bisagra en la manera de relacionarnos. De ver, pensar y habitar el mundo. Pero el Encuentro significa aún más: es el lugar en donde a través de sus talleres politizamos el dolor y el enojo personal y colectivo que nos atraviesa en la cotidianeidad, es en donde tomamos conciencia del valor de nuestro trabajo reproductivo y sobre todo, donde trazamos la agenda de lucha de un año entero, hasta encontrarnos nuevamente. No es difícil, entonces, pensar en la transformación que vivieron mujeres que integraban de manera mayoritaria los movimientos piqueteros al participar del ENM, ni su ímpetu por proponer discusiones necesarias que sirvieran para fortalecer a sus organizaciones.

En esta genealogía recapituladora sobre el protagonismo de las mujeres, llegamos a aquel pequeño grupo que devino en movimiento social y político, iluminando cual faro todo horizonte de lucha de las y los argentinos desde la postdictadura hasta nuestros días: las Madres de Plaza de Mayo. Confinadas completamente a la esfera privada de la vida social, dieron un giro radical en medio del terrorismo de Estado ocupando, con la presencia de sus cuerpos, la plaza del pueblo cada tarde de jueves. Entrelazadas del brazo, tornaron ese espacio un símbolo y un megáfono para gritar todo tipo de injusticia hacia los sectores populares. Si en la actualidad podemos hablar de un movimiento feminista que a través de sus conquistas se ha convertido en puntapié para que avancen en sus luchas países de Latinoamérica y el mundo, contagiando radicalidad y masividad, es porque hemos aprendido del legado de las Madres y Abuelas, que nos heredaron un importante cúmulo de luchas y, al mismo tiempo, caminan a nuestro lado mostrándonos que «resistir es combatir».

De movimiento de mujeres a movimiento feminista

Cumplidos los veinte años del 19 y 20 de diciembre del 2001, se torna de vital importancia recuperar y reflexionar sobre el papel que cumplieron las mujeres de organizaciones territoriales, cuyo protagonismo aumentaba a la par de la conflictividad social. Verónica Gago hace alusión al “gesto fundante” que impusieron, esbozando que “se hicieron cargo de producir espacios de reproducción colectivos, saltaron masivamente del confinamiento doméstico desacoplado del régimen salarial y sobre esa trama se montó luego la economía popular que contribuyó a corroer la legitimidad política del neoliberalismo”.

Ese protagonismo femenino que marcó con fuerza el ciclo que se abría a partir del estallido, no se reconocía explícitamente feminista. Pero en lo concreto, habían logrado instalar dentro de sus organizaciones la categoría “antipatriarcal” y, las luchas que libraron contra el neoliberalismo fueron también luchas por la reproducción social. Las asambleas de mujeres al interior de sus espacios constituyeron una herramienta crucial que les permitió la posibilidad de intuirse feministas hasta llegar a identificarse, unos años después, de manera plena con aquel término.

Recuperando ese hilo intergeneracional, la expresión popular dentro del movimiento feminista toma la experiencia precursora de las mujeres piqueteras de visibilizar y volver comunitaria la reproducción social y avanza un paso más, politizándolo desde sus prácticas y dejando entrever que no es en la circulación de la mercancía donde se produce valor, sino que existe, cual subsuelo, una esfera oculta de la producción social. Eso que aparece secreto, que es fuente de vida y generación de riqueza del capital, es lo que produce la mercancía más valiosa: la fuerza de trabajo. Se amplía así, a partir del primer paro feminista, la noción de trabajo, analizándolo no únicamente desde la división sexual y racial del mismo, sino también ligado a la categoría de valor.

Sin dudas, podemos coincidir que en la actualidad el sector político más dinámico y con potencia de transformación social que es la economía popular, está integrado y encabezado predominantemente por mujeres que establecen un puente entre los aprendizajes que dejaron aquellas rebeliones del 2001, iniciadas desde la periferia hacia el centro y los albores de las oportunidades que emergen de esta nueva transgresión.

 

(*) Por Marie Guzzo, integrante del Instituto Generosa Frattasi