Un informe internacional revela un cambio estructural en el poder científico y reconfigura el tablero geopolítico
La disputa por el liderazgo global ya no se libra únicamente en los mercados financieros o en los equilibrios militares. En el siglo XXI, el verdadero campo de batalla es la ciencia y la tecnología. En ese terreno, China acaba de consolidar una ventaja histórica que obliga a repensar el orden internacional vigente.
Un informe reciente difundido por la revista Nature —basado en datos del Australian Strategic Policy Institute (ASPI)— muestra que China lidera hoy la investigación en 66 de las 74 tecnologías consideradas críticas a nivel global, lo que representa cerca del 90% del total analizado. El dato marca un giro profundo respecto de las primeras décadas de este siglo, cuando Estados Unidos concentraba la hegemonía científica en casi todos los campos estratégicos.
El núcleo del cambio
El relevamiento surge del Critical Technology Tracker, una base de datos que analiza millones de publicaciones científicas de alto impacto producidas entre 2020 y 2024. El indicador central no es solo la cantidad de artículos, sino su peso relativo dentro del 10% más citado a nivel mundial, un estándar utilizado para medir influencia real y capacidad de innovación.
Bajo ese criterio, China se posiciona como líder en áreas decisivas como energía nuclear, inteligencia artificial, biotecnología, materiales avanzados, satélites de pequeña escala, computación en la nube y tecnologías de redes eléctricas, entre otras. Estados Unidos conserva la delantera únicamente en un puñado de campos, como computación cuántica y neurotecnología.
No se trata de un fenómeno coyuntural. En poco más de veinte años, China pasó de ser un actor periférico en ciencia de frontera a convertirse en el principal polo de producción de conocimiento estratégico del planeta.
Ciencia, Estado y planificación
Detrás de este salto no hay azar. Analistas coinciden en que el liderazgo chino es el resultado de políticas de Estado sostenidas, fuerte inversión pública en investigación y desarrollo, articulación entre universidades, empresas y sector militar, y una planificación de largo plazo orientada a la autonomía tecnológica.
A diferencia del modelo occidental —más fragmentado y dependiente de la lógica del mercado—, China consolidó un esquema donde la ciencia cumple un rol central en su proyecto de desarrollo nacional. El conocimiento no es solo un insumo económico, sino un recurso estratégico de poder.
Implicancias geopolíticas
El impacto de este desplazamiento excede el ámbito académico. El control del conocimiento en tecnologías críticas tiene consecuencias directas en al menos tres dimensiones clave:
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Geopolítica y seguridad: la supremacía tecnológica se traduce en ventajas militares, control de infraestructuras críticas y mayor capacidad de influencia internacional.
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Economía y desarrollo: quien lidera la investigación suele liderar luego las cadenas de valor industriales, desde semiconductores hasta energías avanzadas.
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Gobernanza global: el liderazgo científico permite fijar estándares, normas técnicas y reglas de funcionamiento en sectores estratégicos del futuro.
En este contexto, las tensiones entre China y Estados Unidos ya no se explican solo por disputas comerciales, sino por una competencia estructural por el control del conocimiento que definirá el poder global en las próximas décadas.
Un mundo que cambia de eje
El informe del ASPI, retomado por Nature, no anuncia un colapso inmediato del liderazgo occidental, pero sí confirma una transición en curso. La ciencia, históricamente concentrada en el Atlántico Norte, se desplaza hacia Asia con una velocidad inédita.
Para los países periféricos y semiperiféricos —como la Argentina— este escenario plantea un desafío estratégico: quedar atrapados como consumidores pasivos de tecnología o construir capacidades propias en un mundo cada vez más fragmentado. La disputa global por el conocimiento vuelve a colocar en el centro el debate sobre desarrollo, soberanía y planificación.
La carrera tecnológica ya no es una promesa futura. Es el presente. Y China, hoy, corre varios pasos adelante.
