Santiago Liaudat es profesor de Introducción a la Filosofía en la Universidad Nacional de La Plata, magíster en Ciencia, Tecnología y Sociedad, e integrante activo de Red PLACTS y de la Mesa Federal por la Ciencia y la Tecnología. En diversas entrevistas recientes denuncia lo que llama un “cientificidio”: un proceso sistemático de deterioro del sistema científico-tecnológico del país.
Liaudat afirma que Argentina atraviesa una crisis profunda en su capacidad para generar conocimiento propio, vincularlo a la producción nacional y sostener políticas públicas coherentes. Para él, la ciencia no es un lujo sino un pilar estratégico: “Sin ciencia y tecnología vamos camino a ser países que están en situaciones de absoluta vulnerabilidad”.
El filósofo e investigador advierte sobre el “cientificidio” en Argentina: cuestiona el desfinanciamiento, la precarización laboral, y la desvinculación entre el conocimiento local y la producción. Según Liaudat, sin articular ciencia, tecnología y producción nacional, no hay soberanía posible.
El investigador describe tres engranajes principales del problema. El primero es el ideológico: en el discurso oficial se impone la idea de que el Estado debe intervenir lo menos posible en ciencia y tecnología, dejando casi todo al mercado. En Argentina, sin embargo –subraya Liaudat– la ciencia estatal es mayoritariamente la que existe, y al debilitarla, se debilita la capacidad del país para desarrollarse independientemente.
El segundo engranaje es económico-presupuestario. Se observa un recorte constante de fondos, mayor precarización para investigadores y mayor dependencia de subsidios externos. Liaudat advierte que muchos científicos se ven forzados al pluriempleo, a trabajar por proyectos sin estabilidad, lo que consume tiempo y energía, reduciendo su capacidad para investigar. Esa precariedad también impacta en los grupos de investigación, cuyos resultados –-producción científica, publicaciones, avances– se deterioran.
El tercero es geopolítico: el abandono de áreas estratégicas como el nuclear y el satelital, la pérdida de posiciones en tecnología espacial, o el estancamiento de proyectos emblemáticos (por ejemplo el reactor CAREM) son ejemplos de lo que Liaudat considera pérdidas de soberanía tecnológica. Reclama que Argentina no debe permitir que intereses extranjeros, corporaciones multinacionales o think tanks externos definan la agenda científica, o que la dependencia haga perder capacidad propia de decisión.
Liaudat vincula estas problemáticas con la producción nacional: el conocimiento, dice, debe materializarse en bienes, servicios, procesos que agreguen valor, generen empleo, produzcan inclusión, y no solo en publicaciones o rankings internacionales. La ciencia y la tecnología deben tener como referencia las necesidades sociales, ambientales y productivas del país, no agendas externas.
Como contrapartida, destaca que existen espacios de resistencia: redes como PLACTS, la Mesa Federal por la Ciencia y la Tecnología, movilización creciente de investigadores, científicas, becarios y sectores académicos. En sus palabras, “tenemos que tomar conciencia de que es hoy cuando hay que enfrentar esto. Quizás mañana sea demasiado tarde.”
Su diagnóstico es claro: Argentina debe superar la matriz de crecimiento que encuentra cuellos de botella tecnológicos, generando dependencia de importaciones y problemas macroeconómicos. La solución pasa por acoplar mejor conocimiento y producción nacional.
El mensaje de Santiago Liaudat es urgente: si Argentina no ensambla eficazmente ciencia, tecnología y producción nacional, cualquier proyecto nacional quedará cojo, frágil, con pies de barro. Lo que hoy se juega no es solo el presente de quienes investigan o enseñan: está en juego la soberanía en lo estratégico, la calidad del empleo, la capacidad de interrupción de dependencia tecnológica, y el poder de decisión sobre el propio destino nacional. En ese sentido, la recuperación pasa por reconocer la ciencia como derecho público, por políticas que la prioricen, por resguardar la continuidad institucional, por sanar las fracturas laborales, y por hacer que la innovación produzca para todos, no para pocos. Es ahora o nunca.