Francisco y el peronismo que viene: doctrina social en tiempos de liberalismo extremo.
por Antonio Muñiz
En la Argentina de hoy, vivimos un momento donde desde el gobierno nacional se impulsa una política que no solo es antinacional, sino profundamente anticristiana. No es una exageración: cuando se niega la comunidad y se califica a la justicia social como una “falacia”, se está atacando de lleno la esencia misma de la doctrina social de la Iglesia y, con ella, gran parte de nuestra identidad popular. Este liberalismo extremo no solo desconoce el papel del Estado en la construcción de la soberanía, sino que abomina de toda idea de fraternidad, reduciendo al hombre a un mero individuo aislado.
Frente a esta lógica disolvente, la figura de Francisco se levanta con una fuerza que sorprende incluso a quienes no comparten su fe. Su pensamiento y su acción encarnan la nueva actualización política y doctrinaria del peronismo que viene. No porque el Papa haya buscado ser un dirigente partidario —nada más lejos—, sino porque sus gestos, sus palabras y su manera de comprender al pueblo traen al presente los principios más profundos del justicialismo: comunidad organizada, justicia social, soberanía y dignidad humana.
Un mismo corazón: la doctrina social y el peronismo
La doctrina social de la Iglesia nació para poner freno a los excesos del capital y para proteger al trabajador como sujeto de derechos y no como engranaje descartable. Desde Rerum Novarum hasta Fratelli tutti, la línea es clara: el bien común está por encima del lucro, la persona por encima de la ganancia. Perón lo entendió y lo tradujo en política concreta: “Queremos una patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”.
Por eso, cuando uno escucha el mensaje de Francisco es fácil ver la relación directa con el ideario peronista. El padre Carlos Múgica lo sintetizaba así: “El peronismo es la doctrina social de la Iglesia hecha realidad en nuestro pueblo”.
De la teología del pueblo al escenario global
Francisco se formó en la Teología del Pueblo, una corriente que entiende que el pueblo no es una masa a conducir, sino un sujeto vivo con cultura, historia y destino. Esa mirada lo llevó, ya como Papa, a defender con la misma firmeza a los cartoneros de Buenos Aires que a los migrantes que cruzan el Mediterráneo.
Esa coherencia —que es más ética que estratégica— hace que su mensaje tenga proyección universal. Si Perón pensó la comunidad organizada para una Argentina industrial y soberana, Francisco la propone para un mundo fragmentado por la desigualdad y la crisis ecológica.
Un pontificado en resistencia
Mientras el liberalismo extremo promueve la competencia feroz y la fragmentación social, Francisco insiste en que la política es “la forma más alta de la caridad” y que la justicia social no es una opción entre otras, sino una exigencia irrenunciable. En tiempos donde desde el poder se desprecia la idea misma de comunidad, el Papa recuerda que “nadie se salva solo” y que no hay libertad posible sin fraternidad.
Su pontificado es, en este sentido, una resistencia cultural: contra la idolatría del mercado, contra la lógica del descarte, contra el individualismo vacío.
El peronismo que viene
El peronismo que viene —si quiere seguir siendo fiel a sus raíces— no podrá ignorar este mensaje. No se trata de vestirlo con símbolos religiosos, sino de asumir que en la voz de Francisco hay una brújula ética y política para el siglo XXI. Una brújula que señala hacia la justicia social, la ecología integral, la centralidad del trabajo y la reconstrucción del lazo comunitario.
Más que una afinidad ideológica, lo que une a Francisco y al peronismo es una raíz común: la convicción de que el hombre se realiza en comunidad y que la política debe servir al bien común. En un tiempo en que el liberalismo extremo pretende instalar que la justicia social es un error y que la comunidad es un obstáculo, la voz de Francisco no solo resuena como advertencia moral, sino como brújula para la reconstrucción nacional. Por eso, el peronismo que viene será, inevitablemente, francisquista.
