El cierre de alianzas para las legislativas dejó en evidencia una lógica pragmática: viejos odios quedaron postergados frente a la urgencia electoral. Pero más que un reordenamiento, lo que muestra este escenario es la fractura del sistema de partidos: alianzas tácticas, coaliciones provisionales y un centro cada vez más débil.
Por Redacción DATA POLITICA Y ECONOMICA
El reparto táctico por sobre la identidad
El acto administrativo de inscribir frentes en la provincia de Buenos Aires —ocho, según los registros oficiales y el repaso de los medios tras el cierre de plazos— no sólo dejó listas: exhibió una costura rápida y frágil entre fuerzas que se cruzaron insultos ayer y hoy comparten boleta. La formalidad de la inscripción oculta, en muchos casos, una alianza de conveniencia destinada a maximizar votos y garantizar lugares en las cámaras más que a construir proyectos comunes de gobierno.
Más allá de la cantidad, el dato político relevante es la cualidad de esas alianzas: son pactos heterogéneos donde conviven sectores tradicionales con outsiders, tribus internas del peronismo con referentes liberales y colectividades provinciales con operadores nacionales. Esa mezcla es la expresión práctica de una fragmentación que no se resuelve con fotos de unidad en un acto de cierre: las tensiones internas permanecen y pueden traducirse en rupturas durante la campaña o tras el 10 de diciembre.
Polarización y atomización: dos caras de la misma crisis
En la Argentina de 2025 conviven una polarización intensa —encabezada por el bipolo Milei/Cristina— y al mismo tiempo una dispersión de actores y ofertas políticas que complica la gobernabilidad y la lectura electoral. La resultante es paradójica: más polarización en el eje ideológico y mayor fragmentación en el tablero partidario. Esa doble dinámica alimenta la volatilidad del voto, la incertidumbre sobre mayorías legislativas y la práctica del “juntarse para no perder” más que del “juntarse para gobernar”.
El uso deliberado de símbolos y consignas extremas por parte de algunos actores —una estrategia para fijar identidades y movilizar bases— refuerza la polarización afectiva y, a su vez, empuja a los partidos tradicionales a recomponer frente a esa presión. Pero esas recomposiciones no siempre fortalecen al centro: muchas veces lo pulverizan, porque la suma de fragmentos da lugar a instrumentos electorales volátiles más que a coaliciones programáticas de largo plazo.
El peronismo: unidad formal y tensiones reales
El frente que presentó el peronismo en gran parte del país busca dar una señal de unidad frente al avance libertario; sin embargo, la unificación fue incompleta y se realizó bajo la lógica de “unidad por necesidad”. En varias provincias el PJ logró sellos únicos, pero en otras quedó fragmentado, lo que evidencia que la vocación de supervivencia electoral convive con disputas internas —por liderazgos, candidaturas y estrategia— que no se resolverán el día del cierre de listas. Esa heterogeneidad del peronismo es un termómetro de la fragmentación: capacidad de sello nacional pero debilidad de consenso.
La derecha y la “coalición con contradicciones”
La alianza entre sectores del PRO y La Libertad Avanza —que en algunos distritos se terminó plasmando en acuerdos formales— es ejemplar de la lógica pragmática: socios incómodos que, sin embargo, se necesitan para disputar distritos clave. Ese abrazo táctico resuelve problemas electorales inmediatos (votos, estructura y financiamiento) pero siembra riesgos futuros: disputas internas por candidaturas, mensajes contradictorios y el desgaste de la identidad partidaria de cada socio. La coalición, entonces, es funcional a una elección pero frágil en lo político.
Riesgos para la gobernabilidad y los votantes
No se trata sólo de relatos periodísticos: los análisis académicos y los institutos que siguen la región subrayan una tendencia más amplia en América Latina: ciclos electorales con alta fragmentación y polarización simultáneas, donde viejos partidos pierden centralidad y emergen liderazgos antisistema o personalistas que reconfiguran el mapa político con rapidez. Esa dinámica complica la formación de mayorías estables y hace más probable la formación de coaliciones tácticas que se disuelven una vez pasada la elección.
La fragmentación tiene efectos prácticos que exceden la anécdota electoral. Primero, dificulta la formación de mayorías coherentes en el Congreso, lo que puede traducirse en parches legislativos y mayor inestabilidad normativa. Segundo, potencia la gobernabilidad episódica —acuerdos circunstanciales para aprobar medidas puntuales— y reduce la previsibilidad política. Tercero, empuja a los votantes hacia decisiones tácticas: votar por liderazgos emocionales o por el menor mal, en lugar de por programáticas sustentables. El resultado es un ciclo donde la fragmentación alimenta la volatilidad y la volatilidad refuerza la fragmentación.
¿Qué puede pasar en la campaña bonaerense? Tres escenarios probables
En el tablero electoral de la provincia de Buenos Aires, se perfilan tres posibles dinámicas que podrían marcar el rumbo de la campaña y, sobre todo, el escenario político posterior a las elecciones.
- Alianzas que se mantienen firmes. Los frentes electorales sobreviven al desgaste de la campaña y logran presentarse como bloques cohesionados. Si bien este esquema tiende a diluir la claridad programática —pues obliga a amalgamar posiciones ideológicas dispares— resulta eficaz para optimizar recursos y maximizar la captación de bancas en la Legislatura. En un contexto de fragmentación social y política, la imagen de unidad, aunque sea frágil, puede tener más peso que la coherencia doctrinaria.
- Fricciones y rupturas. Cuando las tensiones internas no se logran encauzar, las diferencias terminan por estallar en público. Esto abre la puerta a quiebres formales, aparición de listas alternativas y fuga de votos hacia opciones externas. En este escenario, la campaña se convierte en una guerra de desgaste donde la agenda de cada frente se ve eclipsada por la disputa interna, debilitando su competitividad frente a rivales mejor alineados.
- Reconfiguración post-electoral. Incluso si los resultados son desiguales, la dispersión de fuerzas podría alentar negociaciones posteriores a los comicios. El objetivo sería conformar mayorías circunstanciales en Diputados y Senadores provinciales, capaces de operar como coaliciones de facto para sancionar leyes clave. En este punto, las alianzas ya no se basan en programas compartidos, sino en la conveniencia coyuntural y el reparto de espacios de poder.
En cualquiera de estas hipótesis subyace un diagnóstico común: la política bonaerense—y, por extensión, la nacional— se está reconfigurando más por la urgencia y la correlación de fuerzas que por la existencia de proyectos estratégicos de largo plazo. Es el reino del pragmatismo extremo, donde la consigna tácita parece ser “juntos por un lugar en la lista” antes que “juntos por un proyecto”.
Fragmentación como síntoma
El cierre de alianzas no es sólo un trámite: es una radiografía de una política en proceso de desintegración y recomposición. La fragmentación muestra límites institucionales y organizativos de los partidos tradicionales, el ascenso o el declive de liderazgos circunstanciales y la emergencia de una práctica política dominada por lo táctico. Entender las elecciones de octubre no será sólo seguir listas y candidaturas: será leer los patrones de cómo se hacen las cuentas del poder en un sistema que ya no funciona como antes.
