El cierre de listas dejó al descubierto una disputa de poder en el corazón del peronismo bonaerense. La fractura entre Axel Kicillof y La Cámpora condiciona el inicio de la campaña y amenaza con debilitar al principal bastión electoral del oficialismo frente al avance de Javier Milei.
Por Redacción – Data Política y Económica
El cierre de listas en la provincia de Buenos Aires no solo dejó nombres y cargos definidos. Dejó, sobre todo, heridas abiertas, reproches cruzados y una alianza tensa entre los principales actores del peronismo bonaerense. A menos de dos meses de las elecciones provinciales, el gobernador Axel Kicillof lanzó su campaña flanqueado por intendentes leales y sin la participación de referentes de La Cámpora, en una muestra clara de la crisis interna que atraviesa al oficialismo.
La tensión que atraviesa al Frente Unión por la Patria en la provincia comenzó a escalar semanas antes del cierre formal del 20 de julio. Las negociaciones entre Kicillof, Máximo Kirchner y Sergio Massa estuvieron marcadas por la desconfianza, las operaciones cruzadas y la pelea por el control del armado legislativo. Como reveló La Tecla, los dirigentes camporistas acusaron al gobernador de querer “bajar línea” sin consensuar y de excluirlos de actos de campaña. Del otro lado, el kicillofismo resistía la imposición de listas por parte de San José 1111, sede central de La Cámpora.
El resultado fue un cierre de listas caótico, que incluyó prórrogas, listas espejo y un acuerdo de madrugada con intervención directa de Cristina Kirchner. El reparto final dejó 14 lugares con posibilidades reales para La Cámpora, apenas 2 para el espacio del gobernador (Movimiento Derecho al Futuro) y el resto distribuido entre el massismo y otros sectores. La distribución alimentó la sensación de derrota entre intendentes del conurbano que habían apostado por la “emancipación” de Kicillof respecto del kirchnerismo tradicional.
“Nos cagaron, entraron ellos solos”, lanzó un operador del MDF tras la definición. La frase resume el clima enrarecido que persiste dentro del espacio. En la práctica, el gobernador logró imponer candidaturas testimoniales en la Primera y la Tercera Sección Electoral —las más populosas— encabezadas por Verónica Magario y Gabriel Katopodis, pero perdió el control sobre la Quinta y la Octava, donde se impusieron Fernanda Raverta y Ariel Archanco, ambos de La Cámpora.
La reacción camporista no tardó en aparecer. La intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, y el diputado Facundo Tignanelli —ambos candidatos en la Tercera Sección— salieron públicamente a marcar diferencias. En una entrevista Mendoza criticó las candidaturas testimoniales y reclamó por la falta de consulta en la conformación de las listas. “Cristina planteó criterios que no se tuvieron en cuenta”, sostuvo, en alusión al rol marginal que tuvo la expresidenta en las definiciones finales.
Kicillof, por su parte, decidió iniciar su campaña con actos en Almirante Brown y Berazategui, sin presencia de figuras camporistas ni referencias a CFK o al eslogan “Cristina Libre”. En su discurso, eligió centrar el eje en la confrontación con Javier Milei: “Tenemos un instrumento para frenar a Milei: una boleta que dice Fuerza Patria”, afirmó, en un intento de nacionalizar el debate sin enredarse en disputas internas.
Pero el riesgo es que las disputas no queden contenidas en los pasillos partidarios y terminen impactando en las urnas. La Libertad Avanza, que ya definió al gobernador bonaerense como blanco principal, intensificó su ofensiva. En un acto en La Plata, Milei calificó a Kicillof como “pichón de Stalin” y “burro eunuco”, dejando en claro que la provincia será el terreno central de la batalla electoral.
En este contexto, la unidad peronista aparece más como una formalidad que como una estrategia cohesionada. Aunque se logró evitar la ruptura, la campaña arranca con un peronismo dividido, donde cada sector parece hablarle a un electorado distinto. Mientras el gobernador busca consolidar su figura como gestor eficiente y crítico de Milei, La Cámpora intenta preservar su identidad con guiños a la militancia kirchnerista, incluso a riesgo de profundizar el desgaste interno.
Para los analistas políticos, la pregunta central es si la boleta de unidad será suficiente para contener la fuga de votos en un escenario de alta polarización. “El problema no es solo el reparto de cargos, sino el proyecto político. Hoy no está claro si el peronismo está discutiendo el poder o solo cómo reparte lo que le queda”, sostuvo un dirigente con despacho en La Plata.
Con las elecciones cada vez más cerca, la campaña bonaerense transcurre en medio de una pulseada interna que nadie se atreve a dar por saldada. El principal desafío del peronismo no es solo frenar a Milei, sino evitar que su propia interna le allane el camino.
