¿Estabilidad o espejismo? El nuevo dólar de Milei bajo la lupa


Tras el levantamiento del cepo y el acuerdo con el FMI, el Gobierno celebra una aparente calma cambiaria y el fortalecimiento de reservas. Sin embargo, persisten dudas sobre la sostenibilidad del modelo, el impacto en la inflación y los efectos reales sobre la economía de a pie.


El experimento Milei: calma tensa en el frente cambiario

Con la muerte del cepo como acto inaugural de su política monetaria y el FMI como socio estratégico, el gobierno de Javier Milei logró estabilizar el dólar en un rango de flotación entre $1.000 y $1.400. Por ahora, el mercado responde con cierta docilidad: el blue cayó a $1.250, el MEP retrocedió a $1.168 y el contado con liquidación se ubicó apenas por encima, en $1.175. La brecha cambiaria, históricamente tensionada, se redujo a menos del 10%, un escenario impensado hace apenas unos meses.

Desde Casa Rosada interpretan este panorama como una muestra de éxito. La narrativa oficial señala un punto de inflexión en la macroeconomía: tipo de cambio estable, reservas en recuperación y expectativas inflacionarias a la baja. Pero ¿es esto una nueva normalidad o apenas un respiro en medio de un ajuste de enormes proporciones?

Los pilares de la nueva calma

Detrás de la pax cambiaria hay un cóctel de factores. El primero es el ingreso de divisas frescas: USD 12.000 millones del FMI, USD 1.500 millones del Banco Mundial y promesas de nuevos desembolsos condicionados al cumplimiento de metas. Las reservas brutas treparon a USD 38.612 millones, su mayor nivel en un año. Sin embargo, las reservas netas siguen sujetas a controversia: según la metodología, podrían ser positivas en poco más de USD 4.000 millones o negativas si se computan los compromisos financieros de corto plazo.

El otro pilar es el discurso de la austeridad. Con el equilibrio fiscal como mantra, el Gobierno eliminó la emisión monetaria y cortó abruptamente la asistencia del Banco Central al Tesoro. Federico Furiase, director del BCRA, lo resume en una frase: “La macro está saneada”. Para los operadores financieros, eso es suficiente —por ahora— para apostar por instrumentos en pesos, con el “carry trade” como jugada preferida.

Inflación: ¿desacople por ancla cambiaria o ilusión temporal?

Uno de los grandes interrogantes es si esta estabilidad del dólar logrará frenar la inercia inflacionaria. Desde el oficialismo insisten en que buena parte de las remarcaciones se produjeron con un dólar más alto del que hoy rige, y presionan públicamente a supermercados y proveedores para que retrotraigan precios. Luis Caputo se convirtió en vocero visible de esta cruzada, apuntando a “márgenes injustificados” y estrategias de marketing que distorsionan los valores de góndola.

El economista Miguel Boggiano proyecta una inflación menor al 2% hacia mitad de año y, a diferencia de la convertibilidad de los 90, resalta que esta vez no hay tipo de cambio fijo: “La flotación otorga flexibilidad y el ancla es fiscal, no monetaria”. Sin embargo, el riesgo persiste: si la baja de precios no se concreta y el consumo sigue cayendo, la contracción podría convertirse en una trampa recesiva.

¿Dólar calmo, bolsillo frío?

Más allá de la euforia oficial, en la economía real el panorama sigue siendo adverso. El consumo continúa en retroceso, los ingresos pierden contra la inflación y el mercado laboral no muestra señales de reactivación. El alivio cambiario no se traduce automáticamente en mejora del poder adquisitivo ni en reanimación del mercado interno.

En este contexto, el nuevo dólar de Milei parece más una pausa táctica que una victoria estratégica. Los próximos meses serán clave: si la liquidación del campo se activa como espera el Gobierno, las metas fiscales se cumplen y la inflación cede, el experimento liberal podría ganar solidez. Pero si alguno de esos pilares flaquea, la calma podría ser solo un espejismo.

El nuevo esquema cambiario de Milei logró descomprimir tensiones de corto plazo, pero aún está lejos de convertirse en una solución estructural. La sostenibilidad del modelo dependerá no solo de la disciplina fiscal y el respaldo internacional, sino de su capacidad para generar bienestar tangible. Porque al final del día, la verdadera estabilidad no se mide en reservas ni en cotizaciones: se siente —o no— en el bolsillo.