Aunque mantiene presencia territorial e influencia política, el peronismo aún no logra canalizar el descontento social con el gobierno de Javier Milei. La falta de una narrativa renovada y una estrategia clara de poder impiden consolidar una oposición efectiva. ¿Puede el peronismo reconstruirse o quedará atrapado en la nostalgia y la resistencia estéril?
El informe reciente de la consultora Delfos reabre un interrogante central para la política argentina: ¿puede el peronismo —hoy nucleado en Unión por la Patria— transformarse en una fuerza de reconstrucción nacional o está condenado a un rol meramente testimonial de resistencia? En medio de la crisis económica y del giro ideológico que propone el gobierno de Javier Milei, el movimiento fundado por Juan Domingo Perón enfrenta una encrucijada histórica.
Según Delfos, Unión por la Patria aún conserva un nivel de presencia “relevante” en el mapa político, gracias a su estructura territorial, sus gobernadores, intendentes, redes sindicales y sociales. Sin embargo, esa capilaridad no se traduce en una representación activa del malestar popular. En palabras de la consultora, “no logra capitalizar plenamente el descontento social con el rumbo económico y político del gobierno de Milei”. En otras palabras, el peronismo está en escena, pero desdibujado.
La oposición fragmentada y el relato en disputa
El fenómeno Milei irrumpió como una fuerza disruptiva que supo hablarle a una parte del electorado desilusionado con la política tradicional. A través de una narrativa moralizante, con ribetes religiosos y tono mesiánico, el presidente construyó un vínculo emocional con sectores amplios de la sociedad. En contraposición, el peronismo aparece sin voz ni épica, replegado en una actitud defensiva, aferrado a consignas del pasado que hoy no logran conmover a una ciudadanía golpeada por la inflación, la pérdida de poder adquisitivo y el derrumbe del Estado.
Distintas encuestas —como las realizadas por Opinaia, Analogías y Zuban Córdoba— confirman un dato clave: mientras crece el rechazo a algunas medidas del gobierno, aún se mantiene alto el núcleo de apoyo a Milei, basado más en expectativas que en resultados concretos. En ese escenario, el peronismo debería, según Delfos, construir una alternativa que combine “representación territorial, vocación de poder y una narrativa alternativa creíble frente al discurso libertario”.
El problema es que esa síntesis aún no aparece. El Frente de Todos se disolvió como fuerza cohesionada y Unión por la Patria navega entre disputas internas, liderazgos debilitados y una identidad en disputa. La reciente reaparición de Cristina Fernández de Kirchner agitó las aguas, pero no despejó el horizonte. El liderazgo histórico pesa, pero también limita.
La reconstrucción: entre el anclaje territorial y la renovación discursiva
Para algunos analistas, como el politólogo Andrés Malamud, el peronismo sigue siendo “la única fuerza con capacidad real de disputar el poder en todo el país”. Sin embargo, esa potencialidad debe actualizarse con nuevos lenguajes y símbolos que conecten con las subjetividades del presente.
“Ya no alcanza con hablar de justicia social o redistribución. Hay que hablar de futuro, de productividad, de seguridad, de un Estado inteligente que resuelva problemas concretos”, señala el sociólogo Ricardo Rouvier. En ese sentido, el desafío no es solo de discurso, sino de práctica política: mostrar gestión, formular propuestas superadoras, y disputar el sentido común que hoy domina la escena pública.
También hay una batalla cultural en curso. El libertarismo ha colonizado buena parte del debate mediático y digital, posicionando términos como “libertad”, “casta” o “socialismo” en clave negativa. El peronismo, que históricamente supo construir símbolos y relatos movilizadores, parece hoy sin reflejos frente a esa avanzada. Recuperar la mística no implica repetir fórmulas, sino resignificarlas en un nuevo contexto.
¿Resistencia o alternativa?
La tentación de refugiarse en la resistencia es comprensible. Milei ha emprendido un ajuste feroz, con efectos sociales profundos, y un desmantelamiento del Estado que amenaza derechos históricos. Pero la historia muestra que el peronismo se revitaliza no solo resistiendo, sino proponiendo. El 17 de Octubre, el regreso del ’73, o la renovación del ’87 fueron momentos de ofensiva política, no de repliegue.
Hoy el dilema no es solo cómo oponerse a Milei, sino cómo reconstruir un proyecto de país que entusiasme, incluya y ofrezca futuro. La pregunta no es solo si el peronismo puede volver, sino para qué. Porque la reconstrucción no es volver atrás, sino construir algo nuevo desde lo propio.
