«El grito de los sin voz: represión, austeridad y la batalla por la dignidad»


En las calles que rodean el Congreso, el gas pimienta y los bastones policiales silenciaron a los jubilados, pero no su indignación. Mientras el Gobierno oficializa aumentos irrisorios, la violencia institucional y el ajuste dibujan un país donde envejecer es sinónimo de lucha.


Crónica de una Represión Anunciada

El miércoles al atardecer, el Congreso de la Nación se convirtió en el escenario de un operativo que mezcló el absurdo con la crueldad. Cientos de efectivos de Prefectura, Gendarmería y la inusual Policía Aeroportuaria —con chalecos antibalas y escudos— rodearon a un grupo de jubilados que, con carteles hechos a mano y banderas desgastadas, reclamaban por pensiones dignas. Entre ellos estaba Ludmila, de 8 años, quien salía del dentista con su padre cuando el gas pimienta le quemó los ojos. «Ella solo quería un helado», contó un rescatista del CEPA, mientras atendía a los 38 heridos que dejó la jornada.

La imagen resume el contraste perverso de estos tiempos: niños llorando entre ancianos golpeados, mientras el Gobierno de Javier Milei oficializa un aumento del 2,4% para jubilaciones que ni siquiera alcanza para comprar pan. «Hubo más milicos que jubilados», resumió Rubén Cocurullo, de Jubilados Insurgentes, mientras miraba cómo la policía bloqueaba a la columna de la UOM con Abel Furlán a la cabeza.

El Ajuste que Duele Dos Veces

Mientras las fuerzas de Patricia Bullrich desplegaban su teatro de la violencia, el Boletín Oficial publicaba una resolución que condena a los jubilados a la indigencia: la mínima pasará a 285.820,unmontoquenisiquieracubrelacanastabaˊsicaalimentaria.Aestosesumaelbonode70.000, congelado desde marzo de 2024 y que el Gobierno se niega a actualizar. «Es un crimen social», denunciaba una bandera de Dock Sud en la protesta.

Nora Biaggio, del Plenario de Jubilados, no duda en señalar al verdadero enemigo: «La moratoria previsional venció, y ahora 250.000 personas —la mayoría mujeres que cuidaron hijos o trabajaron en negro— quedarán fuera del sistema. Milei no solo reprime cuerpos, sino derechos».

La Memoria Herida

Este no es un episodio aislado. El 12 de marzo, el fotógrafo Pablo Grillo fue golpeado hasta quedar al borde de la muerte. Su padre, Fabián, aún tiembla al recordar: «Él no sabe lo que le pasó. Solo recuerda que estaba documentando la lucha de los jubilados». Aunque la semana pasada no hubo represión, el Gobierno intentó disuadir las protestas con requisas en estaciones de tren y controles militares en los accesos a la Ciudad.

El «Nono» de Boedo, un jubilado que pedalea cada miércoles hasta el Congreso, lo dice sin rodeos: «Hoy no es cuestión de partidos. Es estar acá, porque el próximo viejo golpeado podés ser vos». En su bicicleta, lleva un cartel con un mensaje directo: «Ayudame a luchar, el próximo viejo sos vos».

El Operativo que Delata el Miedo

¿Por qué tanta fuerza para reprimir a quienes piden sobrevivir? La respuesta late en las pancartas: «Todos somos jubilados, es una cuestión de tiempo». El Gobierno parece entender que estos ancianos —muchos con camisetas de Godoy Cruz o Rosario Central, otros con banderas de Madres de Plaza de Mayo— encarnan un símbolo incómodo: el del Estado que abandona a sus mayores.

La Comisión Provincial de la Memoria (CPM) lo documentó con crudeza: agentes agredieron incluso a sus veedores, mientras la Policía Federal empujaba a los manifestantes hacia las veredas. «Usaron la violencia no para mantener el orden, sino para humillar», acusó un observador.

El Futuro que Espera

Este sábado 29 de marzo, las organizaciones de jubilados se reunirán en la Mutual Sentimiento para planear su próximo movimiento. Entre sus demandas: una jubilación universal de $1,2 millones, el 100% de descuento en medicamentos y la restitución de la moratoria. «No nos van a detener», promete Biaggio.

Mientras, Ludmila —la niña gaseada— juega en su casa de Constitución, a siete cuadras del Congreso. Su padre, aún con los ojos enrojecidos, mira las noticias y piensa en el país que heredará su hija: uno donde los abuelos son enemigos del poder y la niñez, víctima colateral.

La Dignidad no se Jubila
En un rincón de la Plaza Congreso, una bandera vieja y rasgada sigue ondeando: «Robar a los jubilados es un crimen social». Las palabras, escritas con pintura blanca, resuenan como un eco de otras luchas. Pero hoy, bajo un Gobierno que criminaliza la pobreza y glorifica el ajuste, esa bandera es también un espejo: refleja el rostro de una Argentina donde envejecer es un acto de resistencia.