Con salarios reales en caída, tarifas disparadas, ahorro en extinción y niveles récord de endeudamiento, la clase media argentina enfrenta una fragilidad inédita. Nuevos estudios privados revelan que más de la mitad de los hogares recurre cada mes a maniobras financieras para sostener su nivel de vida. La morosidad crece y el pacto social que sostuvo al país durante décadas parece resquebrajarse.
La clase media vive de prestado
Durante décadas, la clase media argentina fue sinónimo de movilidad social, educación pública ascendente y un horizonte de progreso posible. Hoy, ese sujeto histórico atraviesa un deterioro acelerado que no tiene precedentes recientes y que comienza a alterar la estructura misma de la sociedad. No es solamente una coyuntura económica difícil: es un cambio profundo en las condiciones materiales que definieron la identidad del país.
Un estudio reciente elaborado por consultoras privadas a partir de datos oficiales registró un hallazgo elocuente: el 53% de los hogares de ingresos medios necesita endeudarse o consumir ahorros para llegar a fin de mes. No se trata de un fenómeno marginal ni asociado a la pobreza estructural: es la radiografía de un proceso que afecta al corazón productivo y profesional del país. Según el informe citado por El Destape, esta situación se consolidó y se profundizó en los últimos meses, acompañada por un deterioro persistente del salario real y la pérdida de poder adquisitivo frente al costo de vida.
El golpe silencioso de las tarifas
Entre los factores que explican esta erosión aparece un elemento que cambió por completo la ecuación familiar: el aumento abrupto de los servicios públicos. Hasta hace dos años, su peso en la canasta de consumo era relativamente bajo. Hoy, según estimaciones privadas recopiladas por Ámbito Financiero, supera el 10% del ingreso promedio de un trabajador formal.
Para millones de familias, la suba de tarifas no solo ajustó el presupuesto: desplazó otros gastos esenciales y provocó una reacción en cadena que se observa en la caída del consumo, el deterioro del ahorro y el avance del endeudamiento cotidiano.
Ahorros que se evaporan y deudas que crecen
El proceso tiene tres etapas que ya se verifican de manera masiva:
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Drenaje de ahorros: cuatro de cada diez hogares de ingresos medios utilizan reservas para afrontar gastos corrientes. Ya no se trata del fondo para emergencias, sino del ahorro destinado a educación, salud o vacaciones.
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Liquidación de bienes: cada vez más familias venden objetos personales, vehículos o electrodomésticos para compensar la caída del salario real.
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Endeudamiento creciente: un cuarto de los hogares apela a créditos, adelantos de sueldo o financiamiento informal para cerrar el mes. En la clase media, la deuda bancaria duplica la de los sectores más pobres, lo que evidencia una dependencia estructural del crédito para sostener un nivel de vida que antes se financiaba con ingresos propios.
Paralelamente, el sistema financiero registra señales de alerta. La morosidad familiar alcanzó su nivel más alto en más de 15 años, un salto brusco asociado a la caída de ingresos y al encarecimiento del crédito. La capacidad de repago se deterioró con tal velocidad que bancos y consultoras advierten sobre un riesgo sistémico: un retroceso prolongado del consumo y un freno aún mayor en la actividad económica.
Una cuerda cada vez más delgada
El fenómeno no es nuevo en la historia argentina, pero sí lo es su intensidad y su velocidad. La clase media, acostumbrada a absorber golpes cíclicos y reacomodarse, hoy aparece sin amortiguadores. La combinación de tarifas en alza, salarios rezagados, inflación persistente y tasas de interés prohibitivas produce un estrangulamiento que empuja hacia abajo a segmentos que tradicionalmente actuaban como motor de la economía interna.
Economistas consultados por distintos medios coinciden en que un modelo económico basado exclusivamente en el ajuste del gasto y la contracción de la demanda genera un impacto directo sobre la clase media y, por extensión, sobre el ecosistema pyme, responsable de más del 60% del empleo privado. Con menos consumo, las empresas reducen producción, suspenden personal y postergan inversiones, realimentando un círculo recesivo.
Cuando cae la clase media, cae el país
Los datos muestran algo más profundo que un cuadro de crisis temporal. La Argentina está ante el riesgo de erosión de su pacto social: ese acuerdo tácito según el cual el esfuerzo, el trabajo y la educación garantizaban una mejora sostenida en la calidad de vida. Hoy, ese ascenso aparece interrumpido y reemplazado por una lógica de supervivencia.
El deterioro no solo afecta a los indicadores macroeconómicos: impacta en la confianza colectiva, la movilidad social y la percepción de futuro. La clase media se ha convertido en un equilibrista obligado a caminar sobre una cuerda que se afina cada mes, mientras el soporte que la sostenía —salarios reales, empleo estable, tarifas moderadas, crédito accesible— se debilita.
La discusión de fondo es qué modelo de país se está construyendo. Porque, como recuerda la experiencia histórica, la receta del ajuste sin desarrollo siempre desemboca en el mismo lugar: más desigualdad, más endeudamiento, más fragmentación. Y un país sin clase media fuerte es un país sin estabilidad, sin consumo, sin horizonte de crecimiento sostenible.
La reconstrucción requiere recuperar políticas que pongan en el centro el ingreso, el trabajo y la producción, no solo la contabilidad fiscal. Una economía funciona cuando la gente vive de su salario, no de sus ahorros; cuando proyecta, no cuando sobrevive.
La pregunta, entonces, ya no es si la clase media podrá resistir este experimento económico, sino cuánto daño sufrirá la sociedad argentina antes de que cambie el rumbo.
ANTONIO MUÑIZ
