Por Raúl Hutin (*)
La sociedad está al borde del precipicio: las pymes siguen cerrando porque no tienen más aire, los salarios reales vuelven a caer, la industria se desploma y los trabajadores pierden calidad de vida, generando todo esto una parálisis cada vez mayor del mercado interno. Y en el medio de la crisis estructural aparece un proyecto de reforma laboral que, lejos de apuntalar el trabajo, lo desprotege para favorecer una lógica de precarización.
El oficialismo plantea una rebaja de costos laborales, flexibilización de condiciones, mayor facilidad para despedir y un marco regulatorio que ubica al trabajador como variable de costo más que como activo central de la producción.
La pregunta obligada que debemos hacernos es: ¿esa reforma fortalece al trabajo y a la producción nacional, o le da vía libre al sector financiero y a la especulación para saquear el futuro del empleo? El trabajo debe ser el eje, no la flexibilización. Desde hace tiempo vengo advirtiendo que sin industria nacional pujante, sin pymes activas y sin trabajadores con derechos, no hay crecimiento posible.
Las pymes formamos más del 95% de las empresas privadas, generamos gran parte del empleo formal y sostenemos la economía de cada región, cada ciudad y cada barrio. Una reforma laboral que no tenga en su centro a ese tejido productivo es una reforma contra la patria productiva.
La Argentina no necesita “mercado laboral” más flexible para la especulación: necesita empleo formal, con derechos, y una apuesta decidida al valor agregado, a la industria y a las economías regionales.
Lamentablemente son otras las prioridades que deberían guiar la agenda del gobierno:
1.Recobrar los salarios reales: los trabajadores no pueden ser la variable de ajuste. Cuando el salario se derrumba, se destruye consumo, se erosiona mercado interno y se arrastra todo.
2.Formalizar el empleo: revertir la precariedad, la informalidad, los contratos en negro. Y reconocer que formalizar cuesta, pero es base de dignidad social.
3.Rediseñar la carga impositiva: no puede seguir siendo igual para desiguales. Las micro, pequeñas y medianas empresas deben tener un trato diferenciado que aliente, no que asfixie.
4.Promover la producción, la industria, la innovación: sin estas, la reforma laboral se convierte en herramienta de dar poder a quienes especulan y no a quienes crean.
Pero sobre todo, no podemos seguir tolerando que las grandes decisiones económicas y laborales se tomen al margen de quienes producen, quienes trabajan y quienes sostienen la nación. No podemos seguir entregando la soberanía productiva, territorial, del conocimiento, por cuatro monedas y un par de promesas vacías.
La reforma laboral debe concebirse como parte de un proyecto nacional que ponga al trabajo y a la producción en el centro, ser producto del consenso y con participación activa de todos los sectores productivos. Si no, será una reforma para los outsiders, para la gran especulación, mientras el empleado común, la pyme, el obrero, el técnico, pierden nuevamente.
La Argentina se juega el futuro del trabajo, de la dignidad y del desarrollo. Si la reforma laboral se convierte en instrumento de especulación, ajuste y precariedad, estaremos ante otro capítulo de degradación económica y social.
Pero aún estamos a tiempo de revertirlo: esperamos que, si de verdad representan al pueblo productivo, veamos un Congreso que defienda a las pymes, que defienda al trabajador, que impulse la inversión, la ciencia, la tecnología y la infraestructura.
El trabajo no es un costo que hay que achicar, es un valor que hay que priorizar. Y en eso estamos: o construimos nación sobre el empleo y la producción, o seguimos deslizando sobre el abismo.
(*) Secretario de la Central de Entidades Empresarias Nacionales
