Un espejo del pasado que refleja el presente

¿Por qué es necesario ver la miniserie sobre Benito Mussolini?

La miniserie M: El Hijo del Siglo no es solo una producción televisiva sobre el ascenso de Benito Mussolini. Es una advertencia política y una obra audiovisual de enorme calidad que conecta de manera inquietante con la actualidad. Basada en la monumental novela de Antonio Scurati y dirigida por Joe Wright, la serie es una inmersión estética y emocional en los orígenes del fascismo, pero también una interpelación al presente.


El ascenso del Duce y el derrumbe de la democracia

La historia se centra entre 1919 y 1925, los años que marcan la transformación de Mussolini —de periodista socialista marginal a líder absoluto de Italia— y la muerte de la democracia parlamentaria. El punto de quiebre es su célebre discurso del 3 de enero de 1925, cuando asume “toda responsabilidad histórica, política y moral” por el asesinato del socialista Giacomo Matteotti. Con esa confesión pública, Mussolini inicia el régimen fascista y demuestra que la inacción de la oposición puede ser tan peligrosa como la violencia autoritaria.

La serie, coproducida por Sky Studios, Fremantle, The Apartment Pictures, Pathé, Cinecittà y Small Forward Productions, combina rigor histórico y una puesta visual impactante. La fotografía de Seamus McGarvey y la música de Tom Rowlands, de The Chemical Brothers, crean un ambiente hipnótico donde la estética se vuelve lenguaje político.

Luca Marinelli interpreta al Duce con una intensidad abrumadora. Su trabajo ha sido destacado como una de las mejores actuaciones de los últimos años: un Mussolini seductor, violento y teatral que rompe la cuarta pared para hablarle al espectador contemporáneo, interpelándolo con la frase: “Miren alrededor. De nuevo estamos aquí”.

El fascismo como espejo contemporáneo

Más allá del retrato histórico, M: El Hijo del Siglo plantea un dilema vigente: ¿Cómo una sociedad harta de la política tradicional puede abrirle la puerta al autoritarismo? La serie retrata el clima de desencanto y caos social que dio origen al fascismo, y lo hace con guiños al presente. El propio Joe Wright explicó que su intención era que el público “se sienta seducido por Mussolini para que entienda su propia responsabilidad frente a los líderes autoritarios”.

El relato resuena en un mundo donde resurgen discursos de odio, teorías conspirativas y populismos de derecha que prometen “refundar” la nación desde el resentimiento. Italia en 1919 o Europa tras la Gran Guerra podrían ser metáforas de cualquier país atravesado por crisis económica, desinformación y hastío social.

Estilo, ritmo y simbolismo

Wright construye un universo visual que mezcla recursos teatrales, montaje frenético y una estética que oscila entre el documental y la ficción estilizada. La serie evita el didactismo para instalar una tensión constante entre fascinación y repulsión. Cada episodio muestra cómo el poder se naturaliza: primero como espectáculo, luego como hábito, finalmente como dogma.

En esa narrativa, el carisma del líder, el desprecio por las instituciones, el control del relato mediático y la creación de enemigos internos son mostrados como engranajes previsibles de la maquinaria autoritaria. Nada surge de la nada: el fascismo no irrumpe, se construye.

Las controversias

Algunos historiadores italianos han señalado imprecisiones o licencias dramáticas. Ciertos críticos sostienen que la velocidad del montaje y la intensidad estética pueden, en momentos, rozar la “glamorización” del fascismo. Sin embargo, la mayoría coincide en que el objetivo de la serie no es exculpar al Duce, sino mostrar cómo una sociedad entera participa, consciente o no, en su propio sometimiento.

Un llamado a la conciencia democrática

M: El Hijo del Siglo no es solo entretenimiento. Es una advertencia sobre el poder de la manipulación emocional y la fragilidad de las democracias cuando el miedo y la desilusión reemplazan al pensamiento crítico. En tiempos de polarización, la serie nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad colectiva: cómo se construye el mito del “salvador” y qué ocurre cuando el pueblo confunde autoridad con liderazgo.

Verla hoy, en medio de discursos de odio, teorías de complot y promesas mesiánicas, es un acto de memoria. Es una manera de recordar que los autoritarismos no nacen del vacío, sino del silencio cómplice y la fascinación por el poder.

Epílogo

M: El Hijo del Siglo es una obra imprescindible: por su calidad cinematográfica, por la profundidad de su mensaje y por la urgencia de su advertencia. No se trata de mirar al pasado por nostalgia, sino por prevención. La historia de Mussolini, narrada con la potencia de la gran televisión europea, funciona como un espejo que nos obliga a preguntarnos: ¿qué tanto hemos aprendido del siglo XX?

Verla no es un acto de consumo cultural: es un ejercicio de ciudadanía. Porque, como dice el propio Duce en los primeros minutos de la serie, “miren alrededor: de nuevo estamos aquí”.
Y precisamente por eso, es inevitable verla.