El voto fragmentado y la grieta entre ricos y pobres

Las elecciones legislativas de 2025 dejaron al desnudo una fractura estructural: los sectores más ricos consolidaron su apoyo al oficialismo libertario, mientras los sectores populares votaron al peronismo, pero en esos sectores fue fuerte la abstención y el voto de protesta. La política ya no logra organizar la sociedad: es la desigualdad la que organiza la política.

Por Antonio Muñiz


La nueva geografía del voto

El informe publicado por La Nación sobre el comportamiento electoral por nivel socioeconómico confirmó lo que muchos intuían: la Argentina vota hoy partida en dos.
Los distritos más acomodados —norte del conurbano, CABA, el interior bonaerense,  Córdoba capital, zonas altas de Mendoza y algunos enclaves patagónicos— votaron en bloque por La Libertad Avanza y los restos de Juntos por el Cambio.
En los barrios populares el voto mayoritario fue al peronismo, pero hubo baja participación, voto disperso y una notable pérdida de representación.


Allí donde el peronismo solía ser identidad, hoy predomina la apatía, la desafección o la protesta.


Este cambio no es sólo político, es cultural. Pierre Bourdieu advertía que la estructura social moldea la percepción de la realidad (La distinción, 1979). En la Argentina de 2025, esa homología se quebró: los pobres ya no votan como pobres, y las clases medias precarizadas dejaron de ser el puente entre lo popular y lo institucional.
Según Andrés Malamud, “la política vive un proceso de desanclaje: los votantes se comportan más como consumidores que como ciudadanos”. Y esa ruptura tiene consecuencias directas sobre la democracia representativa.

El voto emocional y el fin de la mediación

Javier Milei construyó su hegemonía sobre un terreno fértil: el del desencanto. Su discurso no promete soluciones concretas sino redención moral frente a “la casta”.
Lo que Ernesto Laclau llamó “la razón populista” (2005) funciona en versión invertida: no para movilizar a los de abajo, sino para legitimar un orden que los excluye.
La fuerza de Milei entre los jóvenes y sectores medios-altos no radica en la racionalidad económica, sino en su potencia emocional. En los barrios más postergados, si bien ha perdido mucho del apoyo que lo acompaño en 2023, su éxito expresa otra cosa: el voto catártico de quienes ya no esperan nada del Estado ni de los partidos.

El sociólogo Pablo Touzón define esta etapa como “la era del voto desorganizado”: individuos sin mediaciones sindicales, territoriales ni políticas, que votan desde la soledad, no desde la pertenencia.
La política perdió su tejido social. Los mediadores —partidos, sindicatos, dirigentes— ya no interpelan, y en su lugar emergen “influencer ” , algoritmos y figuras que ofrecen identidad instantánea.

Poder sin mediadores: la fractura Milei–Macri

La tensión entre Milei y Mauricio Macri, es otro síntoma del desorden del poder. La reunión en Olivos terminó mal: Milei, envalentonado por su triunfo, le dejó claro al expresidente que ya no necesitaba su tutela.
Macri, que buscaba un papel de garante de gobernabilidad, se fue con las manos vacías.
En el trasfondo, no hay diferencias ideológicas: hay una lucha dentro de las elites por el control del  proceso neo conservador y por debajo hay una pelea por las cajas, los negocios y la conducción del programa de privatizaciones más grande desde los años noventa.

Es claro que cuando las élites económicas se fracturan, lo que está en juego no es el rumbo del país, sino quién reparte el botín del Estado.
El reemplazo de Guillermo Francos por Manuel Adorni, la ruptura del bloque PRO y el ascenso de los “puros y leales” dentro del gabinete son piezas de una misma trama: un poder cada vez más concentrado en un círculo financiero-mediático cerrado sobre sí mismo.

La desarticulación del sujeto popular

En el norte argentino y el conurbano profundo, la abstención superó el 40 %. No es desinterés: es resistencia pasiva. James C. Scott lo definió como “el arte de la resistencia de los dominados”: no legitimar con el voto un sistema que ya no los representa.

El sujeto histórico del peronismo —trabajadores, pymes, clases medias bajas— se desintegró en múltiples fragmentos. Los formales son minoría, los informales no se sienten representados por el sindicalismo tradicional y los jóvenes viven la política como espectáculo.
Mientras tanto, los pequeños empresarios, ahogados por la recesión, la inflación, la presión impositiva y la falta de crédito, se alinean con el discurso anti-Estado.

Aldo Ferrer ya lo advertía en Vivir con lo nuestro (1998): sin una burguesía nacional comprometida, no hay desarrollo ni proyecto colectivo. Hoy, la economía argentina carece de ese sujeto productivo; el capital se extranjeriza y el trabajo se precariza.

Una hegemonía conservadora en ascenso

La Argentina vive un nuevo ciclo de hegemonía neo liberal – conservadora. No porque exista consenso ideológico, sino porque las fuerzas populares perdieron su narrativa.
Antonio Gramsci definía la hegemonía como “la dirección intelectual y moral que una clase ejerce sobre las demás”. Hoy, esa dirección la ejercen los grupos financieros, mediáticos y tecnológicos que orbitan alrededor del poder libertario.

La política, reducida a gestión de la crisis, abandonó su función más alta: construir sentido.
Juan Domingo Perón lo expresó con precisión en 1952: “La verdadera política es la política del destino”. Hoy, ese destino común parece haber sido privatizado.

El peronismo enfrenta así una encrucijada histórica: o reconstruye un lenguaje capaz de interpelar a las mayorías, o corre el riesgo de convertirse en un museo de sí mismo.
Debe dejar de ser administrador de la resignación y volver a ser constructor de esperanza. Recuperar la idea de comunidad, de trabajo y de soberanía como pilares de un futuro posible.

Entre la estadística y el sentido

El voto de los ricos expresa la seguridad de quienes ganan con el modelo; el voto fragmentado de los pobres, la desesperanza de quienes quedaron fuera.
La política ya no organiza la sociedad: es la desigualdad la que organiza la política.
Mientras las elites disputan el control del Estado y sus negocios, una mayoría silenciosa sigue esperando que alguien le devuelva la palabra y el destino colectivo.

Porque, al final, la verdadera disputa no es electoral ni económica: es por el sentido de país que la Argentina quiere ser.