Ni swaps ni préstamos: el dólar no obedece al relato libertario

El modelo de Milei abrió la caja de pandora de la especulación financiera y creó un agujero negro que no para de aspirar divisas norteamericanas

Por Maximiliano Pérez

Aun en los circuitos financieros afines al gobierno de Javier Milei —que ya no confían en un triunfo electoral, pero sí en una especie de remontada épica gracias a la decisión del Presidente de “poner el cuerpo” en el tramo final de la campaña— existe consenso sobre la inminencia de un cambio en el esquema cambiario de nuestro país. No solo por la extinción del sistema de bandas, sino porque la presión sobre la moneda norteamericana se ha vuelto prácticamente insostenible, a pesar de los anuncios de swaps, préstamos y otras yerbas que llegan desde Estados Unidos.

El problema para el Gobierno es el “éxito” de su propio modelo, que nunca buscó promover inversiones productivas, sino contener la inflación planchando el precio del dólar de manera artificial y garantizando un flujo constante de divisas para atender la demanda. Una lógica que casi reedita la convertibilidad de Domingo Cavallo en los 90, aunque con algunos ajustes acordes a los tiempos que corren.

La maniobra es tan evidente que no solo impacta en la pérdida de reservas, sino que ya puede verse cómo se multiplican en los centros comerciales los negocios de “Todo por 2 (mil) pesos”, mientras que las tiendas de ropa y electrodomésticos registran una caída mortal en las ventas, a manos de plataformas internacionales como Temu o Shein. Estas, gracias a la desregulación tributaria para el ingreso de productos, ponen a competir el trabajo ultraprecarizado de los países asiáticos con la mano de obra nacional, todavía con algún resquicio de seguridad social y derechos laborales.

¿Quién invirtió 100 mil dólares el lunes, ganó casi U$S 2000 en 24 horas?

La oportunidad es ahora. Tanto para los negocios de productos importados como para los compradores de dólares que buscan subirse al carry trade, cuyo nombre en criollo es “bicicleta financiera”. Para muestra basta un botón: quienes compraron dólares al valor oficial el lunes, a $1.495 por unidad, y los vendieron 24 horas después en el mercado blue a $1.525, obtuvieron una diferencia de $30 por dólar. Quien realizó la operación con mil dólares ganó $30.000, y quien lo hizo con 100 mil obtuvo una rentabilidad de tres millones de pesos, que además pudo reinvertir al valor oficial de $1.515. En otras palabras, logró U$S 1.980 en solo 24 horas, sin realizar ningún tipo de inversión productiva ni asumir riesgo alguno.

De más está decir que este esquema no puede sostenerse en el tiempo sin quebrar las arcas del Estado, que es quien debe cubrir la rentabilidad no productiva de los “inversores” del sistema financiero, quienes además operan con montos infinitamente superiores a los del ejemplo.

Pero como existe consenso sobre un cambio de esquema —que muy probablemente incluya una devaluación gradual, automática o dirigida, pero devaluación al fin— lo que ocurre es que los dólares no están volviendo al sistema. La bicicleta se estira para después de las elecciones: la demanda del billete verde es constante tanto en el mercado oficial (al que solo acceden personas humanas) como en el de futuros y financieros, principales herramientas de las empresas para resguardar sus activos y multiplicarlos en cuestión de días. Incluso si el Gobierno insiste con intervenir en el precio oficial, el segmento blue podría dispararse y, con él, las ganancias de los especuladores.

El precio del dólar no baja porque el Gobierno no tomó una sola medida en ese sentido. Ni 20, ni 40 ni 60 mil millones de dólares serán suficientes si no se cierra el agujero negro que representa forzar un precio entre bandas ficticias y habilitar la bicicleta financiera en todos los segmentos. “¿Te parece barato? Comprá, campeón. No te lo pierdas”, canchereó Luis “Toto” Caputo hace poco más de un mes. El resultado: más de un millón de “campeones” no se lo perdieron, y cargaron de presión a un mercado que entró en estado de ebullición dentro de una olla a presión que está a punto de explotar.

Lo peor de todo es que ningún resultado electoral cambiará esta realidad. Ni un triunfo contundente ni una derrota decorosa del oficialismo, ni siquiera una caída estrepitosa del apoyo a Javier Milei, alcanzan para evitar la debacle de un sistema que, en las últimas semanas, solo favorece los negocios de unos pocos, mientras el resto esperamos —una vez más— el colapso de nuestra economía.

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