LAS CIUDADES BONAERENSES: sueños fundacionales y realidades truncas

En este recorrido que vengo realizando por nuestra querida provincia de los bonaerenses, he podido observar un mismo patrón de edificación en casi todas las ciudades cabeceras de municipios que visito.

El trazo urbano repite una lógica casi inmutable: en el centro, la plaza principal. A un costado, la Municipalidad; del otro, la iglesia; cerca, el Banco. Todos ellos edificios imponentes, sólidos, de grandes dimensiones. Es evidente que surgieron con una proyección clara: ser el corazón de un municipio grande, próspero, en desarrollo y crecimiento.

Municipalidad de Pellegrini Crédito: Roberto
Los primeros fundadores imaginaron ciudades que latieran con vida propia, que fueran polos de atracción para la producción, el comercio, la cultura. Esa arquitectura monumental es testigo de aquellos sueños que pensaban más allá del presente, que proyectaban hacia el futuro. Sin embargo, en algún momento, esa fuerza se detuvo. Ese sueño colectivo quedó trunco.
Es común responsabilizar de este freno a los vaivenes de la economía nacional, a las crisis cíclicas, a los desaciertos de distintos gobiernos. Y, en parte, es cierto. Pero la explicación no se agota allí. Es necesario mirar hacia adentro: al propio municipio, a sus dirigentes, a las decisiones -o indecisiones- de intendentes y concejos deliberantes.
Porque aun con un contexto difícil, hubo oportunidades para sostener las esperanzas y sueños de los primeros vecinos. Hubo margen para hacer mucho más de lo que se hizo. Mantener en pie la infraestructura urbana, mejorar calles y veredas, cuidar los clubes de barrio, fortalecer los centros de contención social, la educción y la seguridad, impulsar planes de inversión en industrias y comercios locales. No se necesitaba tanto: se necesitaba decisión política, visión y coraje.
El Cementerio de Saldungaray Crédito:
El municipio, como espacio más cercano al vecino, tiene en sus manos un enorme poder de transformación. Podría haber trabajado junto a los productores agrícola-ganaderos que viven en la ciudad, generar confianza mutua, incentivar la inversión local. Podría haber creado Bancos Municipales o regionales que funcionen como verdaderas entidades financieras de desarrollo, permitiendo que cada peso que se produce en el pueblo quede en el pueblo y se reinvierta en su crecimiento.
Los intendentes podrían haber pensado más allá de su distrito, trabajando en un marco de regionalismo. Porque ningún municipio es una isla: cada uno forma parte de un entramado productivo y social más amplio. Integrar esfuerzos, compartir infraestructura, planificar de manera conjunta, habría potenciado a toda la región.
Además, la innovación productiva -un concepto muchas veces olvidado- debió estar en el centro de la agenda. Diversificar la producción agrícola, incorporar nuevas tecnologías, apostar a granjas familiares con salida exportadora, fortalecer cooperativas, generar industrias de valor agregado. En lugar de repetir esquemas agotados, había que crear nuevas oportunidades que fijaran a la juventud en el territorio, evitando la migración forzada hacia las grandes urbes.
Cementerio de Balcarce Crédito: Roberto
Si todo esto se hubiera encarado con seriedad, visión y compromiso, nuestras ciudades podrían haber mantenido la grandeza que hoy se les niega. Esa grandeza que no está en los discursos, sino en la vida cotidiana de los vecinos: en el club que funciona, en la fábrica que abre, en la calle iluminada, en el banco local que presta para emprender, en la plaza llena de chicos y familias.
Hoy, cuando camino por estas ciudades, la sensación es agridulce. Porque los edificios imponentes siguen allí, como recordatorios de un sueño que alguna vez existió. Pero alrededor, la vida urbana parece detenida, repetitiva, sin horizonte claro. Lo que falta no es capacidad productiva ni recursos humanos. Lo que falta es organización política, innovación institucional y, sobre todo, voluntad de transformar.
Cementerio de Azul Crédito: Roberto
Tal vez sea hora de recuperar la idea de los fundadores: soñar en grande. Y sobre todo, de convertir esos sueños en políticas concretas que devuelvan a cada municipio la posibilidad de ser motor de progreso. No se trata de nostalgia por un pasado idealizado, sino de reconocer que la clave del futuro está en reorganizar la provincia desde abajo, desde sus pueblos y ciudades.
Porque si algo nos enseña la historia es que el desarrollo no baja desde los escritorios de La Plata ni desde los despachos porteños. El desarrollo nace de la plaza, de la inversión local, del club de barrio, del intendente que se anima a innovar, del productor que apuesta a su tierra. Allí está la verdadera semilla de una Buenos Ayres equilibrada, justa y grande…los bonaerenses necesitamos de Nuevos Aires.
Luis Gotte
La trinchera bonaerense
Desde la comunidad de Tandil