El triunfo de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires no solo fue una victoria electoral: significó la validación de una estrategia política de alto riesgo, la reafirmación de su autonomía dentro del peronismo y su proyección como principal figura opositora frente a Javier Milei.
Una apuesta que redefinió el tablero
El gobernador Axel Kicillof tomó una decisión que muchos consideraban suicida: desdoblar el calendario electoral bonaerense del nacional. La jugada, cuestionada por Cristina Kirchner y resistida por La Cámpora, terminó siendo la clave de un triunfo que fortaleció al peronismo en su distrito más emblemático y asestó un golpe directo al oficialismo libertario.
La victoria fue clara. El peronismo, bajo la marca Fuerza Patria, alcanzó casi la mitad de los votos y superó a La Libertad Avanza por más de 13 puntos. Ese resultado no solo ratificó la centralidad de Buenos Aires en el mapa político argentino, sino que también posicionó a Kicillof como el dirigente opositor capaz de detener la ola libertaria en el terreno electoral.
Territorio y construcción de poder
Kicillof cimentó su triunfo en el trabajo territorial. El peronismo se impuso en 99 de los 135 municipios bonaerenses, una demostración del peso de los intendentes en la movilización del voto y de la capacidad del gobernador para articular con ellos. Esta base local fue clave: a diferencia de otros dirigentes, Kicillof no se apoyó exclusivamente en un aparato centralizado, sino en un entramado de liderazgos municipales, organizaciones sociales y en el movimiento obrero, que le dieron capilaridad y sostén político.
Ese armado territorial se complementó con el lanzamiento del Movimiento Derecho al Futuro (MDF), el espacio propio de Kicillof que busca trascender el ciclo provincial y proyectarse como alternativa nacional. El MDF operó como herramienta de cohesión, evitando que las tensiones internas derivaran en fracturas mayores, y otorgándole al gobernador un instrumento político propio más allá de las estructuras tradicionales del PJ.
La derrota simbólica de Milei
La caída de Javier Milei en la provincia más grande del país tiene un valor que excede lo numérico. Buenos Aires concentra casi el 40% del padrón nacional y suele funcionar como un termómetro del humor social. La derrota libertaria refleja el desgaste de la gestión presidencial y exhibe los límites de un modelo económico que, hasta ahora, se mostraba arrollador.
Para Kicillof, en cambio, el resultado representa mucho más que un logro local. Se trata de un triunfo con proyección nacional: lo convierte en el primer dirigente opositor capaz de ganarle a Milei en un escenario claramente nacionalizado.
La interna peronista, reconfigurada
El desdoblamiento electoral abrió una fuerte disputa con el kirchnerismo más ortodoxo. Cristina Kirchner y su círculo más cercano, incluidos Máximo Kirchner y Teresa García, rechazaron la jugada y presionaron hasta último momento para evitarla. La militancia lo tradujo en cánticos directos durante la noche del triunfo: “Es para Axel la conducción”.
El resultado obligó a un repliegue de La Cámpora, que ahora debe reconocer el liderazgo que Kicillof logró construir. Incluso Cristina envió un mensaje de felicitación, gesto que marca un punto de inflexión en la relación. La pulseada interna no desaparece, pero el equilibrio de poder se inclinó hacia el gobernador.
Perfil sin manchas y estrategia electoral
Otro dato central de esta consolidación es que Kicillof llega a este punto sin denuncias de corrupción. En un contexto donde la dirigencia suele estar atravesada por cuestionamientos judiciales y mediáticos, su perfil limpio le permite instalarse como una figura de recambio confiable dentro del peronismo.
La campaña, además, llevó su impronta. Kicillof recorrió la provincia de punta a punta, sostuvo el protagonismo en los actos y se cargó la elección al hombro. El resultado mostró que, más allá de las estructuras partidarias, su figura logró conectarse directamente con el electorado.
Una proyección nacional en construcción
El discurso postelectoral del gobernador dejó en claro sus intenciones: habló de un “camino que empieza a recorrerse” y de la necesidad de construir una agenda federal en diálogo con gobernadores de otras provincias. En clave política, fue una señal de que su mirada ya no se limita a Buenos Aires, sino que comienza a explorar la posibilidad de convertirse en candidato presidencial en 2027.
No se trata de una candidatura automática. El desafío será transformar esta victoria en un proyecto nacional viable, capaz de contener a los distintos sectores del peronismo y de ofrecer una alternativa frente al oficialismo libertario. Sin embargo, los hechos son claros: Kicillof consolida su liderazgo en el peronismo bonaerense y asoma como opción para 2027.
La elección bonaerense no fue solo un episodio provincial: fue el inicio de una nueva etapa política. Con una estrategia audaz, apoyo territorial y un movimiento propio, Axel Kicillof recuperó la iniciativa del peronismo y le dio su primera gran derrota al oficialismo de Milei. El gobernador emerge hoy como el dirigente con mayor proyección de la oposición y como un candidato natural para disputar la presidencia en 2027.