La recesión industrial de 2024 y 2025, potenciada por la apertura comercial y la caída del consumo interno, acelera el desmantelamiento del entramado productivo argentino. Mientras las grandes empresas trasladan operaciones a Brasil o Paraguay, el país consolida su rol como exportador primario en beneficio de una élite extractivo financiera.
Por Redacción Data Política y Económica
La Argentina atraviesa uno de los procesos de desindustrialización más profundos desde 1976 a la fecha. Según datos del INDEC, la actividad industrial acumuló en el primer semestre de 2025 una caída del 19,1%, con retrocesos del 30% en rubros como metalurgia, calzado y textiles. El desplome productivo no solo obedece a la brutal recesión interna —profundizada por la licuación del salario real, el desempleo y la retracción del crédito—, sino a una estrategia deliberada de desmantelamiento del tejido manufacturero.
Las políticas impulsadas por el gobierno de Javier Milei —entre ellas, la liberalización irrestricta del comercio exterior, la eliminación de programas de financiamiento productivo y el retiro del Estado de toda función planificadora— han configurado un escenario donde competir resulta inviable para la industria nacional. La apertura indiscriminada a las importaciones no solo barrió con los escasos márgenes de rentabilidad de las pymes, sino que generó un efecto de “inundación” de productos importados que desplaza la producción local del mercado interno.
El éxodo productivo
La deslocalización industrial se ha convertido en una opción estratégica para muchas empresas argentinas que aún poseen capacidad de inversión. La combinación de energía cara, baja demanda, incertidumbre macroeconómica y presión impositiva termina empujando a grupos locales a trasladar plantas o líneas de producción a países con mayor previsibilidad. Brasil, con su red de incentivos industriales y un mercado interno protegido, aparece como destino preferido. Paraguay también se esta convirtiendo en un destino. China, por su parte, sigue siendo el proveedor dominante de manufacturas y bienes intermedios, pero también atrae inversiones por su escala y su infraestructura.
Este “éxodo productivo” también es impulsado por la falta de una política de defensa comercial activa. A diferencia de lo que ocurre en países desarrollados, donde los mecanismos antidumping y las barreras no arancelarias protegen industrias estratégicas, en Argentina el Estado actúa como espectador de su propia disolución productiva. Como ejemplo paradigmático, el sector metalmecánico ha sido desplazado por el ingreso masivo de maquinaria asiática, mientras industrias como la textil, el calzado o los juguetes lentamente van desapareciendo del mercado.
Agroexportación y renta financiera: el modelo dominante
En paralelo a este proceso de desindustrialización, se afianza un modelo económico centrado en la explotación de recursos naturales y la valorización financiera. Los ejes de esta matriz son claros: el agronegocio en el centro y norte del país, la minería en el NOA, y el petróleo y gas no convencional en la Patagonia. Estas actividades, altamente capitalizadas y con bajo empleo directo, son controladas por grandes grupos concentrados, muchos de ellos transnacionales.
El capital agropecuario-financiero, beneficiado por la quita de retenciones, la dolarización de facto de sus ingresos y una macroeconomía a su medida, impone su lógica rentística sobre el resto del sistema. La producción industrial, intensiva en empleo, innovación y encadenamientos internos, queda subordinada o directamente excluida. Las pymes manufactureras, que representaban más del 60% del empleo formal en el país, enfrentan hoy un escenario de supervivencia con escasas herramientas de protección.
Este cambio de paradigma implica, además, una profunda reconfiguración territorial y geopolítica. La Argentina se divide entre un norte minero subordinado a la demanda global de litio, oro, cobre, etc, un centro agrícola y financiero dominado por los grandes pooles de siembra y fondos de inversión, y un sur energético articulado a Vaca Muerta.
En este esquema, el aparato industrial tradicional —desde el conurbano bonaerense hasta los cordones fabriles del interior— queda relegado a una marginalidad progresiva.
Techint y el dilema del capital nacional
El caso del Grupo Techint, encabezado por Paolo Rocca, ejemplifica la ambigüedad de ciertos actores del capital “nacional”. Nacido al calor del modelo industrialista de posguerra, Techint supo expandirse gracias a políticas públicas favorables y fuerte inversión estatal en infraestructura. Hoy, sin embargo, sus principales inversiones productivas se realizan fuera del país, mientras en el plano local presiona por reformas laborales y fiscales regresivas y una inserción subordinada a los mercados externos.
Esta evolución refleja un proceso más amplio de “transnacionalización del capital nacional”, en el que las grandes firmas locales abandonan su anclaje territorial y operan bajo lógicas globales de rentabilidad. El compromiso con el desarrollo industrial argentino cede ante las ventajas fiscales, salariales o logísticas que ofrecen otros países.
Consecuencias sociales y políticas
La destrucción del aparato industrial no solo tiene consecuencias económicas, sino también sociales y políticas. La pérdida de empleos manufactureros, tradicionalmente mejor remunerados y sindicalizados, alimenta la informalidad, la pobreza y la descomposición del tejido urbano. La cultura del trabajo y la movilidad social ascendente asociada al modelo industrial entra en crisis, mientras crece el desencanto y la desafección política.
A largo plazo, la pérdida de soberanía tecnológica e industrial debilita la autonomía estratégica del país. Sin capacidad de producir bienes de capital, insumos críticos o tecnologías propias, la Argentina queda atada a los ciclos del mercado internacional y a las decisiones de grandes conglomerados extranjeros.
Un futuro sin industria
El rumbo adoptado por el gobierno libertario, más que un experimento disruptivo, representa una vuelta de tuerca del viejo proyecto agroexportador del siglo XIX. Pero en un mundo en disputa, donde las grandes potencias refuerzan sus estructuras productivas, la renuncia argentina a la industria aparece no solo como anacrónica, sino suicida.
La pregunta que queda flotando es si es posible revertir este proceso. Para ello, será necesario reconstruir una coalición social y política que apueste por un desarrollo integral, con industria, ciencia, tecnología y empleo de calidad. Porque hoy mas que nunca sin industria no hay nación.