Frente a elecciones clave, el discurso oficial de Javier Milei muestra signos de desgaste. Su estilo provocador y la escalada de fake news se topan con una realidad social y económica que erosiona el relato. Cuando las condiciones materiales se imponen, los símbolos no alcanzan, .
En política, los discursos pueden movilizar emociones, moldear identidades y orientar agendas. Sin embargo, cuando la realidad económica y social empieza a golpear, el relato —con toda su carga simbólica— pierde efectividad. La pregunta se impone: ¿la única verdad es la realidad?
Quien parta de la premisa de que las condiciones materiales son el nivel primario de análisis político verá en la crisis narrativa de Javier Milei un síntoma claro de desajuste entre las palabras y los hechos. Quien priorice la disputa simbólica admitirá que el relato puede reformularse, pero reconocerá que, sin respaldo material, la palabra se desvanece.
El último discurso presidencial del viernes buscó proyectar fortaleza y control, pero terminó mostrando lo contrario: debilidad, confusión y la ausencia de respuestas nuevas frente a problemas que se agravan. El mensaje, lejos de evidenciar una visión táctica o estratégica, repitió consignas rígidas propias de una lógica dogmática que no reconoce matices ni adapta el lenguaje a la coyuntura. La retórica técnica con la que justificó la imposibilidad de mejorar ingresos o sostener prestaciones esenciales chocó frontalmente con las expectativas de una ciudadanía agobiada por la inflación y la caída del poder adquisitivo.
Este desgaste narrativo no solo se explica por el contenido, sino también por la ausencia de un equipo de voceros sólido y articulado. El oficialismo carece de figuras capaces de defender sus políticas con solvencia política y conceptual. Las intervenciones de Lilia Lemoine, cargadas de simplificaciones y datos inexactos, junto con las operaciones digitales de Manuel Adorni o la repetición de guiones en boca de periodistas afines, reflejan que no abundan las ideas ni los mensajes renovadores. El discurso oficial se reduce a un monólogo que solo reafirma a los votantes más duros, sin tender puentes hacia sectores moderados o indecisos.
Un estudio de Patricia Nigro y Mario Riorda, Discursos de incivilidad: cómo perjudican a las democracias latinoamericanas, confirma que este estilo confrontativo y excluyente ya genera rechazo no solo en la oposición, sino también en una porción significativa de los propios simpatizantes de Milei. Riorda describe este patrón como “dogmático, puro y sobrecargado de incivilidad”, con un riesgo creciente de desconexión política y social.
En paralelo, la economía real continúa siendo el factor determinante en la percepción ciudadana. Inflación, recesión, caída del consumo y ajuste en áreas sensibles pesan más que cualquier narrativa épica. Los intentos de reposicionar el relato hacia ejes como la seguridad, si no se traducen en mejoras tangibles, difícilmente compensen el deterioro del poder adquisitivo y el malestar social.
En el otro frente, el peronismo sigue atrapado en su propio laberinto. Las tensiones internas entre Axel Kicillof, Máximo Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Juan Grabois impiden articular un mensaje coherente. Sin propuesta renovadora y con el antecedente de un fracaso reciente en la gestión, el incentivo para votarlo se limita, por ahora, a un anti mileismo creciente dentro de la sociedad.
En este contexto, tanto oficialismo como oposición parecen disputar una narrativa que ya no se sostiene por sí misma. Para unos, el problema es que el relato libertario “hace agua” frente a la economía doméstica; para otros, que el panperonismo carece de un nuevo horizonte que interpele. Entre ambas crisis, el votante mide su adhesión según lo que siente en el bolsillo y ve en la calle.
La historia política argentina ha estado atravesada por la tensión entre discurso y realidad. Hoy, esa tensión se inclina hacia el lado material: la inflación, el desempleo encubierto, la recesión y el ajuste imponen sus propios códigos en la percepción ciudadana. En este escenario, la batalla por el sentido pierde fuerza frente al peso de las condiciones concretas de vida.
Javier Milei enfrenta el desafío de reconvertir su narrativa para que dialogue con esa realidad sin quedar atrapada en la lógica de la provocación y el dogmatismo. La ausencia de voceros preparados, el agotamiento de ideas y la comunicación encapsulada en mensajes para la base dura son síntomas de un oficialismo que, en lugar de ampliar su alcance, se repliega sobre sí mismo.
La oposición, por su parte, necesita un relato que no solo se oponga al libertarismo, sino que ofrezca un proyecto capaz de mejorar la vida de las mayorías.
En última instancia, la pregunta que flota sobre la política argentina vuelve a ser la misma que Perón lanzó décadas atrás y que hoy recobra vigencia: la única verdad es la realidad. Si lo es, todo relato que no logre anclarse en ella está condenado a desvanecerse en el aire.
por redacción Data Política y Económica
