Desde el domingo a la noche, un tercio de la sociedad se muestra pasmada intentando hallar una explicación a los resultados de las PASO.
Por Alma Rodríguez
La gran mayoría no conoce a ningún militante ni votante de Milei, el candidato que ganó con más de 30 puntos. Mucho se ha escrito y se ha dicho en busca de explicaciones y muchas son las preguntas que surgen más allá de la causalidad acerca del por qué. En principio podría decirse que para el campo nacional y popular la sorpresa provino de un sector impredecible, así como cuando un jugador está esperando la pelota desde un ángulo y el disparo viene como un cachetazo del costado menos pensado.
Este efecto se debió, quizás, a que la discusión interna se extendió más de lo deseado o quizá porque dicha campaña estuvo basada en el interlocutor errado: Unión por la Patria militó con Cambiemos como interlocutor válido frente suyo o como único adversario. Tal vez fue un poco y un poco o, tal vez, fue porque muchos no quisieron escuchar: ya Cristina lo había adelantado en su discurso en La Plata -en el que le dedicó un extenso párrafo a Milei- y lo reconfirmó, luego, en un canal de televisión con su acertada lectura de “elección de tercios”. Entre tantas señales, probablemente no quisimos ver y subestimamos al demonio que nos rondaba tan de cerca.
Pero la incógnita que surge como una equis a despejar, más que contra qué o contra quién se votó, es quién o quiénes impulsaron esa mano que llevó este voto a las urnas. Y la primera respuesta a este interrogante podría ser que quienes decidieron ese voto no fueron los ciudadanos y las ciudadanas con sus necesidades y reclamos, sino la mano potente y certera del Mercado.
Se sabe que el Mercado no actúa solo sino que necesita de aliados como la derecha que, tan bien, encarna e interpreta en su discurso todo lo que tiene para ofrecer. No es un dato menor que en gran parte de los países en los que hubo elecciones presidenciales pos-pandemia, aquí y allá, en Latinoamérica y en Europa, a los gobiernos oficialistas les tocó perder. Y por supuesto, en este nuevo orden mundial que se viene gestando, el avance de la derecha es mucho más potente en las naciones en las que los estados están debilitados. En definitiva, la puja que en estos días presenciamos puede traducirse entre Mercado y Estado. Se trata, entonces, de una crisis de representatividad del modelo político tradicional en el que quien decide no es la centralidad del Estado sino la centralidad del Mercado. Dentro del Mercado están las empresas, desde ya, pero también están los medios, las redes y los algoritmos de Google así como los mensajes exitistas, las publicidades de mujeres y hombres hegemónicos que lo tienen todo en un abrir y cerrar de ojos. Todos ellos, y cada uno desde su lugar, van aportando a los discursos de odio.

Con su estilo despectivo y xenófobo, sus modos repulsivos y su discurso a gritos, Milei representa también el odio a la cosa pública y al Estado. Y ahí, la primera y gran contradicción: ¿Cómo puede ser que alguien que odia los mecanismos que conforman la política a la que Milei llama “la casta” llega a ganar una instancia electoral legitimada por el sistema político? Por ende, ¿cómo puede ser que las clases que siempre fueron más beneficiadas por el Estado ahora toman partido por el Mercado como una forma de autocastigo o un acto suicida?
En una sociedad marcada por la desigualdad los discursos xenófobos y de ultra derecha canalizan y traducen resentimientos de clase y obnubilan a quienes no tiene nada o poco que perder. Parecería que hay una suerte de fantasía infantil de Disney (gran representante del mercado imperial en la construcción de imaginarios si los hay) por la cual el Mercado va a venir a resolver mágicamente los problemas de la gente sin ningún costo. El Mercado no es Papá Noel ni el hada mágica de Cenicienta, es un monstruo que despersonifica y devora, que arrasa sin tener en cuenta proyectos personales o colectivos y destruye todo lo que toca sin importarle qué tiene en frente.
Frente al Mercado, se encuentra la mano protectora del Estado brindando salud y educación públicas, salvando vidas, formando, curando, asistiendo, desde los hospitales, desde las escuelas, desde las universidades, desde los ministerios, desde los sindicatos o desde los centros de investigación. Es entonces que a mayor mano invisible del Mercado se la combate con más mano visible y empática de un Estado con la gente adentro. Para eso se necesita quienes, de cara a las elecciones de octubre o a un eventual ballotage, vuelvan a recordar, con militancia, memoria y convicción, a cada integrante de su entorno, que no es el recorte ni la eliminación de ministerios o universidades públicas u hospitales lo que nos va a salvar, sino la clara presencia de un Estado fuerte e inclusivo como el que desde el 2003 Néstor y Cristina supieron construir.
Sigamos apostando a la construcción y fortalecimiento de lo público que tanto nos costó. No dejemos que otros decidan por nosotros.
Alma Rodriguez
