Un fantasma recorre la Argentina, y ese fantasma es “Vamos a volver”; No es una consigna vacía ni una nostalgia sin rumbo. Es una afirmación política y popular que resume el deseo de millones que, frente al ajuste, la persecución y la desigualdad, siguen creyendo en un proyecto nacional, inclusivo y soberano.
Por eso mismo, ese fantasma incomoda. Y por eso buscan exorcizarlo de la historia: proscribiendo a Cristina Fernández de Kirchner.
La proscripción no es un concepto anacrónico ni una metáfora exagerada. Es un dispositivo
concreto de poder, activo y operativo, que se inscribe en una larga tradición de
interrupciones autoritarias del orden democrático argentino. Tal como ocurriera entre 1955 y 1973, cuando el peronismo fue proscripto —se prohibieron sus símbolos, sus cantos, su
nombre y hasta la sola mención de Perón—, hoy asistimos a una nueva forma de exclusión
política: sofisticada, tecnocrática y revestida de institucionalidad aparente. El lawfare, esa
guerra judicial-mediática, es la nueva cara de un viejo anhelo de las élites: disciplinar al
pueblo eliminando a sus representantes más significativos.
La historia no se repite, pero rima. Ayer fue el bombardeo a Plaza de Mayo, los
fusilamientos del ‘56, la resistencia obrera, los comandos civiles, el exilio forzado, el Decreto
4161/56. Hoy son los fallos sin pruebas, los jueces de Lago Escondido, las cadenas de
medios que juzgan antes que los tribunales, y un Poder Judicial que responde más a Clarín
que a la Constitución.
Entonces se cantaba “Luche y vuelve”. Hoy decimos “Vamos a volver”. Aquella fue la
consigna que sintetizó 18 años de resistencia popular, de mística clandestina, de redes de
militancia y cultura política viva en sindicatos, unidades básicas, comisiones internas y
parroquias de toda la Argentina. Hoy, ese mismo fuego enciende las marchas en Comodoro
Py y a plaza de mayo, las pintadas en los barrios, los pañuelos con la cara de Evita, y la
remera que dice “con ella vivíamos mejor”.
La canción popular no miente: “A pesar de las bombas, de los fusilamientos,
los compañeros muertos, los desaparecidos, ¡no nos han vencido!”
Ese canto no es solo memoria: es presente y es porvenir. La proscripción nunca pudo —ni
puede— frenar la historia cuando la conduce el pueblo. Y por eso, el “vamos a volver” no es
solo una expresión de deseo, sino una declaración de guerra cultural contra la resignación,
la antipolítica y la derecha que no tolera que el subsuelo de la patria vuelva a latir.
Cristina no está sola porque es símbolo y síntesis de una voluntad colectiva que no se
resigna. No la condenan por lo que hizo mal, sino por lo que hizo bien: desendeudar,
distribuir, recordar que los derechos se conquistan, que el Estado puede ser un escudo de
los humildes y no un botín de los poderosos. Su condena es también una condena a la
memoria del 2003 al 2015, y por eso no pueden permitir que vuelva. Pero el problema es
que no pueden evitarlo: está en la calle, en los nombres propios que no se olvidan, en la
alegría que no se negocia.
Denunciar esta proscripción es una urgencia ética, democrática y popular. Porque donde no
hay posibilidad real de elegir, no hay democracia. Porque donde se excluye a un liderazgo
por fuera de las urnas, se destruye la soberanía popular. Y porque donde se acepta el
silencio, se habilita la repetición de lo peor.
Hay algo que la historia argentina ha dejado claro: el peronismo proscripto se vuelve deseo,
se vuelve mística, se vuelve invencible. Y esa es la paradoja de los gorilas: cuanto más
intentan eliminarlo, más lo fortalecen. Por eso vuelve. Porque nunca se fue.
Hoy, como ayer, el pueblo canta. Y cada vez que canta, amenaza: “A pesar de todo, vamos
a volver.”