Miles de personas marcharon al Congreso bajo el lema “Contra el ajuste y la crueldad”. Jubilados, feministas, científicos, residentes médicos y personas con discapacidad convirtieron la protesta en un símbolo de resistencia social multisectorial frente a las políticas del gobierno de La Libertad Avanza.
La calle vuelve a hablar.
Frente a un Congreso blindado por vallas y custodiado por fuerzas de seguridad, una marea de ciudadanos expresó el miércoles su rechazo al plan de ajuste del presidente Javier Milei. A diferencia de las movilizaciones tradicionales, esta vez no fueron partidos ni sindicatos los que protagonizaron la jornada, sino una constelación de actores sociales afectados por la motosierra oficial: jubilados con ingresos por debajo de la línea de pobreza, médicos y residentes del Hospital Garrahan, colectivos feministas, familias de personas con discapacidad, estudiantes e investigadores del Conicet.
En lo que ya se conoce como La Plaza del NO a Milei, la consigna que unificó los reclamos fue clara: “Contra el ajuste y la crueldad”. Con pancartas hechas a mano, bombos y sillas de ruedas, la protesta colapsó el protocolo antipiquetes de Patricia Bullrich, mostrando los límites políticos y logísticos del enfoque represivo del gobierno libertario.
“Si protestan con tranquilidad, tendrán tranquilidad”, declaró la ministra de Seguridad, intentando matizar la aplicación del protocolo ante el riesgo de un escándalo mayor. Sin embargo, la calle demostró que la masividad sigue siendo una herramienta efectiva para desarticular el avance del autoritarismo.
Una plaza, muchas luchas
La movilización estuvo encabezada por los jubilados, que desde hace semanas sostienen un acampe los miércoles frente al Congreso. Relegados a haberes que no alcanzan los 200 mil pesos, se han transformado en el rostro más visible de la resistencia. “Con los abuelos no se jode”, fue uno de los cánticos más repetidos.
A su lado marcharon madres de niños con discapacidad que denuncian la discontinuidad de tratamientos y la falta de cobertura por parte de obras sociales y el Estado. También hicieron oír su reclamo los médicos y residentes del Garrahan, quienes denuncian salarios por debajo de la canasta básica y condiciones de trabajo insostenibles.
En un gesto político significativo, el colectivo feminista Ni Una Menos decidió adelantar su tradicional marcha del 3 de junio y confluir con la manifestación. “El ajuste y la crueldad no se enfrentan en soledad”, explicaron las organizadoras. Sus banderas violetas se mezclaron con las de Abuelas de Plaza de Mayo, quienes también participaron y convocaron a “unir todas las luchas”.
El silencio del Congreso y la narrativa oficial
Mientras en el recinto se discutían propuestas de aumento para jubilaciones y medidas de emergencia en discapacidad, el Gobierno denunció una “provocación organizada”, intentando instalar la idea de una movilización partidaria. Pero la calle narró otra historia: familias autoconvocadas, jóvenes con guardapolvos de laboratorio, madres con carteles improvisados, jubilados con bastones y paraguas cubiertos de consignas.
Lejos de disuadir, el cerco policial mostró el contraste entre un Estado que reprime y una sociedad que se expresa con recursos limitados pero con convicción. Entre los carteles que se alzaron se leía: “Saquen la motosierra de nuestros derechos” y “No al hambre jubilado”. Mensajes simples, directos y contundentes que sintetizan un clima de época.
La política en jaque
En una semana en la que Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof comenzaron a tejer puentes para recomponer la unidad del peronismo bonaerense de cara a las legislativas de septiembre, la escena en las calles pone en evidencia que el verdadero desafío del oficialismo no está sólo en las disputas partidarias, sino en la creciente desconexión entre las políticas del Gobierno y las necesidades de amplias capas de la población.
Mientras Milei celebra la aprobación de leyes de ajuste, la protesta social empieza a articular una narrativa alternativa. Una que no pasa por los medios oficiales ni por las tribunas del Congreso, sino por la experiencia cotidiana del deterioro social.
¿Resistencia o recomposición?
La Plaza del NO no fue una simple manifestación. Fue la expresión concreta de una sociedad que empieza a encontrar en la acción colectiva la única salida posible ante el aislamiento individual que promueve el discurso libertario. Y aunque por ahora carece de un canal político institucionalizado, el mensaje fue claro: la motosierra tiene un límite, y está en la calle.