Polonia. Un espejo de Europa

La victoria de Karol Nawrocki en Polonia no es una sorpresa, sino el resultado previsible de una política sin horizonte. El malmenorismo, lejos de frenar a la ultraderecha, la fortalece. ¿Qué pasa cuando la única alternativa es el miedo o la resignación?


La ultraderecha vuelve a ganar en Polonia. 

Y no lo hace por accidente. Karol Nawrocki, historiador y exdirector del Instituto de la Memoria Nacional, acaba de imponerse electoralmente con un programa que exalta el nacionalismo, reprime la inmigración, militariza la sociedad y reescribe la historia desde una lógica patriarcal y antisindical. Pero su ascenso no se explica solo por el contenido de su campaña, sino por la falta de alternativas reales. Su rival, el liberal Rafał Trzaskowski, prometía apenas «orden», «estabilidad» y «Europa», sin abordar ninguna demanda popular de fondo. Entre un autoritario convencido y un gestor apático, la elección se inclina por el primero.

Este escenario no es nuevo, pero sí cada vez más frecuente. Y tiene nombre: malmenorismo. Ese sistema político que empuja a los votantes a elegir al «menos malo» solo por miedo al «peor», sin ofrecer esperanza ni transformación. Es una dinámica que desgasta, desmoviliza y despolitiza. Cuando la política se reduce a evitar retrocesos, ya está perdiendo. Y cuando esa lógica fracasa, lo que llega no es un nuevo consenso democrático, sino una revancha autoritaria.

¿De dónde viene Nawrocki?

Karol Nawrocki no salió de la nada. Su paso por el Instituto de la Memoria Nacional lo posicionó como un referente del revisionismo histórico. Allí blanqueó colaboracionistas del nazismo, atacó abiertamente al feminismo y a los sindicatos, y promovió una visión nacionalista y conservadora del pasado polaco. En ese espacio —que debería ser un reservorio de memoria crítica— se sembró el relato que hoy florece en las urnas.

El conservador Karol Nawrocki ganó

La ultraderecha no nace solamente en los márgenes. Se cultiva en instituciones estatales, medios de comunicación, redes sociales y museos. Se instala como sentido común en las narrativas oficiales, mientras la política progresista se diluye en gestos vacíos y promesas genéricas.

El poder prefiere orden antes que democracia

Europa guarda silencio. Nawrocki es antiinmigración, pero proOTAN. Ultranacionalista, pero liberal en lo económico. No incomoda al statu quo. Y ese es el punto: al poder no le preocupa la democracia, le preocupa el desorden. Mientras el nuevo presidente polaco garantice negocios estables y alineamiento geopolítico, su deriva autoritaria será tolerada, incluso validada.

Esto no ocurre solo en Polonia. En Francia, Marine Le Pen lidera las encuestas presidenciales; en España, Vox consolida su espacio; en Italia, Giorgia Meloni gobierna con mayoría. La tendencia es continental. Y responde a una misma raíz: la falta de una alternativa transformadora que confronte el sistema en lugar de administrarlo con buenos modales.

El fracaso de la moderación

La izquierda institucional —en Polonia y en buena parte de Europa— parece haber renunciado a disputar el sentido. Adaptada al lenguaje tecnocrático, se limita a prometer gestión, no justicia; estabilidad, no derechos. El problema es que, en épocas de crisis, eso no moviliza a nadie.

La elección no es entre fascismo y buena educación. Es entre autoritarismo y justicia social. Cuando el antifascismo no redistribuye, cuando no combate la desigualdad estructural, se convierte en simple marketing. Y el marketing no gana elecciones. La gente no vota solo con miedo; necesita motivos para creer, para actuar, para imaginar.

Una advertencia para el futuro

Lo que sucede hoy en Polonia no es una anomalía: es una señal. Y si no se revierte el rumbo, puede volverse la norma. Porque cuando la única opción es el «mal menor», tarde o temprano gana el mal mayor. Y no porque haya más odio, sino porque ya no hay esperanza.

La única salida real al avance autoritario no es una cara amable del sistema. Es una alternativa popular, feminista, ecológica y trabajadora que construya poder desde abajo. Que no solo administre, sino que transforme.

Polonia eligió a Nawrocki. No fue casualidad. Fue el desenlace lógico de años de renuncias. Y si la izquierda no se reconstruye desde el conflicto, el antifascismo y la justicia, el autoritarismo será cada vez menos una amenaza y más una costumbre.