Con la participación más baja desde 1983, Javier Milei logró arrebatarle al macrismo su histórico bastión porteño. El PJ retuvo su base territorial en el sur de la ciudad, mientras el PRO sufrió una debacle sin precedentes. La elección porteña reflejó un plebiscito económico donde la desafección política, el voto bronca y el corrimiento ideológico reconfiguran el mapa de poder urbano.
La elección legislativa de medio término en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dejó mucho más que un resultado numérico: reveló un estado de ánimo social atravesado por el desinterés, el desencanto y una reconfiguración del poder político urbano que puede marcar el pulso del resto del ciclo electoral. Con una participación del 53,2%, la más baja desde el retorno de la democracia, el oficialismo libertario que encabeza Javier Milei logró una victoria simbólica y estratégica: conquistar el bastión histórico del PRO y consolidarse como la nueva derecha dominante en el distrito más rico del país.
Lejos de los climas épicos, la apatía fue la gran protagonista de la jornada. El ausentismo no solo reflejó un hartazgo generalizado con la dirigencia política, sino que también se tradujo en un castigo diferenciado: mientras el peronismo porteño pudo conservar gran parte de su base electoral, el PRO sufrió una verdadera debacle, confirmando el inicio de una diáspora que amenaza con vaciar el proyecto amarillo desde sus cimientos.
El PRO, de bastión a zona de descenso
La peor elección del PRO desde su fundación en 2005 dejó a la fuerza de Mauricio Macri en estado terminal. Con Silvia Lospennato muy por debajo de las expectativas (15,9%) y un Horacio Rodríguez Larreta irrelevante electoralmente (8%), el macrismo no solo perdió la capital que lo vio nacer, sino que además cedió centralidad política frente a un Milei que no ahorró en gestos provocadores: “Se pintó de violeta el bastión amarillo”, celebró el presidente, con tono de conquista personal. En paralelo, comenzó a resonar con fuerza la posibilidad de que Patricia Bullrich capitalice la caída para ocupar el liderazgo del espacio, con la mira puesta en una eventual candidatura a jefa de gobierno.
La Legislatura porteña será un campo de disputa clave: el peronismo, con Leandro Santoro a la cabeza, logró conservar la primera minoría y sumar dos bancas, mientras La Libertad Avanza se consolidó como segunda fuerza. El PRO, en cambio, deberá repensar su rol desde una posición marginal.
Santoro: derrota relativa y resistencia simbólica
Aunque quedó segundo, Leandro Santoro encontró motivos para mostrar satisfacción. Su 27,35% representa la mejor performance del pan-peronismo en elecciones legislativas de medio término desde 2009 en CABA. Más aún: logró imponerse en el centro y el sur de la ciudad, anclajes tradicionales del voto popular, y retuvo el control de la primera minoría legislativa. Sin embargo, el drenaje de votos respecto a las elecciones ejecutivas de 2023 (140 mil menos) refleja una erosión significativa en la base electoral peronista, y una falta de movilización en los sectores más golpeados por la crisis.
La escena se repite en otras provincias: Santa Fe, Chaco, San Luis, Jujuy y Salta fueron escenario de derrotas similares, donde el ausentismo pegó más fuerte en los votantes del campo nacional y popular. El fenómeno parece responder a una mezcla de resignación, decepción y desconexión entre las demandas populares y las propuestas políticas vigentes.
El voto económico y el corrimiento ideológico
El mapa del voto porteño puede leerse como un plebiscito económico. Mientras los barrios del norte —Recoleta, Núñez, Belgrano, Palermo— se volcaron masivamente a La Libertad Avanza, identificando en Milei un garante de sus intereses económicos, el sur mantuvo una fidelidad relativa al discurso opositor representado por Santoro. La novedad no solo es el corrimiento a la derecha del electorado tradicionalmente macrista, sino también la consolidación de Milei como líder indiscutido del nuevo orden liberal-autoritario que busca desplazar al viejo PRO.
Esa fractura ideológica se expresó también en los márgenes del comicio: las candidaturas testimoniales y satelitales —Ramiro Marra, Ricardo Caruso Lombardi, Juan Abal Medina— no lograron alterar el tablero, demostrando que el voto útil se alineó en torno a polos más definidos y con mayor proyección nacional.
Desafección democrática y crisis de representación
Más allá de los nombres propios, la verdadera alarma institucional está en la participación. Con apenas un 53% del padrón presente, la ciudad que supo ser modelo de participación política da señales claras de agotamiento cívico. No se trata solo de desinterés: el dato parece apuntar a una crisis más profunda de representación, donde amplios sectores sociales, particularmente en el sur y oeste de la ciudad, decidieron expresar su disconformidad no votando.
Esa actitud debe interpretarse como un mensaje. No solo hacia el peronismo, que sigue sin construir una narrativa emocional que interpele a los sectores medios y bajos muy golpeados, sino también hacia una dirigencia política que continúa encerrada en sus internas mientras el malestar social crece. Los libertarios, en cambio, han sabido capitalizar ese clima con una retórica confróntativa, mesiánica y disruptiva, que para muchos suena a promesa de ruptura frente al orden fracasado.
¿Fin de ciclo o mutación del sistema?
El resultado en CABA podría marcar el inicio de un nuevo ciclo político. La fusión progresiva entre sectores del PRO y La Libertad Avanza anticipa una reorganización de la derecha argentina, más agresiva, más ideologizada y menos institucionalista. A la vez, plantea al peronismo y sus aliados el desafío de reconstruir una identidad popular capaz de traducir el malestar social en energía transformadora.
Lo que ocurrió en la ciudad no es un hecho aislado. Es parte de una mutación más amplia del sistema político argentino, donde los clivajes tradicionales ceden ante nuevas polarizaciones: orden vs. caos, casta vs. outsider, gasto vs. ajuste. La victoria de Milei en la capital del país, aún en un marco de apatía, representa un síntoma de época. El problema es que nadie parece tener aún el antídoto.