Ciudad Fragmentada: entre la rabia libertaria, la desilusión peronista y el derrumbe del PRO


La abstención histórica y el reparto de poder entre La Libertad Avanza (30,1%), el peronismo porteño (27,4%) y un PRO desdibujado (15,9%) evidencian un electorado dividido por fracturas socioeconómicas y crisis de liderazgo. UCR y PRO pagaron caro su subordinación a la agenda mileista, mientras la ultraderecha conquista espacios a pesar de  la apatía ciudadana.


En las legislativas del 18 de mayo, la Ciudad de Buenos Aires arrojó un espejo incómodo: apenas el 53,35% de sus habilitados acudió a votar, el registro más bajo desde 1983, y un voto que partió la Capital entre norte y sur, privilegios y urgencias populares. La Libertad Avanza capitalizó la rabia con un 30,1%, el peronismo se mantuvo en su meseta de entre 25% y 30%, y el PRO, otrora hegemónico, se ubicó tercero con un pobre 15,9%, mientras la UCR conspiraba para su propia extinción.

Rabia y apatía: el doble rostro de la legitimidad

La alta abstención no es un dato menor: es un síntoma de quiebre democrático. En las comunas más postergadas, la desafección combina el hastío por la falta de servicios con la sensación de impotencia ante un ajuste que arrasa subsidios y derechos. Al mismo tiempo, en los barrios del norte y centro-este, el voto libertario expresa una construcción militante de la “grieta”, pero sin mayoría real del electorado: su 30,1% equivale apenas al 16% del padrón. Así nace un poder a medias, legítimo pero precario.

El peronismo en su encumbrada meseta

Leandro Santoro sostuvo el peronismo en un piso estable (27,4%) , ganó en las comunas del sur y penetró con éxito en comunas de clase media, otrora votantes del macrismo. A pesar de la buena elección, quedo un sabor agridulce ya que las expectativas previas eran de triunfo, según marcaban la mayoría de las encuestas y hasta las fuerzas opositoras. Tal vez este exitismo previo le fue jugando en contra y no se previó el envión de la ultima semana de Adorni.

Santoro sumó dos bancas, pero no revirtió el techo estructural que  encasilla al peronismo porteño. Su máscara y discurso vecinalista y  su apuesta a una identidad porteña no alcanzaron para seducir nuevos votantes, quedando prisionero de las luchas por el liderazgo de la derecha porteña entre Macri y Milei y dejando espacio para que LLA avance sin competencia real en la construcción del relato nacionalizado de Adorni.

PRO y UCR: el costo de la subordinación

El desencanto con Macri y compañía se tradujo en una debacle electoral. El PRO, al aliarse sin condiciones al modelo libertario y avalar decretos de necesidad y urgencia sin exigir contraparte, sacrificó su discurso de defensa institucional y pagó caro su incoherencia.

El desgrane persistente de la dirigencia del PRO histórico, Bulrich y Larreta, como símbolo de la falta de un proyecto o una conducción que contenga a todos y la desesperación de muchos dirigentes en saltar de barco y pasarse a las filas del mileismo fueron debilitando y desdibujando el rol del PRO. Si a eso se suma la mala gestión de Jorge Macri en la Ciudad, muestran claramente que estábamos en las puertas de una derrota anunciada.

La UCR, furgón de cola del PRO y luego de Milei, entregó sus últimas bancas y quedó confinada al ámbito universitario. Ambos partidos deben reconstruir su identidad histórica o resignarse a la marginalidad.

El fracaso de los “micro emprendimientos” políticos individuales como la de Marras, Carusso Lombardi o Kim con el partido de Guillermo Moreno, muestran que a pesar de la fragmentación de la oferta electoral, la mayoría de los ciudadanos se mueve dentro de parámetros ideológicos mas nacionalizados.

Hacia un proyecto de ciudad integral

La polarización entre  la frustración y el odio no construye gobernabilidad ni políticas de largo plazo. La Ciudad de Buenos Aires demanda un proyecto que recoja las urgencias sociales del sur y canalice las demandas de institucionalidad del norte. Sin reconstruir canales de participación ni ofrecer soluciones tangibles a la pobreza y la marginación, ni la ultraderecha ni la vieja política podrán sostener su legitimidad.

Solo un relato que combine equidad, orden y oportunidades devolverá sentido al acto de votar, evitando que la apatía y la ira continúen marcando la agenda porteña.

NR