Precios en alza, dólar en baja y una pulseada silenciosa.

Mientras el dólar retrocede, los precios en los almacenes del Gran Buenos Aires siguen subiendo. Comerciantes denuncian que los grandes fabricantes tienen aumentos “en la mano” y se preparan para aplicarlos. El consumo cae, pero la inflación persiste.


En la Argentina de abril de 2025, las reglas del mercado parecen desafiar la lógica económica clásica. Tras una reciente devaluación, el dólar ha bajado, pero los precios en los comercios barriales del Gran Buenos Aires siguen escalando o se mantienen altos, sin reflejar la tendencia descendente de la moneda extranjera. En medio de esta paradoja, los pequeños comerciantes sienten que los grandes fabricantes siguen teniendo el control, y temen nuevos aumentos inminentes que podrían asestar otro golpe al ya golpeado bolsillo popular.

Una calma tensa: proveedores en stand by

A casi dos semanas de la última devaluación, los comerciantes de cercanía viven en una especie de limbo económico. Algunos afirman que los precios de los proveedores se estabilizaron luego de intentos iniciales de subirlos entre un 9% y un 12%. La presión de los grandes supermercados y mayoristas, que habrían rechazado esas listas, habría forzado a los fabricantes a pausar nuevas remarcaciones.

Sin embargo, esta aparente tregua se vive con nerviosismo. La caída del consumo, que fuentes privadas estiman en más del 7%, habría motivado a las empresas a frenar, aunque sea momentáneamente. “Esto es una pulseada y ellos son muy grandes”, sintetizó un comerciante del conurbano, reflejando el sentimiento generalizado de indefensión ante decisiones tomadas lejos del mostrador.

El barrio resiste, pero espera lo peor

En los barrios del Gran Buenos Aires, donde el impacto de la caída del consumo es más profundo, la sensación de estar al borde de nuevos aumentos es generalizada. Si bien no se han registrado remarcaciones masivas tras la devaluación, los dueños de almacenes y autoservicios aseguran que las empresas tienen listas con aumentos preparadas y que podrían aplicarse en cualquier momento.

Un caso aislado de alivio vino de la mano de Quilmes, que bajó un 20% los precios de las gaseosas Pepsi y Seven Up para los comercios de cercanía. Pero el gesto, más estratégico que solidario, contrasta con la actitud del resto del mercado, que mantiene precios y retira bonificaciones sin dar explicaciones.

La incertidumbre reina en cada entrega de mercadería. “Sabemos que están reteniendo listas con aumentos. No sabemos cuándo, pero van a llegar”, repiten los almaceneros, que sienten que el margen para sostener precios se achica cada día más.

Rosario: el anticipo del desborde

Lo que aún no estalló del todo en el Gran Buenos Aires, ya se empieza a sentir en Rosario. Comerciantes rosarinos informaron la llegada de listas con aumentos de entre el 5% y el 9% en productos básicos como quesos, artículos de limpieza y fideos secos. Otros proveedores adelantaron que los nuevos precios se aplicarán a partir del lunes próximo.

Marcas reconocidas como Arcor han retirado bonificaciones y aplicado aumentos de hecho del 8%, según reportan los comerciantes. Y lo que se avecina no es más alentador: se esperan subas en gaseosas, lácteos, congelados, hamburguesas, salchichas y yerba mate, esta última con una corrección del 5% ya confirmada.

Estas remarcaciones impactan de lleno en los negocios de cercanía, que funcionan como amortiguadores del ajuste para los sectores más postergados. Cuando el precio de la yerba o de un paquete de fideos cambia, cambia el día a día de millones de familias.

Sin lógica de mercado, sin coordinación estatal

Uno de los aspectos más preocupantes del actual escenario es la ausencia de una política de coordinación o control de precios. Fuentes del sector niegan que haya negociaciones serias entre supermercados, industrias y el gobierno. “La posibilidad de coordinar desde el sector privado es prácticamente imposible”, afirman.

Esto deja a los pequeños comerciantes en una posición extremadamente vulnerable. Carecen del poder de compra de los grandes mayoristas, no tienen acceso a los descuentos por volumen, y están cada vez más asfixiados entre la presión de los proveedores y el debilitamiento del consumo popular.

En este contexto, la baja del dólar no parece tener ninguna correlación directa con los precios al consumidor. La lógica dolarizada de las estructuras de costos industriales —muchas veces autoimpuesta—, sumada a la especulación y la concentración del mercado, impide cualquier traslación positiva a las góndolas.

Una economía en disputa y sin árbitros

El escenario que viven los comercios de cercanía es una muestra más de una economía nacional marcada por la concentración, la informalidad de reglas y la ausencia de mecanismos efectivos de control. A pesar de una baja en el dólar, los precios se sostienen o aumentan, y los sectores más vulnerables siguen siendo los más perjudicados.

La disputa no es solo económica, sino también política. ¿Quién regula? ¿Quién protege al consumidor y al pequeño comerciante? En este tablero desigual, los grandes actores parecen jugar con ventaja, mientras los almacenes resisten con la intuición y la experiencia, pero sin herramientas reales para enfrentar el embate.

Si no se recuperan instrumentos de regulación que permitan equilibrar la cancha, la lógica del “aumento por las dudas” seguirá funcionando, y la inflación seguirá siendo una enfermedad crónica con efectos devastadores en el tejido social.

La pulseada sigue, y el barrio, como siempre, paga el precio.