«Deuda y fuga: El nudo estructural de la economía argentina»


Un análisis histórico desmonta el debate sobre las causas de la crisis: desde 1976, la fuga de divisas triplica el déficit fiscal y explica las recesiones. La clave está en el modelo de valorización financiera que prioriza la especulación sobre la producción.


La economía argentina enfrenta, una y otra vez, el mismo dilema: ¿su talón de Aquiles es el déficit fiscal o la restricción externa? Pablo Manzanelli, economista e investigador de FLACSO y CIFRA, desentraña este debate en su último trabajo, revelando que la raíz del problema no se reduce a una cuestión contable, sino a un fenómeno estructural gestado en las últimas cinco décadas: la fuga de capitales como eje de un modelo de acumulación basado en la especulación financiera.

Los números no mienten: entre 1976 y 2023, la fuga de divisas alcanzó los USD 351.900 millones, equivalente al 129% del PBI promedio del período. Esta cifra no solo triplica el déficit fiscal primario (USD 99.400 millones), sino que supera incluso el monto total de deuda externa contraída en el mismo lapso (USD 286.000 millones). Los datos desmontan el relato fiscalista: el Estado no es el principal desequilibrio, sino el sector privado que externaliza ganancias.

El giro histórico se dio con la dictadura de 1976, cuando se impuso la valorización financiera como estrategia dominante. Este modelo, vigente hasta hoy con matices, reemplazó la industrialización sustitutiva por un circuito perverso: endeudamiento externo → rentabilidad financiera en dólares → fuga de capitales. Las crisis ya no respondieron al déficit comercial (como en 1949-1975), sino a la fuga y al colapso de burbujas especulativas. De las 20 recesiones registradas entre 1976 y 2023, solo 4 estuvieron asociadas a un déficit comercial, mientras que 16 ocurrieron con superávit externo.

¿Por qué persiste este modelo? Manzanelli subraya que los sectores dominantes —grupos económicos locales y capitales extranjeros— consolidaron su hegemonía mediante esta lógica, incluso durante los gobiernos kirchneristas. Entre 2003 y 2015, pese al crecimiento y la reestructuración de deuda, las ganancias no reinvertidas se canalizaron hacia la fuga (USD 83.000 millones), exigiendo un superávit comercial crónico para sostener el equilibrio externo.

El documento también critica las miradas simplistas. Para la ortodoxia, la fuga es una “respuesta racional” a la inflación y el déficit; para el neodesarrollismo, un síntoma de la “vieja” restricción externa. Manzanelli propone una lectura más profunda: la fuga es un mecanismo de realización de ganancias en un sistema donde la especulación prima sobre la producción. Así, la deuda externa no financia inversiones, sino fugas (como en el caso de la administración Macri, donde el endeudamiento público de USD 44.000 millones se esfumó en dos años).

La salida, según el análisis, requiere romper con la valorización financiera. Esto implica no solo redistribuir ingresos, sino regular a los actores que concentran el poder económico, redirigir el crédito hacia sectores productivos y relanzar la industrialización con políticas activas. “Sin desarmar el poder de los grupos que fugan capitales, cualquier ajuste recaerá sobre los trabajadores”, advierte el texto.

En un contexto donde el Gobierno actual insiste en el ajuste fiscal como prioridad, el trabajo de Manzanelli ofrece una advertencia: perseguir el déficit sin tocar la fuga es como pretender secar un lago con un balde, mientras una tubería lo sigue llenando. La historia económica argentina, al menos desde 1976, parece darle la razón.

El debate ya no puede reducirse a “gasto público vs. austeridad”. La evidencia muestra que, tras medio siglo, el nudo de la economía argentina sigue atado a la fuga de capitales. Desatarlo exigirá algo más que números en rojo: una transformación estructural que pocos parecen dispuestos a encarar.