La administración de Donald Trump podría estar preparando un terremoto geopolítico de proporciones históricas. En su segundo mandato, el expresidente republicano ha puesto en duda la permanencia de Estados Unidos en dos de las principales instituciones del orden económico internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.
El plazo para tomar una decisión vence en agosto, y la posibilidad de una ruptura se analiza seriamente dentro del gobierno y en el Congreso norteamericano.
El asunto no es menor. Estados Unidos no solo es el principal accionista de ambas instituciones —con un 16,49% de los votos en el FMI y poder de veto sobre decisiones clave—, sino también su arquitecto histórico. El retiro efectivo sería un hito inédito, comparable, por su impacto simbólico y estructural, al abandono del patrón oro en 1971 o al fin de la URSS.
Proyecto 2025: la doctrina nacionalista detrás del repliegue
La idea de retirarse del FMI y del Banco Mundial fue plasmada explícitamente en el «Proyecto 2025», un programa estratégico de gobierno impulsado por la conservadora Fundación Heritage. Este documento, que ya ha servido de hoja de ruta para políticas de seguridad y relaciones exteriores en el actual gobierno, denuncia a los organismos financieros multilaterales por “promover políticas adversas a los principios estadounidenses de libre mercado y gobierno limitado”.
David Burton, economista de Heritage, sostuvo recientemente que intentar reformar el FMI es una causa perdida: “Han sido consistentemente hostiles a los intereses nacionales de EE.UU.”. Según este enfoque, el repliegue multilateral se inscribe en una visión de soberanía económica que choca con la arquitectura globalista diseñada hace 80 años.
Un retiro que podría concretarse por carta
Pese a lo monumental de la decisión, el procedimiento técnico para abandonar el FMI es sorprendentemente simple. Según el Artículo 26 del Estatuto del Fondo, basta con que un país comunique su decisión “por escrito” para concretar su salida. No requiere autorización del Congreso ni reformas legales específicas.
Sin embargo, las implicancias financieras y diplomáticas son profundas. Estados Unidos aporta aproximadamente el 14% del capital del FMI (unos USD 183.000 millones), lo que sustenta la legitimidad y el poder operativo del organismo. Su retiro pondría en jaque la sostenibilidad crediticia del Fondo, afectando a decenas de países —entre ellos, Argentina, que representa el 28% del stock de préstamos pendientes del FMI.
La calificadora S&P ya advirtió que una salida estadounidense deterioraría la “calidad crediticia” tanto del Fondo como del Banco Mundial. Mark Sobel, exrepresentante norteamericano en el directorio del FMI, fue aún más categórico: “Sería un golpe mayor a su funcionamiento, y solo ayudaría a China”.
Geopolítica en juego: Ucrania, Taiwán, Gaza y el ascenso de China
La evaluación que realiza el Tesoro norteamericano, bajo órdenes de Trump, no es solo contable. El análisis incluye variables geopolíticas claves. Por ejemplo:
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Ucrania: el FMI otorgó un préstamo por USD 15.000 millones, en una muestra de alineamiento con Occidente.
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Rusia: se pospuso indefinidamente una misión oficial, generando tensiones con países europeos.
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Taiwán: legisladores republicanos quieren su ingreso al FMI, algo que China —tercer mayor socio del Fondo— no aceptaría.
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Gaza: el FMI no presta asistencia directa a Palestina, pero mantiene un representante residente en Jerusalén, reflejo de su rol delicado en zonas de conflicto.
Este entramado muestra que la decisión no es meramente ideológica: es un movimiento que reconfigura alianzas y redefine prioridades en un mundo cada vez más multipolar.
¿A quién beneficia la retirada?
Paradójicamente, el vacío que podría dejar Estados Unidos en el FMI y el Banco Mundial probablemente lo ocupe China. En los últimos años, Beijing ha consolidado su influencia financiera global a través del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) y la Iniciativa de la Franja y la Ruta. También aumentó su cuota en el FMI, acercándose al 6,08% del total, mientras lidera el bloque de países emergentes agrupados en el BRICS, que busca construir alternativas al orden occidental.
Una retirada norteamericana aceleraría esa transición. En vez de reformar el sistema, lo dejaría a merced de otros actores con agendas distintas. El multilateralismo no desaparecería, pero cambiaría de manos.
¿Qué implicaría para América Latina?
Para países como Argentina, cuya deuda con el FMI supera los USD 40.000 millones, el retiro de EE.UU. tendría efectos contradictorios. Por un lado, podría debilitar el poder de veto estadounidense, que muchas veces condicionó las políticas del Fondo hacia la región. Por otro, abriría un período de incertidumbre sobre los recursos disponibles, las futuras condicionalidades y la orientación política del organismo.
Además, sin Estados Unidos, el Fondo podría inclinarse más hacia posiciones conciliadoras con potencias emergentes, pero también perdería capacidad de respuesta ante crisis graves.
¿El fin de una era?
La salida de Estados Unidos del FMI y del Banco Mundial sería más que una decisión administrativa: sería un parteaguas en la historia del orden económico internacional. Pondría en tela de juicio la continuidad del paradigma nacido en Bretton Woods y abriría un escenario donde potencias como China, India y Rusia podrían redibujar las reglas de juego.
¿Será este el inicio del fin del dólar como moneda hegemónica? ¿Veremos un nuevo FMI liderado por el Sur Global? ¿O es todo una jugada negociadora para redefinir el poder de voto y condicionar la política de los organismos multilaterales?
El reloj corre, y el mundo observa.