La construcción del «otro» como enemigo ha sido un mecanismo político recurrente en la historia argentina. Este enfoque, que articula identidades colectivas y consolida hegemonías, se fundamenta en la lógica amigo-enemigo, teorizada por Carl Schmitt como la esencia de lo político.
Este esquema dicotómico organiza la vida social en torno a oposiciones radicales y ha sido clave para estructurar el poder, especialmente en momentos de crisis o transformación social.
Una Herramienta al Servicio del Poder Oligárquico
Desde su surgimiento como Estado independiente, Argentina ha utilizado esta lógica para consolidar proyectos de poder. Durante el siglo XIX, la oposición entre civilización y barbarie, plasmada en la obra de Domingo Faustino Sarmiento, dominó el pensamiento de la élite gobernante. En este marco, el «otro» era representado por indígenas, gauchos y sectores rurales opuestos al modelo centralista promovido desde Buenos Aires.
La Campaña del Desierto, encabezada por Julio Argentino Roca, no solo fue una operación militar, sino también un proyecto político-cultural orientado a eliminar al «otro» indígena. Esta cruzada, presentada como una misión civilizadora, consolidó el poder territorial y simbólico de la oligarquía, definiendo una identidad nacional basada en valores europeos y blancos, mientras relegaba a los excluidos a ser ciudadanos de segunda o, en casos extremos, enemigos de la patria.
El Peronismo y la Reconfiguración del Enemigo
El surgimiento del peronismo en 1945 marcó un quiebre en esta dinámica. Por primera vez, las clases trabajadoras, los migrantes internos y los sectores populares fueron incorporados al proyecto nacional, desafiando el monopolio simbólico de la élite oligárquica. Sin embargo, esta inclusión provocó una reacción violenta. Para los sectores dominantes, el peronismo representó un enemigo a combatir en los planos político, cultural y simbólico.
El golpe de Estado de 1955, conocido como la Revolución Libertadora, ejemplificó esta lógica. Perón y sus seguidores fueron construidos como figuras corruptas y autoritarias, una amenaza al orden republicano. Esta narrativa justificó la represión, la proscripción política y la censura cultural, perpetuando una lógica de exclusión que marcó las décadas siguientes.
La Guerra Fría y la Radicalización de la Exclusión
En el contexto de la Guerra Fría, la distinción amigo-enemigo adquirió una dimensión ideológica. La lucha contra el comunismo global fue adaptada a la realidad argentina, etiquetando a las izquierdas, los movimientos populares y los sectores vinculados al peronismo como subversivos. Durante la dictadura cívico-militar de 1976-1983, esta lógica alcanzó su expresión más extrema con la implementación del terrorismo de Estado.
El Plan Cóndor, la censura cultural, la persecución política y el exterminio sistemático de opositores no fueron actos aislados, sino componentes de un proyecto para homogenizar la sociedad bajo los valores de la élite conservadora. Este periodo dejó una memoria traumática que sigue siendo objeto de disputa política y cultural.
Democracia y Persistencia de la Lógica Amigo-Enemigo
Con el retorno de la democracia en 1983, la lógica amigo-enemigo no desapareció, sino que se reconfiguró. Durante el menemismo de los años noventa, los sectores populares, desplazados de su representación tradicional, fueron construidos como «otros» en un discurso que exaltaba el individualismo y el mercado. En el siglo XXI, la polarización entre kirchnerismo y antikirchnerismo reavivó esta dinámica, enfrentando proyectos antagónicos que disputan la legitimidad para definir el rumbo de la nación. Esta confrontación ha profundizado las divisiones sociales, trasladándose al ámbito cultural y mediático.
Reflexión Final: Superar la Lógica del Enemigo
La construcción del «otro» como enemigo ha sido una constante en la historia argentina, útil para consolidar hegemonías pero con un alto costo social y político. Esta lógica, al reducir el espacio para el diálogo y el pluralismo, representa un desafío para la democracia.
En el contexto actual, es fundamental cuestionar estas dinámicas y construir una política que trascienda la lógica amigo-enemigo, valorando las diferencias como una riqueza en lugar de un obstáculo. Solo mediante un proyecto inclusivo y dialogante será posible superar estas limitaciones y avanzar hacia una democracia más sólida y representativa. La historia argentina demuestra que la exclusión genera fracturas profundas que, a largo plazo, debilitan el tejido político y cultural de la nación.
AM