La idea de que los mandatarios de turno, ya sea un Biden o un Trump, puedan alterar fundamentalmente el vínculo con la región resulta ingenua, aunque persisten dos errores analíticos en el enfoque latinoamericano sobre las elecciones en EE. UU.
Por un lado, se subestima el impacto real de estos comicios, en la creencia de que el deep state es tan fuerte que no hay nada relevante en juego, y que las decisiones hacia América Latina no dependen de quién ocupe la Casa Blanca. En el otro extremo, hay quienes ven en cada elección una oportunidad para una transformación profunda en la política estadounidense, como si cada cuatro años EE. UU. redistribuyera sus cartas y replanteara sus prioridades a fondo. Ambas visiones simplifican una realidad mucho más compleja y matizada.
¿Qué está en juego realmente?
Para empezar, si de verdad no hubiera nada en juego, poderosos lobbies como el de Wall Street, el complejo militar-industrial o las grandes tecnológicas no invertirían cantidades astronómicas en cada ciclo electoral, ni veríamos a multimillonarios como Elon Musk involucrarse abiertamente en campañas políticas. Al mismo tiempo, si las diferencias entre demócratas y republicanos fueran realmente de fondo, resultaría difícil explicar sus recurrentes coincidencias programáticas en torno a temas clave de la región, como el control de recursos estratégicos y la contención de la influencia de potencias extranjeras.
Objetivos comunes y estrategias divergentes
El objetivo estratégico de Washington en América Latina es claro y persistente: mantener la región como un reservorio de recursos valiosos y un espacio seguro para su eventual repliegue geopolítico. Sin embargo, los métodos varían y el “cómo” suele generar fricciones. En efecto, el retorno de Trump a la presidencia probablemente implicaría un endurecimiento de la relación con gobiernos latinoamericanos progresistas y un claro respaldo a los liderazgos más conservadores.
Es útil, entonces, analizar el espectro de relaciones latinoamericanas agrupándolas en tres bloques.
1. Los gobiernos ultraderechistas: Milei, Bukele y Noboa
Los aliados naturales de Trump en la región son, sin duda, figuras como Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador y Daniel Noboa en Ecuador. Estos gobiernos comparten una afinidad ideológica y se han posicionado como aliados incondicionales de Washington. Trump, además, representa para ellos un modelo de gobierno: firme en sus posturas y sin reparos en desafiar al statu quo. La relación con Argentina bajo el mando de Milei puede verse como problemática, ya que se combinarían las metas de Trump de restringir la migración y la repatriación de industrias con el entusiasmo del libertario argentino por atraer capital y asistencia de EE. UU., seguramente habrá roces en cuestiones de libre comercio y proteccionismo.
2. El “eje del mal”: Venezuela, Cuba y Nicaragua
A Trump le gusta evocar al «eje del mal» cuando habla de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Con una retórica dura y sanciones económicas, su administración buscará intensificar la presión sobre estos países, avivando el apoyo a la oposición en Venezuela e intensificando el bloqueo a Cuba. Las sanciones sobre PDVSA en el caso de Venezuela o la inclusión de Cuba en la lista de patrocinadores del terrorismo son elementos constantes en esta política de «cambio de régimen». El fin último es frenar la influencia de China en estas naciones, una prioridad estratégica que, con Trump, podría volver a tomar la forma de presiones aún más fuertes y alineamientos estrictos.
3. Los gobiernos de la “segunda ola progresista”
México y Brasil ocupan un lugar especial en esta dinámica, aunque por razones distintas. En el caso de México, el vínculo es inevitable debido a la relación económica asimétrica consolidada en el T-MEC. Trump usará, sin duda, el tema migratorio como bandera de su agenda, reforzando la vigilancia en la frontera y empujando a México a controlar sus flujos migratorios, una presión que afectará también a los países centroamericanos y caribeños, dependientes en muchos casos de los acuerdos de protección temporal. La re-negociación del T-MEC en 2026 será un desafío para México y una oportunidad para Trump de promover políticas de fuerte tinte proteccionista.
Brasil, por su parte, mantiene su influencia en los BRICS, una organización que desafía el orden unipolar defendido por Trump. Además, bajo el liderazgo de Lula, Brasil se ha convertido en un abanderado de la política climática y del multilateralismo, en agudo contraste con las posturas de Trump. La probable fricción en temas ambientales y comerciales entre ambas administraciones es evidente, y el establishment en EE. UU. también observa con preocupación el apoyo de Lula a iniciativas de integración regional más autónomas.
La continuidad en la política exterior y el inevitable intervencionismo
En última instancia, la política de Trump hacia América Latina estará marcada por un intervencionismo continuo y por una agenda en la que temas como la relocalización de industrias, la repatriación de capitales, la restricción migratoria y la protección arancelaria ocupan un lugar central. La postura de “América primero” de Trump implica una serie de desafíos para los gobiernos latinoamericanos, tanto para sus detractores como para sus aliados, ya que algunos de estos últimos también podrían chocar con los objetivos proteccionistas de Trump, sobre todo en el terreno comercial.
Este intervencionismo intensificado será recibido de manera diversa en la región, en función de las orientaciones políticas y los intereses nacionales de cada gobierno. Los mandatarios latinoamericanos deberán maniobrar hábilmente en un contexto en el que el cambio en la Casa Blanca no necesariamente implica una ruptura con el pasado, sino la continuación de una estrategia que, con matices, apunta a preservar la hegemonía estadounidense en un hemisferio que sigue siendo clave para sus intereses.
Independientemente de la orientación y las simpatías de cada gobierno, y del nivel de intervencionismo que asuma Trump de cara a América Latina, su política tiene una serie de metas inalterables: subir aranceles, proteger los empleos locales, limitar la competencia migratoria, relocalizar industrias y repatriar capitales. Paradójicamente, esto traerá dolores de cabeza no sólo para sus más firmes detractores, sino también para muchos de sus aliados y subalternos ideológicos en la región.
AM