Desde tempranas horas del domingo 27 de octubre, la política boliviana se vio sacudida por las fuertes acusaciones de Evo Morales. El expresidente denunció un intento de magnicidio cuando, en medio de su trayecto a la emisora Radio Kawsachun Coca, su vehículo recibió 14 disparos.
La reacción no se hizo esperar: desde sectores afines al presidente Luis Arce, surgieron rumores de que el ataque habría sido un “autoatentado” de Morales. La tensión escaló aún más el lunes, cuando el ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, aseguró que Morales había eludido un control policial y disparado contra los agentes.
El miércoles 30, en un intento por contener la crisis, Arce pidió públicamente el cese de los bloqueos en las carreteras liderados por el evismo. “Por un lado, dicen preocuparse por la economía, pero en los hechos la están estrangulando, perjudicando principalmente a las familias más vulnerables”, manifestó el presidente, quien atribuyó los bloqueos a un intento de forzar una candidatura inconstitucional de Morales, así como a presiones para acortar su propio mandato.
Una unidad cada vez más rota
Desde su retorno en noviembre de 2020, Morales ha manifestado abiertamente sus críticas hacia la administración de Arce, en un intento por recuperar protagonismo. En los últimos días, Morales instó a los funcionarios públicos a renunciar en masa para no ser «cómplices del peor gobierno de la historia». La convocatoria, sin embargo, resultó contraproducente: en vez de apoyo, provocó un inusual respaldo al presidente.
Arce, que alguna vez fue designado como candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) en una conferencia en Buenos Aires en 2020, ha enfrentado desde su elección crecientes fricciones internas con el sector evista. Para Evo Morales, Arce fue elegido en un momento de crisis para revivir los “años de bonanza” que él mismo impulsó, según el periodista Martín Sivak, autor de Jefazo. Sin embargo, la distancia entre ambos ha crecido exponencialmente, con Morales reclamando cambios de gabinete y expresando públicamente su descontento, especialmente con el ministro Del Castillo, cuyas acciones y acusaciones contra Morales han puesto al rojo vivo las tensiones en el MAS.
Linera, el espejo argentino y la sombra de la derecha
Álvaro García Linera, el exvicepresidente y estrecho colaborador de Morales, fue uno de los primeros en alertar sobre los peligros de la fragmentación dentro del MAS. Tras las primeras confrontaciones públicas entre Arce y Morales, García Linera instó a su antiguo compañero a recuperar el espíritu de unidad que caracterizó a su liderazgo, advirtiendo que las divisiones internas abrirían el camino a un fortalecimiento de la derecha.
Para García Linera, la situación boliviana guarda paralelismos con Argentina, en donde las elecciones han mostrado un cambio político hacia la derecha con la irrupción de figuras como Javier Milei. “No jueguen con fuego”, declaró Linera, advirtiendo que el país no puede permitirse una división que derive en la pérdida de estabilidad política y económica.
Perspectivas de futuro: la sombra de una tormenta política
La frágil cohesión del MAS se enfrenta a desafíos históricos. Morales, por un lado, insiste en que Arce ha traicionado los principios del movimiento, mientras que el presidente apuesta por la estabilidad económica y una gestión moderada que busca distanciarse de los excesos del pasado. La situación se torna más crítica al observar el rol de la derecha en la figura de Manfred Reyes Villa, quien busca formalizar su movimiento político a nivel nacional, en un intento por consolidar una alternativa conservadora ante el desgaste del MAS.
El MAS, atrapado en sus propias contradicciones y una disputa interna que cada día se intensifica, se enfrenta a un futuro incierto, mientras la sociedad boliviana observa atenta cómo el partido que una vez lideró el cambio parece ahora al borde del colapso interno.
AM