La sombra de una guerra global


 La sombra de una guerra global: cuando el capitalismo y el tecno-fascismo impulsan la destrucción

 


El mundo avanza peligrosamente hacia un nuevo conflicto bélico de escala global. A pesar de que el grueso de la población mundial rechaza la idea de una guerra, las tensiones geopolíticas y los intereses capitalistas parecen encaminar inexorablemente a las potencias hacia un enfrentamiento, una realidad que podría materializarse antes del final de la década. Así lo advierte el reconocido sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos en su análisis reciente, en el que describe cómo el capitalismo global, cada vez más tecnificado, alimenta las llamas de un futuro conflicto.

Un siglo de lecciones ignoradas

Para comprender el presente, Sousa Santos nos invita a mirar al pasado. Hace más de un siglo, en 1900, el mundo también vivía bajo la amenaza de una guerra inminente, aunque en ese momento, la mayoría de las élites intelectuales y empresariales apostaban por la paz. Inglaterra era la potencia hegemónica, pero su apogeo ya mostraba señales de declive ante el avance imparable de Estados Unidos. Sin embargo, Europa, inmersa en una carrera armamentística y colonial, vivió la Primera Guerra Mundial, a pesar de los esfuerzos pacifistas que se intensificaron durante la primera década del siglo XX.

Hoy, la situación tiene un inquietante paralelismo con aquel periodo, aunque con diferencias sustanciales. Estados Unidos, que a principios del siglo XX era el motor de la paz y el progreso industrial, se ha convertido en la potencia militar más grande del mundo, con un presupuesto anual de defensa de un trillón de dólares. Para las corporaciones armamentísticas, la guerra no solo es necesaria, es esencial para mantener sus gigantescos beneficios. Cuanto más se prolonga, más rentable se vuelve. La «guerra eterna», como lo describe Sousa Santos, es el mejor escenario para quienes lucran con la destrucción.

El nuevo enemigo: el capitalismo de Estado

El declive de Estados Unidos, al igual que el de Inglaterra hace más de un siglo, ha traído consigo una nueva dinámica de enfrentamiento. Ya no se trata de la lucha entre capitalismo y socialismo, como en la Guerra Fría. Hoy, la guerra que se avecina es entre dos versiones del mismo sistema: el capitalismo de las multinacionales estadounidenses y el capitalismo de Estado, encarnado en China. Esta nueva contienda se está manifestando a través de guerras subsidiarias, como el conflicto entre Rusia y Ucrania, que no es más que una batalla estratégica en la lucha global por el control de Eurasia.

El bloqueo de la influencia de China sobre Europa es esencial para la estrategia estadounidense. Europa, con sus vastos mercados de consumo, es crucial en esta nueva guerra fría. Separarla política y económicamente de Rusia ha sido un movimiento clave en el tablero geopolítico, con el objetivo de asegurar su alineación con Estados Unidos. La guerra en Ucrania y la creciente militarización europea son parte de esta estrategia, mientras que, por su parte, Estados Unidos se prepara para un enfrentamiento directo con China.

Tecno-fascismo: la nueva arma del poder global

A este sombrío panorama se suma una amenaza emergente: el tecno-fascismo, un fenómeno que, según Sousa Santos, redefine las formas de poder en el siglo XXI. Las corporaciones tecnológicas, lideradas por figuras como Elon Musk, han adquirido una influencia sin precedentes, a menudo por encima de la autoridad de los Estados. Un ejemplo claro de esto es el reciente conflicto entre la red social X (antes Twitter) y el Tribunal Supremo de Brasil, donde la red propiedad de Musk se negó a eliminar contenido que incitaba al odio y la violencia, desafiando abiertamente la soberanía de un gobierno nacional.

Este tipo de poder global, que mezcla la capacidad tecnológica de control social con el dominio financiero, es un nuevo tipo de fascismo que no responde a las fronteras ni a las leyes democráticas. Según Sousa Santos, esta dinámica es mucho más peligrosa que la carrera armamentística de principios del siglo XX. Ahora, la tecnología no solo permite la guerra, sino que puede utilizarse para controlar y manipular a la población civil de maneras inimaginables. El reciente ataque con «pagers asesinos» en Líbano es solo un adelanto de las tácticas de control y terror que podrían utilizarse en futuros conflictos.

La lucha por la paz: ¿una batalla perdida?

En este escenario, la lucha por la paz parece más difícil que nunca. A principios del siglo XX, los movimientos pacifistas tenían en la democracia una herramienta para detener la guerra. Hoy, sin embargo, la democracia parece cada vez más controlada por los intereses capitalistas. Los partidos políticos no asumen la paz como una bandera central, porque «la paz no gana votos», como señala Sousa Santos. La guerra, al contrario, es un negocio rentable para las grandes corporaciones y los gobiernos que dependen de ellas.

El tecno-fascismo y el tecno-terrorismo, advierte el académico portugués, hacen que el capitalismo actual sea incluso más peligroso que hace un siglo. La tecnología ha permitido a las élites económicas concentrar un poder sin precedentes, fuera del alcance de cualquier tipo de control democrático. Esto deja a la población mundial en una situación de vulnerabilidad extrema, donde la vida cotidiana puede ser manipulada y destruida por dispositivos comunes, transformados en armas silenciosas de destrucción.

Conclusión: La necesidad de una nueva resistencia

El análisis de Boaventura de Sousa Santos es una advertencia urgente. Si el mundo no encuentra formas efectivas de resistir el avance de esta maquinaria bélica y capitalista, nos encaminamos a un futuro de guerra interminable. La lucha por la paz no solo es una lucha contra la guerra en sí misma, sino contra el sistema económico que la alimenta. Tal como advirtieron los socialistas y anarquistas a principios del siglo XX, la guerra es inevitable si no se enfrenta al capitalismo en su forma más destructiva.

En esta nueva era de capitalismo tecnológico y concentración extrema de poder, el desafío será mucho mayor. La esperanza, como siempre, radica en la resistencia y en la capacidad de los pueblos para organizarse y luchar por un mundo diferente. La guerra no es el destino inevitable de la humanidad, pero para evitarla, es necesario un cambio radical en las estructuras de poder global.

Esta nota se basa en un análisis de Boaventura de Sousa Santos publicado en Diario 16, traducido por Bryan Vargas Reyes.

AM