En tiempos donde la política esta desacreditada y los líderes mundiales vacilan frente a crisis sociales y económicas, el papa Francisco emerge como una de las voces más contundentes en defensa de los desposeídos.
En el reciente Encuentro de Movimientos Populares celebrado en el Vaticano, Francisco no se guardó nada. Frente a un auditorio expectante, denunció con ironía la represión en Argentina: «Me hicieron ver una represión. Gente que pedía por sus derechos en la calle. Y la policía los rechazaba con gas pimienta de primera calidad, lo más caro que hay. El Gobierno, en vez de pagar justicia social, pagó gas pimienta». Una crítica directa al gobierno de Javier Milei y su veto a la ley que aumentaba las jubilaciones, dejando en evidencia el distanciamiento entre el modelo político actual en Argentina y las demandas populares.
Sin embargo, la mención de Francisco fue mucho más allá de los límites nacionales. En un contexto global donde la desigualdad económica se ha profundizado, apuntó contra los billonarios, exigiendo que compartan su riqueza no como una limosna, sino desde la fraternidad y la justicia. “Pido a los privilegiados en este mundo que se animen a dar este paso, van a ser mucho más felices y seremos más hermanos todavía”. Este llamado a la redistribución, en un mundo donde la concentración de capital parece inmutable, resonó con fuerza, especialmente en tiempos en que se debate a nivel global la imposición de impuestos a los más ricos.
Tecnología y concentración del poder
Francisco no evitó abordar otro de los grandes desafíos del siglo XXI: el poder desmesurado de las grandes corporaciones tecnológicas. Si bien no mencionó nombres específicos, su crítica a los magnates tecnológicos fue clara. » Son la cara más visible y despiadada del proceso de acumulación, de concentración del capital»,
El Papa, que ha insistido en una «cultura del encuentro», también pidió que estos gigantes respeten las leyes de los países en los que operan y no se coloquen por encima de ellas. Aquí se esconde una crítica profunda al modelo actual del capitalismo global, que no solo concentra riqueza sino también poder político y mediático, generando un nuevo tipo de imperialismo corporativo.
Una voz constante en defensa de los excluidos
La posición de Francisco en estos temas no es nueva. Desde su llegada al Vaticano, ha subrayado los peligros de la desigualdad y la exclusión social. En su exhortación apostólica de 2013, Evangelii Gaudium, ya criticaba la teoría del derrame y la «cultura del descarte», planteando la necesidad de una iglesia «accidentada, herida y manchada por salir a la calle» en lugar de una «enferma por el encierro».
A lo largo de su pontificado, Francisco ha mantenido este compromiso con los más vulnerables, enfatizando las 3T: tierra, techo y trabajo, como derechos fundamentales y sagrados. Estas demandas, que parecen básicas, no siempre encuentran eco en un mundo cada vez más dominado por el poder corporativo y los intereses financieros. La pandemia no detuvo su voz: en 2021, en el IV Encuentro de Movimientos Populares, llamó a liberar las patentes de las vacunas y denunció a las grandes corporaciones alimentarias por inflar precios y aumentar la pobreza.
Un papa del sur global
Pero Francisco no solo es un crítico del sistema desde el púlpito. Su geopolítica del sur, como lo han definido algunos analistas, lo ha llevado a los márgenes, tanto en términos geográficos como sociales. Ha viajado a América Latina, África, Asia, y el Medio Oriente, priorizando a las periferias olvidadas por las grandes potencias. En Irak, fue testigo de la devastación causada tanto por el terrorismo del Estado Islámico como por la invasion norteamericana y en África visitó algunos de los países más pobres del mundo. Recientemente y a pesar de sus limitaciones físicas, visitó países de Asia y Oceanía. Incluso su intervención en el G7 en 2024 puso sobre la mesa los dilemas de la inteligencia artificial, advirtiendo que su mal uso podría profundizar aún más las desigualdades globales.
Esta mirada desde las periferias, que ha sido uno de los sellos de su papado, es también una crítica al paradigma tecnocrático que busca uniformar el mundo, como él mismo ha dicho. Citando la novela Señor del mundo de Robert Hugh Benson expreso . que la novela “sueña con un futuro en el que un gobierno internacional con medidas económicas y políticas gobierna a todos los demás países, y cuando se tiene este tipo de gobierno es porque hay una superpotencia que dicta el comportamiento económico, cultural y social a los demás países”.
Frente a esta realidad que se avizora, Francisco defiende la política como herramienta de transformación, algo que hoy parece una mala palabra en muchos sectores, pero que en su visión es esencial para contrarrestar los excesos del capitalismo deshumanizado.
El Vaticano del futuro
Con un 72% de los cardenales electores nombrados por él, el futuro del Vaticano parece estar en manos de su visión reformista y de periferias.
Aunque sectores conservadores han comenzado a moverse, acusándolo de «autocrático y confuso», lo cierto es que Francisco ha consolidado su influencia dentro de la Iglesia, y su legado es claro: una iglesia comprometida con los pobres, crítica del poder desmedido y abierta a nuevos debates sobre sexualidad, medio ambiente y desigualdad.
En un mundo donde la política parece más deshumanizada que nunca, la política de Francisco es un faro en la tormenta, un recordatorio de que el cambio es posible, pero requiere valentía, tanto de los líderes como de los ciudadanos. Es un llamado a la acción, no solo a la reflexión. Y en ese sentido, su figura seguirá siendo clave, tanto para los católicos como para quienes, desde otras trincheras, luchan por un mundo más justo.
AM