Los cimientos del peronismo clásico. Por Alberto Lettieri


Hace unos años, estando de visita en Chile, un alto funcionario del gobierno del vecino país de entonces me dio su propia versión de cómo lo interpretaban desde el exterior. “¿Se dio cuenta de cómo atienden los mozos en los bares de mi país? Jamás miran a los ojos: bajan la mirada ante el patrón, o de quien momentáneamente hace las veces de patrón. En la Argentina, en cambio, se acercan de una manera casi desafiante: ‘No porque te atienda soy inferior’, te hacen notar de manera tácita.” Y concluía: “El peronismo le dio al plebeyo conciencia social de sus derechos”.

Entre 1943 y 1955, el “peronismo clásico”, la inclusión social y la dignificación de las clases subalternas fueron los emblemas más destacados de un proceso de dignificación de la Argentina que podrían sintetizarse en el eslogan de “Justa, libre y soberana”. La inclusión social tuvo como herramienta al trabajo, a partir de la definición de que cada uno debía producir “un poquito más de lo que consume”. Para eso se impulsó la reactivación de la economía, la recuperación de fábricas abandonadas, la inversión constante en la producción, la inversión en energía, el desarrollo de la más importante red de establecimientos educativos y de hospitales de que tenga memoria la humanidad en un plazo tan acotado. Empleos de calidad, con salarios con alta capacidad de compra, a los que se sumaba el sueldo anual complementario, y una generosa legislación laboral, que incluía estabilidad, accidentes de trabajo, maternidad, jubilación digna y negociación paritaria de sueldos y condiciones de trabajo.

UN GOLPE A LOS PRIVILEGIOS

Ese peronismo clásico significó un golpe frontal a los privilegios de la oligarquía, algo que nunca se le perdonó. El Estatuto del Peón Rural consagró la autoridad estatal y los derechos de los trabajadores en las propias madrigueras de quienes, hasta no mucho tiempo atrás, emitían su propia moneda y obligaban a quienes contrataban a consumir en sus propios almacenes, imponiendo precios y condiciones abusivas, y sanciones físicas y psicológicas ante cualquier gesto de rebeldía.

Pero también el peronismo apostó a la socialización del disfrute del tiempo libre, a través de las vacaciones pagas, y el tendido de una red de comunicaciones y de hotelería de excelencia que permitió que los “humildes” accedieran a consumos y capacidades que antes se restringían a las clases altas y medias altas.

Mientras que el líder desarrollaba una cuidadosa tarea de definición estratégica y de implementación del plan de gobierno, expresado en la legislación aprobada y los monumentales planes quinquenales, inspirados en las “Veinte verdades” que contenía la doctrina peronista, y dedicaba buena parte de su tiempo a una exitosa tarea docente de educación política, cívica y de dignificación de la sociedad argentina, a su lado Evita, la abanderada de los humildes, demostraba sin fisuras tanto su articulación natural con Perón, como que su compromiso con sus propios orígenes se mantenía inalterable, para convertirse en acción y en ejemplo cada vez que el abuso o la injusticia asomaban en las acciones y las conductas del antiperonismo. “Allí donde hay una necesidad, nace un derecho”, grabó con fuego en la mente de cada argentino, para solaz de la mayoría y repudio de los privilegiados.

A través de la Fundación Eva Perón el peronismo construyó la niñez obrera en la Argentina. Hasta entonces un niño era un adulto incompleto, sujeto a pésimas condiciones de vida y marginación. Con el diseño de un sistema educativo efectivamente gratuito en todos sus niveles, el estímulo a la escolarización, la creación de la enseñanza industrial y los regalos navideños que a partir de entonces comenzaron a recibir, la niñez se convirtió en la única privilegiada en el imaginario nacional. No fue la única, en realidad: también los jubilados que recibieron un cuidado y protección especial de parte del Estado, o las madres solteras, que fueron contenidas, alojadas y capacitadas en oficios, y provistas de sus propias máquinas de coser o de tejer para generar sus propios ingresos y evitar los abusos de toda clase a que las sometía la Argentina preperonista.

El peronismo clásico construyó y fortaleció la solidaridad social a través de su concepción de la “comunidad organizada”: cada argentino debía tener una vida digna acorde con su posición en la escala social, al tiempo que se le exigía cumplir sus responsabilidades en el terreno productivo o en el área de acción en la que se desempeñara. El Escudo Justicialista, en el que una mano ubicada a mayor altura atrae y potencia hacia arriba a otra que se ubica más abajo, expresa este compromiso solidario que atraviesa los compartimientos sociales.

NI YANQUIS NI MARXISTAS

El peronismo clásico rechazó las caracterizaciones eurocentristas de clase social o las definiciones políticas en términos de derecha e izquierda. Por un lado, propuso la armonía entre capital y trabajo, y el derecho a un reparto justo de los beneficios; por otro, se proclamó como un “movimiento de centro”, que podría adoptar políticas y definiciones acordes con las condiciones históricas sin verse condicionado por definiciones programáticas exógenas, a partir de su sanción de la “Tercera posición” en el contexto internacional: “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”.

Por cierto que la dignificación de los trabajadores, el Estatuto del Peón, la redistribución de la riqueza, el motor de la Justicia Social que inspiraba sus políticas, la gratuidad de la universidad pública y la creación de la universidad obrera, el sufragio femenino, la revalorización de la relación con los países hermanos americanos, la construcción de la niñez en las clases trabajadoras, el acceso universal y gratuito a la salud de calidad, o el papel central que jugaron los sindicatos en la concientización e implementación de una sociedad efectivamente justa, libre y soberana, motivaron los más bajos instintos y los peores odios de quienes seguían siendo “nostálgicos del 42” y consideraban, como entonces, que un plato lleno en la mesa de un trabajador era algo “subversivo”. Ni qué decir del acceso a la vivienda obrera o la acción de beneficencia estatal que venía a reemplazar a la degradante caridad preexistente.

No solo el peronismo le dio al plebeyo conciencia de sus derechos. También contribuyó decididamente a construir un sentimiento de pertenencia y de orgullo nacional entre los sectores populares argentinos, del que habían sido privados por quienes habían decidido “ser la patria” y, a partir de entonces, debieron compartirla.