El futuro y el sentido de la política

Una plaza. Un Cabildo y un 25 de mayo. Una nueva oportunidad del calendario en que se forjó nuestra historia para poder poner los desafíos del presente en clave de futuro. Y el frenesí electoral se deglutió la oportunidad.


Cristina Kirchner convocó a la Plaza de Mayo a celebrar los 20 años desde la irrupción de Néstor Kirchner en nuestra historia, aquel reparador de sueños que hace dos décadas atrás vino a proponernos un sueño: “quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que seamos un país serio, pero, además, quiero un país más justo. Anhelo que por estos caminos se levante a la faz de la tierra una nueva y gloriosa Nación: la nuestra”.

Y, sin embargo, toda la expectativa estaba puesta en que se anunciara una candidatura. Hasta los propios organizadores, que armaron la ubicación de dirigentes en el escenario, pararon detrás de Cristina, en la perspectiva de las cámaras de televisión, a Wado de Pedro, que tenía spot y afiches preparados para lanzarlos una vez concluído el acto y a Sergio Massa, a quien le reclaman en Washington que exprese el liderazgo del peronismo en el tiempo que viene.

Difícil contexto para hablar de la revolución. Difícil contexto, incluso, para recordar a Néstor.

Allá lejos y hace tiempo: una revolución

El 25 de mayo de 1810 las mujeres y los hombres que habitaban este suelo fueron protagonistas de la gesta revolucionaria que marcara a fuego los destinos de nuestra historia. Con la vocación de sintetizar siglos de resistencia y años de organización popular, constituyeron una Junta que reflejara la unidad necesaria para vencer al Virrey.

No se trataba, tan solo, de deponer al delegado de la Real Hacienda. Se trataba de enterrar el modelo colonial impuesto por la metropoli extranjera. Se trataba de abandonar la dependencia política, dejando de recurrir a la Casa de Contratación y el Consejo de Indias. Se trataba, en definitiva, de sepultar aquel modelo que nos condenaba a ser un país proveedor de materias primas, receptores de manufacturas provenientes de otras latitudes. Se trataba de defender y organizar un Pueblo ansioso de construir un destino común de Patria.

Hace más de doscientos años que dos proyectos antagónicos de país vienen batallando a lo largo de nuestra historia. Y vaya que tiene actualidad poner la historia en perspectiva frente a los desafíos actuales, que no se reducen a dilemas monetarios o bimonetarios, o al menos, esos problemas son apenas aristas de las consecuencias de ser un país dependiente.

Si la modernidad líquida, sus versiones edulcoradas de la historia, no hubieran dejado atada en el pasado la palabra revolución, los 25 de Mayo serían una linda oportunidad para volver a pasar por la memoria colectiva aquella primera patriada del cabildo abierto, la victoria del luche y vuelve con la asunción de Cámpora, y el momento en que el sacrificio de tanta militancia durante la resistencia al neoliberaismo y el 20 de diciembre de 2001, empezaba a repararse con la llegada de Néstor.

Pero aquel que llena la mochila de su propia historia, le da sentido a sus convicciones, termina comprometido con el futuro. Quizás por eso, discutir en este tiempo acerca de la revolución, no sea el camino óptimo para los que ven en el negocio electoral un atajo que satisfaga sus propias expectativas.

Y  aún así, el apriete cotidiano sobre nuestra economía, las condiciones de subordinación política actual y la injusticia social que atraviesa la diaria existencia de la enorme mayoría de los que pisan este suelo, exige pensar la salida de este quilombo por el camino de la liberación nacional.

Pero la clase política pretende administrar la colonia, y postula sus proyectos para transformarla en próspera.

 

Balances

Cristina Kirchner convocó a la Plaza de Mayo, y no es un dato menor. No es parte de la tradición con la que caracterizó su liderazgo convocar ella misma a su militancia. 20 años en los que Néstor gobernó durante cuatro años, Cristina durante ocho y ocupara la vicepresidencia otros cuatro. 16 años ocupando una vasta representación institucional de la Argentina, y expresando la hegemonía del peronismo durante las últimas dos décadas.

En el palco se entreveraban el 90% de los actuales Ministros, las autoridades de los principales y más voluminosos organismos descentralizados, la conducción de las empresas públicas, el gobierno de la provincia más poblada del país, expresada en su gobernador y los intendentes que conducen los distritos del conurbano bonaerense en nombre del peronismo.

Ese caudal de representación política e institucional es el vector sobre el que debe cotejarse el volúmen político expresado en la calle, en una Plaza de Mayo que se mostraba llena, pero que se muestra muy distante de aquellas convocatorias que caracterizaron tiempos pasados. Es también, ese caudal de representación institucional, el que tiene que poner en balance la aptitud para transformar semejante hegemonía en el Estado, en poder político.

En clave de representación de la gestión del Estado, solo le faltaba el Presidente, el canciller y un puñado de funcionarios más, que no se caracterizan precisamente, por ser la expresión más robusta del poder político en el país. Es difícil comprender las razones por las que el balance negativo de estos cuatro años en clave de consolidación de proyecto político, deviene en un crítica y no en una autocrítica.

Pero mas allá del tono crítico con su propio gobierno, Cristina aprovechó esta Plaza de Mayo para volver a proponer la necesidad de un Pacto Democrático para salir del bimonetarismo y reformar la vida institucional del Poder Judicial. La necesidad de un acuerdo para renegociar con el FMI y hacer sostenible el ciclo del endeudamiento externo al que nos condenó el gobierno de Macri.

La descomunal crisis que atraviesa nuestro país, y las injusticias sociales que respiran las mayorías populares, son las consecuencias de la brutal dependencia que padece nuestra economía. Somos un país que genera riqueza que se quedan atrapadas en los balances de los principales grupos económicos, y en los que una parte importante de la clase política, ha decidido subordinar sus ambiciones personales a los intereses extranjeros que operan en el pais.

Algunos de ellos estaban parados en el palco y aplaudían el llamado al pacto democrático.

Por eso, en definitiva, no se trata de buenas intenciones, se trata de la disputa por el sentido de la política. Eso es mucho más importante que una simple candidatura.

 

La teoría de la papa caliente

Massa se arroga haber agarrado una papa caliente, así se lo reconoce Cristina. La explícita alianza del kirchnerismo con Segio Massa adquiere profundidad a medida que se aproxima el calendario electoral.

La salida de Martín Guzmán se explicó por un mal acuerdo con el FMI o, al menos, eso fue lo que se dijo. Un acuerdo que Sergio Massa ha decidido profundizar hasta el punto de ajustar el gasto público en niveles record. Massa expresa el paroxismo de la subordinación económica, al punto de tomar medidas que se asemejan al manual de soluciones inflacionarias que implementaba Domingo Cavallo.

Sergio Massa ha profundizado su antagonismo con un proyecto nacional, y se ofrece como instrumento geopolítico de los Estados Unidos en las filas del peronismo. Y lo triste de este panorama, es que actúa con una evidente licencia ideolígica otorgada por el kirchnerismo, lo que no sólo desdibuja el sentido histórico de las conquistas de los últimos 20 años, sino que amenaza con diluir la capilaridad de un proyecto político que vuelve a estar en franca disputa.

Nuestra Patria es mucho más que aquel pedazo de tierra cultivable con potencia para ofrecer sus productos para el provecho del mundo y un puñado de familias, y para miseria de aquellos que la habitan. Nuestra Patria es la riqueza de su tierra, su subsuelo, pero fundamentalmente el sacrificio de sus trabajadoras y trabajadores.

Desde hace más de 200 años damos batalla por ese sentido histórico. Aquella gesta liberadora de Mayo, que encuentra en San Martín su síntesis, que halló en Rosas al intérprete de un tiempo en que la soberanía y nuestra integridad federal se ponían en riesgo, se supera en aquellos años de felicidad para nuestro pueblo, durante los gobiernos del General Perón, que marcaron en forma indeleble los últimos setenta años de historia.

Por eso es importante el sentido histórico de lo que somos. De allí la enorme tarea de los patriotas de poner en disputa el territorio de nuestras convicciones.

Nuestra Patria es el destino común de su pueblo que sueña con ser feliz. Nuestra Patria es aquella que sincroniza sus dolores y alegrías con las naciones de éste continente, al que lo pretenden condenar para servir a las potencias. Nuestra Patria es grande, como el corazón, los ovarios y las pelotas de sus patriotas. No hay Patria sin pueblo, no hay destino sin patriotas que se enfrenten a aquellos que ponen en peligro su destino.

Fernando Gomez

 

Fernando Gómez es editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.