REVISTA CRISIS: Una buena manera de nutrir la sesera en momentos de incertidumbre


 manifiesto / nada pasa

Estado de indefensión

Fotografía: Mariana Nedelcu

E l 1° de septiembre la coyuntura argentina cruzó un umbral crítico. El disparo contra la vicepresidenta de la Nación, de concretarse, hubiera abierto una ventana hacia lo desconocido en la historia nacional. Sin embargo, la reacción de oficialistas y opositores confirma la desconexión de un sistema político cada vez más impotente, capaz de tropezarse con el resurgimiento de la violencia política y seguir como si nada hubiera pasado. Como zombis en un país que se pulveriza.

Desde entonces Cristina Fernández de Kirchner volvió a ocupar el centro de la escena y en cierto modo absorbe o contiene en su propio cuerpo el crecimiento de una tensión que amenaza con estallar. Pieza nodal de una polarización que está mutando en enfrentamiento entre antagónicos. Garantía última de gobernabilidad para un peronismo en el poder que languidece en la intrascendencia. Válvula de escape para un malestar social que deposita en ella tanto sus odios como sus esperanzas.

La ex presidenta está lejos de asumir el papel heroico de quien amasa una salida superadora. Y más bien expresa la fragilidad de un momento histórico en el que lo viejo ya murió hace rato, pero lo nuevo ni siquiera asoma en el horizonte. O peor: cuando ese futuro se esboza, parece una pesadilla.

Estado de indefensión. Así describió CFK en su alegato judicial al sentimiento que la embarga. Y en cierto modo le puso nombre al tiempo que la sociedad está atravesando.

La disrupción se hizo de derecha

En este escenario crítico emergió una novedad política capaz de expresar el descontento. Un fantasma recorre el mundo y es la ultraderecha. En nuestro país pueden distinguirse al menos cuatro entramados organizativos que se inscriben en ese universo ideológico.

Dos de ellos son formaciones partidarias. De un lado los libertarios, que irrumpieron en las elecciones del año pasado con una potencia inesperada. Por otra parte los halcones de Juntos por el Cambio, quienes ostentan una muy buena performance en las encuestas y poseen la iniciativa política al interior de la principal coalición opositora.

El tercer dispositivo incluye a los sectores más conservadores de las iglesias evangélicas, que mostraron una importante capacidad de movilización en 2018 –y siguen proliferando especialmente entre los sectores populares. El cuarto actor acaba de asomar la cabeza: es el neofascismo militante, articulado en una miríada de agrupamientos menores que se conformaron durante la pandemia y tienen como elemento distintivo la vocación de emplear la violencia política –ya sea como complemento o como alternativa al sistema institucional. Otros sectores históricamente identificados con la derecha extrema permanecen en estado pasivo o de latencia (al menos según nuestro radar) como los militares y policías retirados, los componentes más reaccionarios de la iglesia católica y los tradicionales nucleamientos de la empresarialidad ruralista.

La consistente elección del bolsonarismo en la primera vuelta electoral celebrada en Brasil el 2 de octubre confirma que se trata de un fenómeno que llegó para quedarse. Es muy posible que ese faro regional incida de manera determinante en la oferta electoral argentina en 2023.

El frente de todos en Disney

La captura por parte de Sergio Massa del gobierno nacional es la respuesta lógica del peronismo ante el fracaso en la gestión. También es un modo de adecuarse al “corrimiento hacia la derecha” que mencionamos más arriba. El actual ministro de economía es la figura del oficialismo más ligada al establishment, al punto que podríamos calificarlo como un operador de los intereses del poder económico y de ciertos sectores imperiales. Precisamente por eso se le confía el comando y se le encarga un plan de estabilización. Que implica una seguidilla de concesiones siempre en favor de los más ricos. Y una imparable peregrinación de funcionaries a los Estados Unidos.

Cuadro de textoPero la sensatez en política no siempre es garantía de éxito. Especialmente cuando la crisis no encuentra dique de contención y socava cualquier intento por engatusarla. La única forma de inclinar la balanza en el sentido de la democracia es dejar de hacerle reverencias a los privilegiados. Y volver a enchufar la política con las fuentes esenciales de la soberanía. Mientras el progresismo, la izquierda y las tradiciones nacionales y populares continúen alimentando la estrategia de la resignación y el posibilismo, del mal menor y el “es lo que hay”, la ultraderecha seguirá gozando de la iniciativa histórica.