Dos milagros eran demasiado. Por David Selser

El primer viernes de setiembre se llenó la Plaza de Mayo con una imponente muestra del universo ciudadano que expresa su compromiso con el pacto democrático celebrado en 1983.

Más que identificarlo en la magnitud, la comparación de esta movilización que se ha hecho con la marcha en contra del “2×1” de mayo de 2017 nos lleva a emparentar ambas manifestaciones populares con el sostenimiento del sistema de convivencia política adoptado hace casi cuarenta años.

Frente a la pulsión aniquiladora contra el que piensa, siente o actúa distinto en materia política, la respuesta del campo popular no es simétrica; se emite sin apelar a la violencia simbólica o moral ni a la violencia física. El pueblo congregado respondió en ambos casos como comunidad organizada sujeta a la ley: contestó con una demostración política. Y esa característica que tuvo la marea humana de ofrecerse como “respuesta”, también equipara a la marcha del “2×1” con esta última, que llevó un nombre, “Cristina”, y un apellido, “democracia”.

Aquella y ésta fueron reconvenciones comunitarias a hechos que implicaban la fractura del acuerdo social y político que sobrevino a la dictadura genocida y ladrona.

Al “2×1” se le opuso la ciudadanía en la marcha de 2017.  Luego, el Congreso de la Nación, con la sanción de una ley, y la Corte Suprema, con un fallo, reafirmaron la interpretación jurídica que debe hacerse de los crímenes de lesa humanidad.

Al asesinato de la Vicepresidenta se le opuso un milagro.

Este milagro, que impidió que la bala saliera del arma, adquirió carnadura en los y las centenares de miles que salimos a la calle con la esperanza de que un segundo milagro lo sucediera.

En esa jornada donde las masas combinaron estupefacción y resiliencia a cielo abierto y andando la calle, los argentinos y las argentinas vivimos por algunas horas la fe del peregrino.

Esperamos expectantes una ratificación unánime del pacto de 1983, basada en las disculpas políticas de que era acreedor el movimiento agredido y que, anhelábamos, no tardarían en llegar.

Pero ese día viernes de activismo terminó y el fin de semana esta vez tuvo la amarga densidad de día lunes: las cosas estaban en el lugar de siempre. No hubo ofrecimiento de perdón ni promesa de reparación ni mano tendida ni aceptación de diálogo. Las muestras de repudio al atentado, en boca de la oposición, tuvieron la valía de una pluma en medio de un huracán.

Los y las que esperábamos el nuevo milagro, tan cerquita del primero, caímos pronto en la cuenta que pedíamos lo imposible de quienes, cuando les tocó gobernar, apoyaron un golpe de estado en un país hermano, proveyendo armas de contrabando a la facción alzada; participaron de los preparativos militares para invadir otro país hermano; impusieron la infiltración y la represión mortal de las protestas populares; espiaron, persiguieron, extorsionaron, promovieron “gestapos” y apresaron a sindicalistas y a empresarios no obedientes;  denunciaron falsamente, emboscaron y encarcelaron a dirigentes políticos opositores; grabaron a los abogados defensores de los perseguidos; acorralaron, con el acompañamiento amenazante de una parte de los tribunales y de su estructura de difusión y propaganda, a jueces y fiscales hasta hacerlos renunciar;  hicieron del fraude discursivo y la mentira mediática sus vectores principales en las campañas políticas, todas basadas en relatos ficcionales; instauraron la categoría de “aportante trucho” para ocultar el origen de la subvención de su proselitismo; grabaron, espiaron y filmaron (encarpetaron) a sus principales dirigentes y aliados y a sus familiares; desplegaron inteligencia ilegal entre sus adversarios, empezando por la sobreviviente del milagro de Recoleta;  interceptaron comunicaciones de madres y demás deudos de los submarinistas muertos en el cumplimiento de su deber; desarticularon los mecanismos de regulación y control de los que el estado se vale para allanar las desigualdades y ejercer su poder de policía en cuestiones financieras; rifaron el armado latinoamericanista alcanzado por las administraciones previas, en beneficio de ententes sumisas al gendarme del norte venido a menos; facilitaron y propiciaron un endeudamiento externo descomunal, que atenazará por años a la economía argentina; eliminaron obstáculos administrativos y legales para evitar y sancionar la consumación en gran escala de delitos económicos como la fuga de divisas, la evasión y la elusión fiscales; emplearon a jueces cortesanos que admitieron ser designados por decreto, para someter a su arbitrio el manejo del poder judicial, la elección y la sanción de jueces y la ideología de las sentencias.

El augurio de redención fue nada más que un reflejo optimista —tan propio de la militancia— extendido incluso hacia aquellos y aquellas que, ahora en la oposición, se ciñen a su irrenunciable doctrina: el republicanismo como mera fachada y las prácticas mafiosas como instrumento de acción política.

Dos milagros eran demasiado.

 

DAVID SELSER

MILITANTE PERONISTA

INGENIERO AGRONOMO Y ABOGADO