La elección de los ejes temáticos estaba decidida desde el 2020 y, a la luz de las experiencias vividas, el debate se vio actualizado y generó nuevos abordajes.

– ¿Qué valor le asigna a que una edición tan significativa del Congreso de la Educación se concrete finalmente en Argentina, con la UNIPE como sede?

Lo primero que me interesa destacar es la participación de tantos investigadores del ámbito académico de distintos continentes, y en segunda instancia me llena de orgullo que sea en la UNIPE, especialmente en la Argentina, porque eso permite potenciar la colaboración sur-sur. Esto sirve para consolidar una cooperación más inclusiva y distinta a la clásica con el norte, es decir, con Europa y los Estados Unidos, ya que sin dudas un valor a preservar es el desarrollo de los circuitos regionales por donde circulan los conocimientos científicos. Que la sede elegida sea un país latinoamericano tiene una gran carga simbólica.

– ¿Hubo algún cambio sobre los ejes temáticos que ya habían sido establecidos para la edición del 2020?

No se produjeron modificaciones en la agenda, aunque sí se analizaron algunos aspectos más especialmente en el apartado de sociedad digital en la pospandemia, por ser un tema que cobró una gran relevancia en los últimos dos años. Todos los contenidos estuvieron presentes, pero las migraciones por ejemplo tienen un tenor específico en Europa, distinto al de América Latina o África. Ahí fue muy interesante ver las distintas perspectivas y ángulos, a partir de los cuáles se pudo realizar un abordaje específico.

-¿Cuál es el desafío en relación a las grandes corrientes migratorias y qué rol pueden jugar las universidades?

Los flujos migratorios tienen un impacto en la educación mundial básica, secundaria y superior, por ejemplo, con respecto al aprendizaje de las lenguas. Hoy la tendencia marca que los movimientos migratorios han llegado para quedarse e incluso incrementarse con el tiempo. En ese orden, las universidades, y más si tomamos casos como el de Argentina donde hay un sistema público y gratuito, pueden funcionar como palancas para lograr sociedades más inclusivas. Otro desafío interesante en la educación académica para nuestro país es contar con una política lingüística más fuerte en relación con su proyección internacional, que le permita disputar la enseñanza del español. Hoy la que unifica toda la propuesta en torno a este idioma en el extranjero es España, pero Argentina podría perfectamente hacerlo si tuviera una política concreta.

-¿De qué manera se plantea el abordaje de la problemática ambiental dentro de la educación?

Durante el congreso una especialista suiza, Alice Baillat, dijo que la migración climática no es un proceso causal simple por el cual las personas tienen que abandonar sus hogares, sino que se trata de un fenómeno complejo y multicausal de actualidad y afirmó que el derecho a la educación y a la formación en este contexto de riesgo ambiental se ve directamente amenazado por diversas razones, entre ellas, las dificultades de los sistemas educativos locales para recibir a la población desplazada por catástrofes climáticas o la ausencia de derecho internacional que proteja a la población migrante.


“Veo a futuro una universidad distinta a la que conocíamos hasta hace muy poco; a pesar de que la implementación de la virtualidad ya estaba, y lo que ha ocurrido es una aceleración”.


Esto fue muy interesante y marca la necesidad de trabajar en la concientización de los efectos generados por el cambio climático. En Argentina, hay un trabajo muy fuerte en las escuelas a partir de la Ley de Educación Ambiental Integral, mientras que en las universidades todavía no se ve tan claro desde lo curricular y está atado más a políticas propias del día a día por parte de cada institución.

-¿Qué conclusiones se plantearon en torno al impacto que tuvo la aceleración de la virtualidad, y cuál es el escenario en la pospandemia?

Algo interesante es el debate, aun abierto, sobre la magnitud del uso pedagógico en el mundo digital en relación a sus alcances y limitaciones. Nosotros ya estamos en una sociedad digital, y entenderla es parte de la tarea que tiene la universidad. Es importante comprender qué es lo que está en juego y profundizar sobre el control de la tecnología. Creo que vamos a un esquema híbrido, pero es necesaria una estrategia institucional que tenga por objeto preservar dos cosas: la trayectoria de los estudiantes por un lado, y la transmisión de los conocimientos por el otro. Veo a futuro una universidad distinta a la que conocíamos hasta hace muy poco, a pesar de que la implementación de la virtualidad ya estaba, lo que ha ocurrido es una aceleración.

-En comparación con otras experiencias, ¿Cómo evalúa la respuesta que tuvo la Argentina ante el desafío de la enseñanza virtual en el ámbito universitario?

-Si bien la respuesta fue heterogénea en función de la cultura y tamaño de cada institución, considero que Argentina sorteó ese desafío comparativamente con otras universidades del mundo de una manera más que interesante y rica. Como en todos lados, el acceso a la conectividad y a los dispositivos por parte de los estudiantes no fue el mismo, pero la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU) puso a disposición varios recursos, y eso es algo distintivo de la Argentina: políticas públicas fuertes y educación superior gratuita, algo que en muchísimos países no ocurre.

-¿Cual considera que es el gran eje sobre el que hay que profundizar acciones en lo inmediato?

Para mí, sin dudas es la desigualdad, que atraviesa a las tecnologías y está en el corazón de los movimientos migratorios. Es el gran foco que gira en forma transversal a estas temáticas. En el Congreso hay análisis coincidentes respecto a que tenemos un enorme problema de divergencia a escala global que obviamente adopta una forma distinta según si hablamos de países de primer, segundo o tercer mundo, pero no deja de estar presente. La pandemia profundizó este fenómeno.