Libros si, gente no.

 

Por Beatriz Chisleanschi


Asistir es su ritual de todos los años, desde hace 45, cuando pos dictadura comenzaron a realizarse las primeras Ferias del Libro. Una fiesta donde los y las visitantes se agolpaban para acceder a los stands internacionales o buscar, entre las distintas editoriales, aquello que no se conseguía fácilmente en la otrora ancha Avenida Corrientes.

Y este año no podía ser menos. Allí fue, en esta oportunidad, con la linda excusa de presenciar la presentación de un libro de poemas, y aprovechar una propuesta muy tentadora, ingresar sólo con la presentación de la tarjeta SUBE. Un hecho que no dejaba de llamarle la atención, no recordaba si era habitual esta alternativa de ingreso, o una excepción de este año.

Mientras que se dirigía al predio de la Rural -donde una vez por año, la oligarquía deja lugar a unos de los deleites de la clase media y trabajadora, empaparse de palabras escritas – pensó que ese lugar iba a ser un descontrol. Era el 7 de mayo, charlas varias por los 100 años del natalicio de Evita y la posibilidad de entrar gratis.

Decidió ingresar por Plaza Italia, le llamó la atención lo rápido que entró. Luego, el paso obligado por el baño después de un largo viaje en colectivo. La vejiga a veces parece tener cierta autonomía.  Se sorprendió al ver que había compartimentos vacíos, casi como esperándola. Terminó rápido.

Luego empezó el ansiado recorrido. Se había ido preparada para ir sacándose el abrigo mientras que el tumulto avanzaba por los pasillos de colores que indican los distintos pabellones de la Feria del Libro más importante del país. Pero nada de ello sucedió, los pasillos se veían vacíos a lo largo y ancho y los stands con pocas personas en ellos.  No se veía gente caminando con muchas bolsas con libros, sino la poca que había, sólo miraba los que no compraba o participaba de las distintas charlas o propuestas habituales del evento.

Un muchacho que pasaba por allí hablando por su celular le contaba a su interlocutor o interlocutora: “Es como un Parque de Diversiones, pero con libros”. Le sorprendió y llamó la atención la definición y pensó: “Y tal vez sí. Tal vez tenga razón, los libros también te pueden meter en una montaña rusa, entrar en un tren fantasma o hacerte girar la cabeza como tasas voladoras.”

Pero la realidad estaba lejos de mostrarle una diversión y muy cerca de explicarle por qué dejaron ingresar gratis con la SUBE.

Martes 7 de mayo, 19 horas, y una Feria del Libro casi vacía. Su amiga, con quien había acordado encontrarse, llegó unos minutos más tarde y mientras mostraba su correspondiente tarjeta de transporte, preguntó a uno de los señores que controlan el ingreso:
– ¿Mucha gente?
– Como un sábado, fue la respuesta.

Como un sábado en épocas macristas. Un sábado de macrisis. Años atrás, pretender ir un sábado a la Feria del Libro era decir presente apenas se abriesen sus puertas para tener una o dos horas de mediana tranquilidad.  Luego, ese hermoso bullicio que salía de esa masividad que recorre y ojea.  Hojea y escucha.


Como un sábado del 2019 reflejo de una industria editorial que, según un informe realizado por la Cámara Argentina del Libro (CAL), imprimió durante el año 2018 un poco más de 43 millones de libros, lo que representa una caída del 48 por ciento respecto al año 2015. Y las ventas en el lugar, según estiman las editoriales expositoras, descendieron un 15 por ciento respecto al año pasado, incluso algunas hablan del 30 por ciento. Con la excepción del libro de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sinceramente, muchas gracias repiten los y las libreras al unísono.

Como un sábado donde la gente no tiene plata ni para acercarse a entrar gratis a un encuentro tan trascendente para la palabra escrita.

Como un sábado de esos donde apenas si se puede pensar en comer, y no en libros.

Como un sábado al que las políticas macristas convirtieron en pobreza y subsistencia.

Era martes, pero parecía un sábado, dijo el señor de seguridad de la puerta y entre la pregunta y la respuesta una Feria del Libro, con muchos libros y muy pocos visitantes.

Quizá fue casualidad, la falta de gente ese día, o no -dudó. Pero en medio de su desazón por ver ese predio tan vacío, se alegró de sólo imaginar una Rural desbordante dos días después.

Sinceramente.