Nuevas generaciones de universitarios. Los ‘centennials’

Señala el autor que la nueva generación de estudiantes supone un reto para la educación superior, porque se trata en realidad de un cambio en la forma de estar en la universidad.

Por José Luján Alcaraz – 30 marzo, 2022

 


Los centennials o generacion Z 1 han llegado a la universidad. Veamos los datos y sus características principales.

Conforme a la estadística que ofrece el Sistema Integrado de Información Universitaria (SIIU) de la Secretaría General de Universidades, en el curso 2020/2021 en España se encontraban matriculados en las distintas universidades españolas un total de 1.679.518 estudiantes; de ellos, el 79.8 por 100 en una titulación de grado, un 14.8 por 100 de máster y un 5.4 por 100 en programas de doctorado.

Se trata del mayor volumen de estudiantes del último decenio. Si solo comparamos el dato con el  correspondiente para el curso 2016/2017, cinco años atrás, se observa un incremento del número de estudiantes matriculados del 7.3 por 100. Dicho aumento se aprecia tanto en grado, como en máster y doctorado, aunque es en estos dos últimos donde resulta más significativo, lo que muy probablemente habrá que explicar como manifestación de la integración de la oferta formativa en sus distintos niveles de grado, máster y doctorado, y, sobre todo, con una mayor propensión a continuar y ampliar la formación académica universitaria,  estrechamente relacionada con las oportunidades que ofrece un mercado de trabajo cambiante y muy exigente con los jóvenes.


Pese a la situación crítica en que la universidad fue puesta en los años de la Gran Recesión, los datos ponen de manifiesto que esa demanda sigue siendo todavía creciente


Aunque cualquier estimación de lo que esa cantidad representa sobre el conjunto de la población que podría estar cursando estudios universitarios es bastante difícil (no hay una edad que determine la inhabilitación para estudiar en la universidad y es muy habitual el caso de personas que se incorporan a ella incluso después de su jubilación laboral), puede intentarse una   aproximación tomando como referencia los grupos quinquenales de población de edad que elabora el INE2 y aceptando  convencionalmente que la franja de edad de un estudiante universitario tipo (y típicamente de grado) sería la comprendida entre los 18 y los 25 años. Estamos hablando, por tanto, de un grupo de unas 3.860.000 personas; algo más del doble de los 1.679.518 matriculados en las universidades españolas en el curso 2020-2021. No hace falta insistir en que estas cuentan con estudiantes de todas las franjas de edad, pero también es evidente que en su gran mayoría pertenecen a las cohortes indicadas.

Haciendo descender algo más el punto de mira, se puede observar el crecimiento en el grupo de estudiantes de entrada. Estos alcanzaron en el curso 2020-2021 un total de 358.457, algo más del 6.5 por 100 de los llegados cinco cursos atrás.

Hasta aquí, la primera conclusión es evidente. Pese a la situación crítica en que la universidad fue puesta en los años de la Gran Recesión y pese a que en el horizonte se avizoran algunas nubes sobre la futura demanda de estudios universitarios, los datos ponen de manifiesto que esa demanda sigue siendo todavía creciente.

En cuanto al perfil sociodemográfico de los estudiantes universitarios actuales, un primer acercamiento  muestra como tendencia muy consolidada la mayor presencia femenina en la gran mayoría de universidades, representado el 55.6% del total del estudiantado gracias a la mayor presencia femenina en los estudios de grado y de máster, siendo la de doctorado más similar. Esas diferencias se mantienen y acentúan para el egreso, teniendo las mujeres una mayor tasa de  rendimiento académico.

Una consideración sobre la nacionalidad del estudiantado universitario español permite apreciar que se consolida y ve reforzada la presencia de estudiantes de otras  nacionalidades en nuestros campus; sin embargo, no lo hace con la fortaleza que sería deseable, ni con un reparto homogéneo entre los distintos niveles. Tomando de nuevo como referencia el curso 2016/2017, cinco años atrás, la proporción de estos  estudiantes ha pasado de representar un 7.3 por 100 del total a un 9.4 por 100. Pero los estudiantes extranjeros solo representan un 6.0% en estudios de grado. La mayor presencia se da en los niveles de máster (21.3 por 100) y doctorado (27.5 por 100), por su mayor orientación a la investigación, la especialización, la internacionalización y, en definitiva, a la movilidad universitaria3.


Todos los estudios advierten de que disponer de un título de educación superior reduce la posibilidad de situarse en riesgo de pobreza


Respecto de las condiciones de vida de nuestros universitarios, hay que tener en cuenta las desigualdades en un país como España, cuyo índice de Gini se sitúa, en el 2020, en el 32.1 por 100, según la Encuesta de Condiciones de Vida que elabora el INE. La tasa de riesgo de pobreza en España se sitúa, también en 2020, en un 21 por 100, siendo algo superior en las mujeres. Y por edades es superior en los colectivos juveniles: entre los 16 y 29 años, es de un 22.7 por 100, y si contamos los menores de 18 años, asciende a un 27.4 por 100. Frente a ello, todos los  estudios advierten de que disponer de un título de educación superior reduce la posibilidad de situarse en riesgo de pobreza. La diferencia de estar en riesgo de pobreza con un nivel de educación superior, respecto a un nivel de educación secundaria inmediatamente anterior, es menor en casi diez puntos  porcentuales, aumentando la diferencia cuanto menor es el nivel educativo. Por tanto, las universidades siguen siendo instituciones que no solo forman ciudadanos, sino que mejoran sus condiciones de vida.

De ahí la importancia de facilitar el acceso a la universidad, independientemente del origen social. Sin embargo, esto sigue siendo todavía una aspiración: el Informe Juventud en España 2020 muestra cómo la proporción de población juvenil con estudios universitarios es mayor entre aquellos que proceden de un hogar cuyos progenitores son directivos o profesionales. Eso hace, además, que la búsqueda de ingresos mediante alguna actividad remunerada sea habitual. Según la Encuesta de inserción profesional de titulados del INE, sobre los universitarios del curso 2013-2014, un 28.2 por 100 de los menores de 30 años, trabajaban mientras estudiaban, en empleos que no suelen mantener una vez finalizada la carrera.

MÁS ALLÁ DE LOS DATOS

Además de la pérdida del peso relativo del colectivo juvenil en la población total, el Informe Juventud en España 20204 destaca el aumento de la diversidad de origen y los cambios en las estructuras familiares en las que se produce la  primera socialización, siendo más diversas en su configuración y de tamaño más reducido. Nos hallamos, por tanto, ante un segmento poblacional menos numeroso, aunque no obsta a su mayor presencia en las aulas universitarias. Y, sobre todo, nos encontramos ante un grupo de edad más diverso, tanto en sus características sociodemográficas como en su origen social.

Conocer con más detalle cómo son los estudiantes que están llegando a las universidades españolas en este comienzo de la segunda década del siglo XXI es mucho más complicado. Parece claro que la gran mayoría de los actuales  estudiantes  universitarios son nacidos en torno al año 2000, de modo que si se atiende a la clasificación por generaciones, puede convenirse que la universidad actual, la de comienzos de la segunda década del siglo XXI, está poblada mayoritariamente por lo que los estudiosos denominan centennials o «generación Z»5.

Analizar cualquier aspecto de la realidad social siempre resulta complejo por la dificultad de percibirla como un todo. Sin embargo, somos plenamente conscientes de su existencia y evolución por sus manifestaciones en las estructuras de funcionamiento y en las personas. Y en este sentido, hablar de generaciones implica asumir que trabajamos con una clasificación puramente convencional, pero que facilita una representación general de ciertos rasgos comunes entre grandes colectividades coetáneas6.

Es lo que ocurre con la generación de personas nacidas ya en ese mundo líquido que poco a poco va conformándose tras el cambio de milenio. Como es sabido, hacia el año 2000, autores como Zygmunt Bauman7 advertían ya de que el paradigma flexible del nuevo capitalismo estaba impactando en la formación de nuestro carácter y en el desarrollo de una sociedad individualista donde todo fluye sin certezas. Y es ese nuevo mundo el que debe albergar a una nueva generación que termina tomando identidad propia como resultado de los grandes cambios sociales, económicos, culturales y tecnológicos que de manera vertiginosa se han sucedido desde entonces. La llamada «Generación Z», que sigue a la denominada «Generación Y» o millennials, y que hoy llena masivamente nuestros campus universitarios8.

A los centennials se les atribuye un carácter práctico, autodidacta, multitarea, globalizado, comprometidos con su entorno social y natural, emprendedores. Pero si hay un aspecto que les identifica y singulariza de forma inequívoca es ser «nativos digitales»

Sin dejarse llevar por el evidente rastro mercadotécnico apreciable en este agregado generacional, no cabe duda de que las universidades se enfrentan a nuevos perfiles de estudiantado que deben conocer y, sobre todo, comprender. Es decir, no se trata solo de disponer de taxonomía del estudiante universitario de la segunda década del siglo XXI, sino principalmente de conocer sus expectativas y motivaciones, sus proyectos vitales o sus formas de entender las relaciones. De esta capacidad de comprensión deberá emanar una adecuada gestión de la «brecha generacional» que permita el conocimiento mutuo y el intercambio fluido de ideas y emociones entre el  profesorado (generacionalmente boomers o Generación X) y el estudiantado. Porque lo que no admite duda es que las diferencias  generacionales existen y se expresan en nuevas y  diferentes formas de pensar, de trabajar, en nuevas necesidades o en nuevos proyectos que desarrollar. Y este conjunto de  motivaciones e intenciones forma parte de la vida de cada  persona, de su cotidianeidad, y también, naturalmente, de la que se desarrolla en nuestros espacios universitarios.

Como rasgos positivos, a los centennials se les atribuye un carácter práctico, autodidacta, multitarea, globalizado, comprometidos con su entorno social y natural, emprendedores. Pero si hay un aspecto que les identifica y singulariza de forma inequívoca es ser «nativos digitales». Llegaron a un mundo globalizado e interconectado por medio de tecnologías de la informatización y la comunicación, un mundo que comenzaba a vislumbrar nuevas tecnologías disruptivas superadoras de los patrones analógicos. Y han crecido usando de forma cotidiana herramientas tecnológicas e incorporando de forma intuitiva una serie de capacidades y herramientas cognitivas relacionadas con la búsqueda de información, el trabajo en red o la cultura de la imagen. Como resultado de ello, se caracterizan, además, por su dominio de los medios de producción digital, que utilizan para aumentar su capacidad creativa. En definitiva, usan nuevos dispositivos tecnológicos, se comunican a través de diversas aplicaciones de comunicación y redes sociales y obtienen información de forma inmediata9.

Todos estos patrones están modificando de forma considerable cómo entienden la relación y el compromiso con sus proyectos académicos y profesionales; sobre todo porque, al mismo tiempo, la sensación de control sobre el mundo en derredor, consecuencia da su pericia en el uso de las tecnologías, les hace ser —o parecer— autodidactas, independientes, rebeldes y consumistas.

En todo caso, para las universidades está representando un reto este cambio en el perfil de su estudiantado real y potencial, porque se trata en realidad de un cambio en la forma de estar en la universidad. Hay quien señala incluso que esta generación recela de la educación superior por falta de pragmatismo y lejanía de las vanguardias tecnológicas10. Y también se ha destacado la falta de continuidad en el ciclo universitario; es decir, que cada vez con más frecuencia la estancia en la universidad implica cierta discontinuidad en la trayectoria académica, cambio de opciones,  situaciones relacionadas con el absentismo o simultaneidad con otras actividades vitales. En este sentido, se habla del «estudiante periférico», caracterizado por una gestión del esfuerzo de cada actividad, la externalización de las actividades de aprendizaje y la autonomía y autorregulación de los aprendizajes11.

Los centennials valoran más otros aspectos en orden a la satisfacción de sus aspiraciones vitales, lo que podríamos denominar el «salario emocional», como la flexibilidad horaria, la conciliación con la vida personal, un buen clima de trabajo o la presencia de determinados valores en la empresa

 Otro aspecto muy relevante que identifica al actual estudiante universitario es la forma con que define sus  proyectos  profesionales, muy diferente a generaciones previas. La rapidez con que se suceden los cambios y la inseguridad e  inestabilidad política, económica y social ofrecen un panorama de continua oportunidad y escaso compromiso. Nada es duradero, todo está en cambio y movimiento. Una vez asumido que el empleo ya no es para toda la vida, se impone el paradigma opuesto: la máxima movilidad laboral favorecida por una gran inestabilidad empresarial debida no solo a la velocidad con que se suceden los cambios tecnológicos y productivos, sino a la Gran Recesión y últimamente a la crisis sanitaria, social y económica provocada por la pandemia de la covid-19.

No puede extrañar, por tanto, que el compromiso con  la organización se haya convertido en uno de los aspectos más valorados por los empleadores de titulados universitarios, ya que este se ve mermado en la estructura de relaciones que establecen los centennials. No se da un compromiso verdadero con la  organización en la que trabajan. En parte, quizá como rechazo al incremento de la flexibilidad en la gestión de las relaciones  laborales y, sobre todo, a la cada vez menor estabilidad laboral; pero también porque los centennials valoran más otros aspectos en orden a la satisfacción de sus aspiraciones vitales, lo que podríamos denominar el «salario emocional», como la flexibilidad horaria, la conciliación con la vida personal, un buen clima de trabajo o la presencia de determinados valores en la empresa12. Aspiran a un trabajo motivador, y no tanto a desempeñar toda su vida laboral un mismo trabajo, puesto que sus objetivos profesionales van cambiando.

CONSIDERACIÓN FINAL

Para terminar estas breves líneas, conviene recordar que  la identificación y descripción social de cualquier perfil es un  modelo, un constructo que sirve de herramienta para analizar una parcela de la realidad, al modo «tipo ideal» weberiano, por lo que su aplicación a la misma para medir tales fenómenos dará tantos resultados como casuísticas caben en la misma. Con esto, se quiere advertir de que, en cualquier caso, en nuestras   universidades conviven perfiles muy diversos que se ajustarán a un perfil modelo en distintos grados. Y precisamente por ello, hemos de estar especialmente atentos a las implicaciones que los cambios sociales tienen sobre el modo en que hemos de hacer nuestro trabajo.

 Las universidades nos encontramos en una posición privilegiada como espectadores y como agentes promotores de un futuro que siempre resulta inminente. Somos capaces ya de teorizar sobre los efectos que la 4ª Revolución Industrial puede tener, las posibilidades y aplicaciones del desarrollo tecnológico o los retos que todo ello plantea en el ámbito de la formación universitaria. Pero no podemos mirar solo hacia delante, hay que ampliar la visión en un círculo de 360º sabiendo que, en el centro mismo de lo que es y será la universidad, se encuentran los y las estudiantes. Porque el objetivo es que la universidad siga siendo un espacio abierto, inclusivo y participativo, un foro de debate, discusión y propuesta. El centro de referencia de la generación y transmisión del conocimiento en libertad y democracia.

NOTAS

1 Esta generación seguiría a la denominada milennial conformada por las personas nacidas desde el comienzo de los años ochenta del pasado siglo XX hasta la mitad de la siguiente década. Antes de ella, se habla de Generación X para referirse a la formada por personas nacidas desde mediados de los años sesenta del siglo XX hasta comienzos de los ochenta. Los Baby Boomers serían los nacidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la mitad de los años sesenta. En fin, tras la Generación Z ya se anuncia la nueva Generación Alfa donde quedarían incluidos los nacidos a partir de 2015 aproximadamente.

2 Para 2020, esa estadística da un total de 2.360.667 en el grupo 20-24; 2.523.499 en el grupo 15-19 y 2.360.667 en el grupo 25-29.

3 Para obtener una comparativa de nuestro estudiantado en el contexto europeo puede consultarse el informe monográfico de CRUE Comparación Internacional del Sistema Universitario Español, elaborado por F. MICHAVILA, JORGE M. MARTÍNEZ Y RICHARD MERH, relativo a 2015.

4 Instituto de la Juventud (2021). Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030.

5 Véase Nota 1.

6 Sobre la teoría de las generaciones se ha escrito mucho y por ello no es preciso dejar aquí referencia bibliográfica. No obstante, como excepción, me permito recordar la aportación esencial de ORTEGA Y GASSET, básicamente en su En torno a Galileo (Obras completas, Revista de Occidente Vol. V, 1951). Y, sobre ella, MARIAS, J. El método histórico de las Generaciones, Revista de Occidente, Madrid, 1961.

7 BAUMAN, Z., Modernidad Líquida, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2000. Véase también SENNET, R., La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Anagrama, Barcelona, 2000.

8 La bibliografía al respecto es abundante. En todo caso cabe reseñar ZARRA, E.J., Generación Z, la generación con derechos: cómo educar para llegar a sus mentes y a sus corazones, Narcea, Madrid, 2019; VILANOVA, N. y ORTEGA, I., Generación Z, Plataforma Editorial, Barcelona, 2017; DOARDE, D., «Entorno digital y generación Z», Teoría de la educación, Vol. 33, núm. 2, 2021, págs. 27-47; MAGALLÓN ROSA, R., «El ADN de la Generación Z: entre la economía colaborativa y la economía disruptiva», Revista de Estudios de Juventud, núm. 114, 2016, págs. 29-44; LLAMAS, GARCÍA ÁLVAREZ y PÉREZ, «Generación Z: las claves de la construcción de una identidad», Investigación y marketing, núm. 142, 2019, págs. 18-25; MOURET, S., «Los auténticos nativos digitales: ¿estamos preparados para la Generación Z?, Revista de Estudios de Juventud, núm. 114, 2016, págs. 157-170.

9 ALCOCEBA HERNANDO, J. A., «Juventud, TICs y aprendizaje invisible. El desarrollo generacional de habilidades y talentos digitales», Revista de Estudios de Juventud, 117, 2017, págs. 21-35.

10 VILANOVA, N. y ORTEGA, I., Generación Z, passim.

11 TURULL, M. (Coord.), Manual de Docencia Universitaria, ICE (IDP-ICE)-Octaedro, Barcelona, 2020, págs. 59 y ss.

12 Universidad de Murcia, Informe Diálogo UMU-Empresa. Una oportunidad para el empleo universitario. COIE, Observatorio de empleo, 2019.