La Declaración Conjunta de Rusia y China del pasado 4 de febrero sentó los principios y las normas con las que se proponen superar el caos actual y organizar el Nuevo Orden Mundial.
Xi Jinping y Vladimir Putin se reunieron el viernes 4 en Beijing con el pretexto de inaugurar los Juegos Olímpicos de Invierno, pero en realidad para sacar la “Declaración conjunta de la Federación Rusa y la República Popular China sobre las relaciones internacionales en una nueva era y el desarrollo global sostenible” que sus equipos venían redactando desde hace meses. Por su alcance y trascendencia vale la pena analizarlo en detalle.
La introducción del texto caracteriza la transición del unilateralismo a la multipolaridad y los fenómenos concomitantes del cambio de un sistema mundial a otro, pero advierte lo siguiente: “Algunos actores que no representan más que una minoría en la escala internacional siguen defendiendo enfoques unilaterales para abordar las cuestiones internacionales y recurren a la fuerza (…).” Este primer párrafo termina con una convocatoria programática: “Las partes hacen un llamamiento a todos los Estados para que busquen el bienestar para todos y, con estos fines, construyan el diálogo y la confianza mutua, (…) defiendan valores humanos universales como la paz, el desarrollo, la igualdad, la justicia, la democracia y la libertad, respeten el derecho de los pueblos a determinar de forma independiente las vías de desarrollo de sus países (…), busquen una auténtica multipolaridad en la que las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad desempeñen un papel central y de coordinación, promuevan unas relaciones internacionales más democráticas y garanticen la paz, la estabilidad y el desarrollo sostenible en todo el mundo.” Esta convocatoria estructura todo el documento y organiza sus cuatro apartados:
⦁ I: “Las partes entienden que la democracia es un valor humano universal, más que un privilegio de un número limitado de Estados, y que su promoción y protección es una responsabilidad común de toda la comunidad mundial.
Las partes creen que la democracia es un medio de participación de los ciudadanos en el gobierno de su país con vistas a mejorar el bienestar de la población y aplicar el principio del gobierno popular.”
La democracia es el sistema de gobierno que todos los pueblos ambicionan, pero sus formas son múltiples y sólo cada pueblo tiene el derecho a decidir si la organización de su país expresa y defiende sus valores nacionales. Se trata de una formulación “sustantiva” del principio democrático, que juzga el sistema político más por sus contenidos (participación popular) y sus fines (alcanzar el bienestar para todos) que por sus formas.
⦁ II: “Las partes creen que la paz, el desarrollo y la cooperación son el núcleo del sistema internacional moderno. El desarrollo es un motor clave para garantizar la prosperidad de las naciones. La nueva pandemia de coronavirus en curso supone un serio desafío para el cumplimiento de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Es vital mejorar las relaciones de cooperación en aras del desarrollo mundial y asegurarse de que la nueva etapa de desarrollo mundial se defina por el equilibrio, la armonía y la inclusión”.
El desarrollo armónico de todo el mundo es la condición de posibilidad para que todas las naciones y pueblos puedan organizarse democráticamente.
⦁ III: “Las partes están seriamente preocupadas por los graves problemas de seguridad internacional y creen que los destinos de todas las naciones están interconectados. Ningún Estado puede o debe garantizar su propia seguridad al margen de la seguridad del resto del mundo ni a expensas de la seguridad de otros Estados. La comunidad internacional debe participar activamente en la gobernanza mundial para garantizar una seguridad universal, global, indivisible y duradera.” La democracia y el desarrollo necesitan un contexto seguro en el que estén libres de amenazas a la vida, al trabajo, al hábitat, a la salud, a la educación y donde cada ser humano y cada pueblo pueda alcanzar decentemente un bienestar modesto, pero esa seguridad, para ser tal, debe ser universal integral, sistémica e interdependiente.
E inmediatamente continúa, “Las partes reafirman su firme apoyo mutuo a la protección de sus intereses fundamentales, la soberanía estatal y la integridad territorial y se oponen a la injerencia de fuerzas externas en sus asuntos internos.” Por consiguiente, “La parte rusa reafirma su apoyo al principio de una sola China, confirma que Taiwán es una parte inalienable de China y se opone a cualquier forma de independencia de ésta”.
Del mismo modo, “Rusia y China se oponen a los intentos de fuerzas externas de socavar la seguridad y la estabilidad en las regiones adyacentes, (…) se oponen a las ‘revoluciones de colores’ y aumentarán la cooperación en los ámbitos mencionados.” Y, más generalmente, “Las partes se oponen a una nueva ampliación de la OTAN y hacen un llamamiento a la Alianza del Atlántico Norte para que abandone sus planteamientos ideologizados propios de la guerra fría, respete la soberanía, la seguridad y los intereses de otros países, la diversidad de sus antecedentes civilizatorios, culturales e históricos, y adopte una actitud justa y objetiva hacia el desarrollo pacífico de otros Estados”.
También en este apartado hay largas enumeraciones de las sucesivas denuncias por EE.UU. de los tratados de la época de la Guerra Fría para el control de armamentos, contra la proliferación nuclear y sobre la reducción de los arsenales de armas de alcance medio y largo y los riesgos que tal ruptura de la normativa internacional acarrea al orden mundial. Para los signatarios uno de los componentes centrales de la seguridad internacional es la seguridad jurídica. Pacta sunt servandi, decía la fórmula romana: los pactos están para ser respetados, un principio que las potencias occidentales olvidaron muchas veces.
⦁ IV: “Las partes subrayan que Rusia y China, como potencias mundiales y miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Nacion es Unidas, tienen la intención de adherirse firmemente a principios morales y de aceptar su responsabilidad, de defender firmemente el sistema internacional y el papel central de coordinación de las Naciones Unidas en los asuntos internacionales, de defender el orden mundial basado en el derecho internacional (…) y de construir conjuntamente relaciones internacionales de nuevo tipo”.
La referencia al rol central del sistema y la Organización de las Naciones Unidas alude a un principio metodológico central del Documento Conjunto: el Nuevo Orden Mundial se está construyendo al mismo tiempo dentro y fuera de las instituciones que gobernaron el viejo. Dentro del sistema, en la medida en que las mismas permitan el desarrollo del multilateralismo en pos de asegurar la paz, la democracia, la seguridad y el bienestar para toda la humanidad. Ambas potencias defienden la vigencia de este sistema, aunque reclaman que en ellas se introduzcan profundas reformas. Al mismo tiempo, promueven la creación de nuevas instituciones fuera del sistema de la ONU, para atender y resolver problemas específicos hasta ahora no previstos. De este modo, la transición se está produciendo pragmáticamente, combinando viejas y nuevas prácticas e instituciones, aunque todavía en medio de un gran desorden.
Entre los párrafos finales de la Declaración hay algunas valoraciones inusuales en documentos diplomáticos o políticos: “Las partes reafirman que las nuevas relaciones interestatales entre Rusia y China son superiores a las alianzas políticas y militares de la época de la Guerra Fría. La amistad entre los dos Estados no tiene límites.” Es decir, que ambas potencias han decidido establecer una «amistad que no conoce límites». «Amistad sin límites» es una fórmula cuidadosamente elegida, para que carezca de sentido para el público occidental, que lo verá sólo como «tópicos piadosos y vagos sin obligaciones vinculantes», pero estará muy claro para quienes proceden de la cultura rusa y china. Da al vínculo un sustento afectivo mucho más profundo que la mera relación política y económica.
La declaración conjunta tiene una enorme lógica interna y mucha sistematicidad: el rechazo al unilateralismo y la defensa del multilateralismo implican remplazar la fórmula norteamericana de “relaciones internacionales ajustadas a reglas”, que nadie define y cambian permanentemente, por el retorno al sistema de las Naciones Unidas como fundamento del orden internacional.
Obviamente ese sistema necesita profundas reformas, pero no se lo puede ni debe abandonar. Inmediatamente después la declaración define la democracia como el único sistema apto para la participación popular en el poder, pero le reconoce tantas formas como culturas hay en el mundo. El multilateralismo y la democracia requieren un entorno seguro, pero la seguridad sólo puede ser integral (política, militar, económica, social y cultural), sistemática e interdependiente.
Consecuentemente, ambas potencias reafirman la soberanía estatal y la intangibilidad de la unidad territorial, un capítulo muy caro para nosotros, los argentinos. Esta reivindicación incluye el principio de no intervención en los asuntos internos de otros estados. Son principios y valores que ambas potencias ya vienen implementando desde hace años mediante la Nueva Ruta de la Seda y la Franja y el Espacio Económico Euro-Asiático (EEEA) liderado por Rusia, pero que ahora adquieren fuerza normativa.
Para los países que, como el nuestro, se han incorporado a la Franja y la Ruta, pero siguen siendo dependientes de EE.UU., se plantea la pregunta de cómo realizar la transición entre el viejo y el nuevo mundo con el menor costo posible. No es casual la coincidencia temporal entre la adhesión argentina, la inauguración de los Juegos Olímpicos con la presencia de doce jefes de Estado y la presentación de la Declaración Conjunta. Por la vulnerabilidad que Argentina padece como producto de los gobiernos procoloniales desde 1955 y agravada en el período 2015-19, nuestro país –como otros de desarrollo medio – no tiene la fuerza como para sentarse a la mesa directiva del nuevo orden mundial, pero tiene el peso e influencia regional suficientes, como para motivar la yuxtaposición de acontecimientos tan relevantes. A través de Argentina Vladimir Putin y Xi Jinping abren a toda Nuestra América (como la llamó José Martí) la puerta del Nuevo Orden Mundial.
Si Argentina, México y Brasil se integran al proyecto, el continente los seguirá. Ya la presidencia argentina en CELAC puede servir para dar coherencia a las políticas regionales y comenzar a negociar con ambas potencias como un bloque. Este trabajo conjunto puede facilitar sinergias y sacar más provecho de la incorporación. Sin embargo, la coordinación de las tratativas con el bloque euroasiático requiere superar las estrategias integracionistas aplicadas desde la década de 1950, para que el continente confluya en principios básicos de su presencia internacional así como en las políticas monetaria, financiera y de seguridad.
La transición hacia el Nuevo Orden Mundial será conflictiva y traumática. Sólo aquellos países y movimientos que tengan claros sus valores, principios y objetivos podrán saltar de un bote al otro sin caerse al agua.
* Eduardo J. Vior es analista internacional.