Por los caminos de la Villa. Por Alberto Crocce

Uno de los pasillos del barrio/villa «Malaver-Villate» de Vicente López, en los 90.

Es muy duro para mí enterarme de los dichos, y sobre todo, “pensares”, de la Ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires. Pero mi intención no es hacer aquí una declaración de repudio -a las numerosas y diferentes que han circulado y a las  que por otra parte ya me sumé y adherí- sino reflexionar sobre esta manera de ver la vida y la educación, que es expresada por Soledad Acuña, en la cual, paradójicamente,  no está en “soledad” respecto de quienes piensan como ella.

1. Lo primero que deseo es compartir lo que muchxs de mis amigxs ya saben y conocen: viví -por opción- más de 20 años de mi vida joven en una villa del Gran Buenos Aires. Por tanto, tengo una mirada de esos “pasillos” bastante diferente a la que se capta cuando se toma contacto con tales declaraciones. (la foto es de uno de los que fueran los pasillos del barrio donde orgullosamente viví..)

No se trata de romantizar la pobreza. Pero tampoco de criminalizarla.

Los pasillos de una villa no son como se imaginan desde afuera. A quienes no vivieron esta realidad les cuesta bastante entenderla.

Sencillamente porque la “Villa” es una comunidad ampliada, con todas sus limitaciones, contradicciones y problemáticas. Pero también con todas sus bellezas y potencialidades. En los barrios de las clases medias, cada casa es un mundo y la vida “privada” ocurre en los límites de cada casa o departamento. En los barrios “cerrados” y en los countries, las calles interiores intentan ser un paraíso tranquilo envuelto en una burbuja de cercos electrificados y cámaras de seguridad. Todos están “tranquilamente vigilados”.

En las villas, uno “sale” de su casa en etapas. Hay una primera que es salir, pero no del todo. Es estar “en el barrio”, donde transcurre la vida. En “los pasillos”. Y hay otra segunda que es “salir” del barrio. Nadie se “viste diferente” para la primera etapa. Salir de la propia casa es una especie de “entrecasa” comunitaria… en esos pasillos y en esas calles, la vida privada todavía es común. Lxs niñxs son un poco hijos de todxs. Los adolescentes también.

En los pasillos -como en la vida- pasa de todo. Cosas hermosas y cosas repudiables. Pero es injustamente discriminador -y ni que hablar viniendo de una autoridad pública- hacer sentir a quienes circulan diariamente por esos pasillos, que tienen que cargar con el peso de la delincuencia o el narcotráfico. Me animo a afirmar que, más que un traspiés conceptual, hoy debe ser considerado como un delito de discriminación.  Además del riesgo que conlleva este tipo de pensamientos cuando circula por los medios y refuerza los preconceptos sociales.

 

2. La otra cuestión sobre la que quisiera llamar a la reflexión es la afirmación de que, quienes se desvincularon de la educación formal, “caen” casi automáticamente en el delito. Esta visión me parece, además de horrible, totalmente injusta.

Cuando comenzábamos a preocuparnos por la cuestión de la situación de lxs adolescentes que no podían continuar sosteniendo su vinculación con la escuela a causa de las consecuencias de la pandemia, decíamos que era imperioso “buscar” a estxs adolescentes en donde estaban.

En aquel momento escribía:

Para buscar a alguien, lo primero es saber dónde podemos encontrarlo.

Lxs pibes que buscamos,

  • están en las esquinas de los barrios. A veces “escabiando”, a veces fumándose algún porrito, charlando de sus cosas.
  • están en las canchitas de sus comunidades, jugando algún fulbito.
  • están en sus casas mirando y chateando con sus celulares, o cercanos a algún lugar en donde pueden conseguir internet libre.
  • están trabajando, sobre todo en actividades de la economía popular e informal de muchos tipos. En las zonas rurales, siendo recolectores de diferentes cosechas.
  • reparten volantes en las esquinas de nuestras ciudades o pueblos
  • reparten pizzas o alimentos con sus motos o bicicletas.
  • cuidan a sus hermanos menores -sobre todo “las pibas”- en su casas, cuando sus mamás salen a trabajar. 
  • ayudan en algún emprendimiento doméstico (haciendo empanadas, amasando pan, etc.)
  • reciclan basura y empujan sus carros o changuitos como recuperadores urbanos.
  • participan de algunos proyectos comunitarios que llevan adelante algunas organizaciones sociales.
  • participan en actividades solidarias en sus comunidades (colaboran en las ollas populares, o merenderos, arreglan alguna plaza, hacen alguna actividad con las y los niños más pequeños)
  • van a los templos en los barrios, a cantar o a rezar.
  • están en sus casas, a veces “encerrados”, con miedo de salir al mundo que los expulsó, invisibilizados y paralizados.
  • están preparándose “para salir” a divertirse con los amigos de su barrio. 
  • están en las “ranchadas” que se forman cuando sus familias – o ellos solos – viven en las calles. 
  • integran grupos o colectivos culturales que les dan identidad y pertenencia (murgas, circos, bandas musicales, grupos de danzas, rap y hip hop… )
  • están en los centros, institutos u hogares sustitutos en los que viven quienes “están en conflicto con la ley” o bajo guarda judicial. 
  • hacen malabares o limpian los cristales de los autos en los semáforos.
  • son víctimas de redes de trata, más o menos organizadas.
  • ven pasar el tiempo sin saber muy bien qué hacer.
  • …..

Aquellos a quienes queremos buscar para volver a la escuela, pudieran sentirse identificados con alguna o varias de las descripciones anteriores, aunque es necesario advertir, que, también muchas y muchas de quienes son estudiantes actualmente podrían también compartir varias de estas caracterizaciones ya que no son excluyentes de los que no están en las escuelas. 

También es importante reconocer que hay grados de intensidad y gravedad en las descripciones anteriores. Algunas de ellas significan situaciones en las que la seguridad y la vida personal están en alta exposición a grandes riesgos y daños.”

En aquellos momentos, mi intención era hacer tomar conciencia de que debíamos “visibilizar” a los invisibilizados.

Lxs pibes de los que hablamos, antes que victimarios, son víctimas. Desde hace años, algunos compañerxs comenzaron a escribir un lema que luego se extendió por muchos lados: “No somos peligrosos, estamos en peligro”.

Y hoy lo creo mucho más contundentemente.  Pensar que un pibe que dejó la escuela ha caído en la delincuencia es entender muy poco de lo que pasa con estos adolescentes. Claro que puede haber alguno que lo haga, como también los hay entre los que están en las escuelas, independientemente de la clase social a la que pertenecen. (Porque el tráfico de drogas en los ambientes escolares es bastante transversal a los sectores sociales, muy lamentablemente. Y no solo de estudiantes, también entre los docentes. Y allí tenemos mucho que hacer, sin dudas.)
Pero son muchxs -muchísimxs más- los que no van a la escuela y, sin embargo, están haciendo cosas positivas, colaborando con sus familias a sobrevivir en medio de la crisis. Muchos están siendo apoyados y acompañados por organizaciones y movimientos sociales, religiosos, barriales… de distinto tipo.

 

3. Y aquí viene la tercera cuestión sobre la que quisiera llamar la atención. Quienes tenemos responsabilidades públicas de diseñar, conducir e implementar políticas públicas, sobre todo educativas, no podemos claudicar cuando nos encontramos frente a los problemas. Debemos intentar dar respuestas -aún a costa de equivocarnos- buscando solucionar los problemas y poniendo el cuerpo para ello.

En una jurisdicción cuyo gobierno está a cargo del mismo partido político desde 2007, o sea que se gobierna desde hace 14 años, lxs pibes de los que se habla nunca conocieron otro gobierno que el que tienen ahora. Es muy inútil e injusto tratar de tirar “la pelota afuera”, echándole la culpa a los demás de lo que se está viviendo.

Por otra parte, sabemos que a la infinita mayoría de estxs pibes se los puede recuperar con políticas adecuadas y una inversión real y comprometida.

Apoyando el trabajo sostenido y asociado con las organizaciones que trabajan en los barrios y con los docentes que le ponen en el cuerpo a esta causa, que -si bien no son todos- son bastante más que los que se cree y muchos más que los que se apoyan para que lo puedan hacer efectivamente.

En todo caso, como funcionarios, no podemos ver “las villas” como el lugar en donde depositamos a los jóvenes que consideramos “perdidos”, mientras construimos una sociedad idílica adornada con maceteros y luces de colores,  llenas de emprendedores que fabrican cerveza artesanal…

La trágica muerte de Lucas González mostró la crueldad más absoluta de esta manera de pensar: un grupo de policías asesinó a un joven que venía de entrenar en una canchita de un club barrial, porque, saliendo de la villa, era portador de un rostro y de una historia de peligro que no merecía más que dos balas en la cabeza.

No son situaciones desconectadas. Hoy, con este mensaje tan lamentable, muchxs adolescentes de nuestras villas recibieron otras “balas” hechas palabras que atraviesan sus corazones y los hunden más en un destino cruel e injusto.

4. Se están haciendo muchas cosas, tanto a nivel nacional como en las diferentes provincias. Destaco el nuevo Programa Progresar para adolescentes de 16 y 17 años -justamente estos adolescentes- y también el Plan FINES que llega a estas mismas comunidades.
Pero tenemos que ir aún más a fondo. Trabajando todxs juntxs en esta causa, como no me canso de decir, escribir y animar, por todos los lados y en todos los espacios por los que puedo hacerlo.

Y, mientras vamos a buscar a estxs pibes, unx por unx, tenemos que transformar la escuela secundaria para que dé mejores respuestas estas problemáticas en los sectores en donde la pobreza pega más duro y hace más difícil proyectarse al futuro.

Junto con las familias, las cooperadoras escolares, los sindicatos docentes, los centros de estudiantes, las miles de organizaciones barriales y sociales, los movimientos… todxs, tenemos que demostrarnos que es posible una sociedad más justa porque cada unx es importante y todxs estamos dentro.