Pasaron 36 años de la desaparición física del autor de El llano en llamas y Pedro Páramo, los libros que lo convirtieron en uno de los escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX. Por Belén Canonico
Se consideraba más lector que escritor. Quizás por esa apreciación, Juan Rulfo solo escribió tres obras a lo largo de su vida, aunque solo dos fueron las que trascendieron y se convirtieron en bibliografía esencial de la literatura latinoamericana.
Nació en una familia acomodada de Acapulco el 16 de mayo de 1917 como Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno y durante su niñez sufrió varios golpes que cambiaron el rumbo de su vida. Cuando tenía seis años su padre fue asesinado en la Guerra Cristera y cuatro años más tarde murió su mamá.
Luego de quedar al cuidado de un tío y de su abuela, Rulfo fue enviado a un orfanato de Guadalajara en el que no formó buenos recuerdos. “Era terrible la disciplina. El sistema era carcelario”, señaló en una entrevista y aseguró que la soledad que vivió allí le generó una depresión que nunca pudo remontar.
Sin embargo, en esa cárcel el escritor encontró la manera de abstraerse a través de la lectura y así encontrar una forma amena de transitar una etapa oscura de su vida.
En 1934, luego de tomar clases como oyente en el Colegio de San Ildefonso, en la Ciudad de México, inició sus primeros trabajos literarios y a colaborar en la revista América. Y su interés por la literatura, la geografía, la filosofía y la antropología, entre otras cosas, lo hicieron seguir formándose en la Facultad de Filosofía y Letras de México.
Más allá de sus conocimientos, gustos y su talento, Rulfo no consideraba a la escritura como su profesión. En 1937 entró a trabajar como clasificador del Archivo para la Secretaría de Gobernación, un puesto que le permitió viajar por algunas regiones de su país y a su vez le daba tiempo suficiente como para escribir cuentos que fueron publicados en revistas literarias.
Ya en 1941 comenzó a trabajar como agente de migración en Guadalajara y cinco años más tarde se abocó a la fotografía, una disciplina en la que se destacó. Su currículum vitae siguió completándose con su paso por la compañía Goodrich-Euzkadi, en la que se desempeñó como capataz y agente viajero. Y su labor como colaborador de la Comisión del Papaloapan y editor en el Instituto Nacional Indigenista en la Ciudad de México.
En 1953 publicó El llano en llamas, una libro de cuentos en el que recopiló algunos que había publicado en revistas y otros inéditos. Las historias se caracterizan por ser crudas, por retratar las injusticias del mundo, con lenguaje popular y la narración en la voz de los personajes, en su mayoría. También se basan en hechos del pasado como la Revolución Mexicana, que marcó a fuego la vida del autor.
Dos años más tarde presentó su primera novela, Pedro Páramo, que muchos señalan como la precursora del boom sudamericano del realismo mágico del que formó parte años más tarde Gabriel García Márquez. Como todo lo novedoso, al principio la forma en la que Rulfo encaró la escritura, ya que lo que ocurre en el pueblo de Comala no se desarrolla de forma lineal. Pero el paso del tiempo, hizo que ganara el reconocimiento de lectores y pares –Jorge Luis Borges declaró que Pedro Páramo fue “una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”-, a tal punto que se convirtió en un clásico de la literatura mundial y al igual que El llano en llamas fue traducido a infinidad de idiomas. “Nunca me imaginé el destino de esos libros. Los hice para que los leyeran dos o tres amigos o, más bien, por necesidad”, reveló el autor.
Con dos grandes muestras de su talento, Rulfo recién volvió a publicar su segunda novela, El gallo de oro, en 1980 a pesar de que la había escrito muchos años antes, por la que también recibió buenas críticas, pero no tuvo tanto impacto como sus libros anteriores. Y con eso, le bastó para ganarse un lugar destacado dentro de la literatura universal.
Para él, la clave eran la imaginación y la invención. “La literatura testimonio es menos valiosa que la literatura que transforma la realidad. La realidad tiene sus límites… Entonces hay que apoyarla con la imaginación. En el momento en que viene la imaginación o la intuición, entonces transforma la realidad. La realidad es muy limitada. (…) la literatura no puede actuar ni puede modificar nada. Pueden la sociología, la antropología, la economía; pueden hacer algo por transformar las realidades. Pero la literatura… El escritor no puede lograr hacer nada. La literatura es ficción, y si deja de ser ficción, deja de ser literatura”, le dijo a Martín Caparrós en una entrevista que fue publicada en The New York Times.
Continuó su carrera ligada al arte, trabajando como adaptador y guionista de cine. Recibió premios de todo tipo, a pesar de que no buscaba ese tipo de reconocimiento y prefería pasar desapercibido. Murió el 7 de enero de 1986 por un cáncer de pulmón, pero las historias que creó lo habían vuelto inmortal muchos años antes.