Papa Francisco y la unidad, en la Plaza de la democracia y los derechos humanos. Por Marcelo Cabeza.

Ni todo cielo ni todo infierno, navegamos en la imperfección, como dijo el Pepe Mujica. Si sabrá él que no se puede todo lo que se quiere, que volvió de las mazmorras más sangrientas para tomar las armas del amor convertido en organización popular en la imperfecta pero posible democracia. Cristina también habló de errores y equivocaciones.


Qué actitud más noble que el reconocimiento de los límites siendo que, además, como diría Serrat, “lo que no tiene es remedio”: nadie tiene comprado el podio de los triunfadores para siempre, ni tendrá su lugar en la historia grande sin pasar por diversos calvarios y Cristina vaya si los tuvo. Lula también padeció el poder real en carne propia, no solo por la persecución y la prisión injusta, sino por las dificultades primero para llegar a la presidencia tras décadas de intentos y luego para gobernar contra los poderes del privilegio. Alberto tampoco fue mucho más favorecido por el aliento de los dioses, solo que tal vez su karma fue su propio destierro, al bajarse en su momento de los mejores doce años vividos en esta democracia.

Había tenido el lujo de participar del primer quiebre del poderoso brazo oligárquico, que manipuló desde medios y “mercados” a las democracias jaqueadas, hasta que llegó Néstor. Fue dura la experiencia de comprobar que no hay logros grandes sin tropiezos, y que hay que aguantar los cimbronazos, para no caerse del potro indómito de la mejor política.

Tras la trama de las luchas de Nuestra América que vemos representadas en las figuras de Lula, Cristina, Alberto y Pepe Mujica en la celebración del 10 de diciembre, aparece una visión del Papa Francisco que tanto habló de nuestra identidad latinoamericana, consolidando un magisterio que se desliza en su prédica y sus claves hermenéuticas, sus enseñanzas que parecen encajar perfectamente en este cuadro. Veamos qué ha dicho:

Que El tiempo es superior al espacio: entonces, más que las batallas, importa la guerra que es cruel y prolongada, que la historia se desenvuelve en una temporalidad que no coincide con las miradas cortas de los humanos que somos, muchas veces detenidos en pujas estériles por “espacios”, al fin y al cabo devenimos en el tiempo siendo humanos que venimos del barro y siempre somos acicateados por él.

Que La unidad prevalece sobre el conflicto, componente éste inevitable porque la vida es lucha y no se lo puede evitar -dijo cierto General-pero existe una magia para encarar la pelea con mejor suerte, que es permanecer unidos procesando las divergencias en la Patria Grande y en lo doméstico, y esto siempre obliga a crear y mantener instrumentos que hagan posible construir la fuerza de esa unión, que es la gran herramienta.

Que La realidad es más importante que la idea, ya que nuestras grandes banderas, sostenerlas, realizarlas es lo difícil, porque frente a las buenas intenciones y los nobles compromisos éticos, está la realidad de los poderes cuyo eje principal ideológico superior es uno solo y concentrado: poder, poder y más poder es lo que se plantean las corporaciones que gobiernan al mundo y reinan en  nuestra Argentina y en la región, y no precisamente para garantizar el bien común; con la sola idea no se vence, con tener razón no basta, dejar de ser presa de los diversos neocolonialismos como la guerra judicial o la manipulación mediática requiere de todas las inteligencias y voluntades personales sintonizadas con el centro mismo del corazón del pueblo, que tiene que tener instrumentos de participación que construyan y consoliden su poder, junto a las dirigencias que deben facilitar esa organización del poder popular.

Finalmente, como El todo es superior a las partes y a su sumatoria, ergo importa la construcción colectiva y no han de tener lugar las mezquindades para realizar los sueños en una visión poliédrica, una espacialidad multifacética en la que no sobra nadie, porque todos tienen algo para aportar en esa formidable obra mayúscula que es una comunidad organizada, se trate de cada nación o conjunto de naciones asociadas en un destino común.

Estos principios que brinda el Papa en su exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio), de 2013, recogen siglos de saberes ancestrales que bien pueden ser tomados como fórmulas para no fallar y si se los mira bien, se verá que nuestras mejores horas históricas como pueblo y nación, argentina y latinoamericana, tienen que ver con haber caminado por esos senderos de sabiduría.

Ojalá esta plaza del reencuentro de compañeros, amigos y organizaciones, de sueños y frustraciones compartidos, de una masa militante que representa los mejores anhelos populares que están intactos, sirva para encontrar nuevamente las vías para el triunfo que, más que electoral, es de supervivencia organizada de un pueblo que cuide a sus criaturas más vulnerables y realice la felicidad de todas y de todos. Que para eso se hizo el Frente.