Mientras los países ricos acopian vacunas y sus gobernantes intentan vencer la resistencia de sus poblaciones a la inoculación, en los países pobres, donde la vida no cotiza en bolsa, el virus muta y vuelve con más fuerza como burla macabra a un sistema en el que la onda acústica que precede el temblor es ignorada consciente y temerariamente.

La pandemia como metáfora o como analogía de un sistema global en crisis hace demasiado tiempo. Un argentino sentencia: “Nadie se salva solo” y su voz se apaga en la soledad de la revelación más real y contundente que signa una época en la que la verdad es un bien devaluado.

El sistema cruje, el paradigma que rige el orden mundial está muriendo y esta tierra, de grandes talentos y movimientos políticos que supieron ser vanguardia en la lucha de los pueblos por la justicia social, se ve envuelta en la mediocridad de la inercia de las viejas recetas a problemas inéditos, maquillada con discursos innovadores que tienen la trascendencia justa para diluirse cuándo se apagan los micrófonos. La Argentina no está aislada del mundo, sigue como buena alumna el camino señalado por el poder fáctico a los países periféricos con historias de rebeldías plausibles de ser sancionadas de manera ejemplificadora. Nada nuevo bajo el sol del sur.

En este contexto, en que la única certeza es que no hay certezas, la acción política y la toma de decisiones requieren de una profunda responsabilidad colectiva. Desde los roles establecidos, cada individuo debería soslayar de cuajo la vanidad y la soberbia para lograr establecer un mecanismo de escucha y debate honesto en el que surjan respuestas adecuadas a los problemas reales de una ciudadanía agobiada, descreída e indiferente a las proclamas sepias.

La disociación entre la ciudadanía y la dirigencia con incidencia en las decisiones públicas (sin importar el sector partidario al que represente) marcan el ritmo. La voz de un pueblo despojado de su aspiración de trascendencia, convertido en una masa de consumidores con mayor o menor frustración en la satisfacción del aquí y ahora, se expresa en las urnas.

La lectura de la decisión popular debería exceder la coyuntura y el espacio geográfico y situarnos en la comprensión cabal que asistimos a un tiempo histórico agotado.  Los cambios de paradigma no se advierten en tiempo real por las mayorías, pero es responsabilidad inherente a quienes han elegido el camino de la acción política como eje rector de sus vidas.

En un tiempo de incertidumbres subyacentes al fin de los tiempos históricos, la búsqueda de respuestas requiere del compromiso colectivo y de la convicción honesta de que la trascendencia y la construcción de caminos alternativos para salir de la trampa de crisis, oportunamente prefabricadas por el poder real, excede ampliamente la mezquindad del objetivo de posicionamiento personal.

Quienes abrazamos al peronismo como marco filosófico y doctrinario somos conscientes de que “No hay recetas para conducir pueblos, ni hay libros que aconsejen cuáles son los procedimientos para conducirlos. Los pueblos se conducen vívidamente y los movimientos políticos se manejan conforme al momento, al lugar y a la capacidad de quienes ponen la acción para manejarlos”. Es tiempo, entonces, de volver a observar al pueblo, escuchar sus demandas, entendiendo que el momento en que debe manejarse nuestro movimiento está enmarcado en un final de paradigma mundial.

La incapacidad de comprensión cabal de la hora conlleva indefectiblemente al fracaso, en términos de los objetivos que garanticen la justicia social como meta de acción política.

Daniela Bambill – La Señal Medios

Por Daniela Bambill