El Frente de Todos tiene ahora, después de su repunte, que tomar aquellas decisiones que lo pongan a la altura del movimiento argentino, el único capaz de transformar la dolorosa situación del país.
En las elecciones se suele emplear la clásica terminología binaria: el oficialismo representado por el Frente de Todos y la oposición Juntos por el Cambio, dos fuerzas políticas mayoritarias que se mantienen en pugna.
Pero una lectura, a mi juicio más pertinente, exige desbordar los términos oficialismo-oposición. En realidad el poder está directamente encarnado (no representado) por Juntos por el Cambio, una hibridación típica de las derechas ultraderechizadas que combina una multiplicidad de ingredientes a condición de que la significación política de los mismos sea cero, salvo su rechazo patológico hacia el kirchnerismo. Juntos por el Cambio en sus enunciados es reconocible en aquellas formaciones de asalto a la democracia, presentes en otras latitudes: una melange de autoayuda, apelaciones a la libertad de no se sabe qué, lucha contra un mal intangible y la denuncia de un Estado corrupto. Este es su santo y seña, con tan poco, con casi nada tienen todo. Actualmente la mayor demostración de poder es demostrar que se captura a las almas aún diciéndoles la verdad de todo lo horrible que están dispuestos a hacer con ellas. Justificar está realidad por el «voto bronca» o por las debilidades de quienes gobiernan es insuficiente. La eficacia de las derechas ultraderechizadas se fue preparando para cuando el Neoliberalismo se encontrara con su crisis de representación y estamos en ese momento histórico.
El Frente de Todos, a pesar de estar en el gobierno no es un Poder, en todo caso es un contrapoder con una realidad institucional y orgánica insuficiente y un gran potencial de tramas militantes y populares. Bastaba con verlo en el Bunker, sus consignas apelan permanentemente a una épica histórica, el combustible kirchnerista hace aflorar una memoria de lucha y de tiempos que vendrán por la Emancipación. En este aspecto vive en otro universo que Juntos por el Cambio, vive en un mundo donde hubo dictaduras, fusilados, desaparecidos que algún día retornarán a través de sus banderas de lucha. Hay una continuidad histórica argentina en el Frente de Todos.
Es exactamente todo lo que Juntos por el Cambio debió rechazar para su propia constitución como fuerza del Poder. Por ello es un formación «nopolítica» estructuralmente negacionista.
En este horizonte no hay oficialismo y oposición más que en un plano formal. En el interior de la estructura social argentina hay un poder de Juntos y una contra hegemonía del Frente.
El puente no está solamente roto, ni siquiera existe entre universos incompatibles de raíz. Pero sin embargo el Frente, por responsabilidad de gobierno no tiene más remedio que proponerlo, del mismo modo que lo tiene que hacer con el Fondo. Para construir un gobierno hay que hacer que se intenta dialogar con un poder que no dialogará nunca. Es la condición dramática de esta situación. No tener poder pero si estar afectado por la responsabilidad de Estado.
El Frente de Todos, la difícil y compleja incardinacion entre una maquinaria electoral y un movimiento histórico tiene ahora, después de su repunte el 14N, que tomar aquellas decisiones que lo pongan a la altura del movimiento argentino, el unico capaz de transformar la dolorosa situación del país. No para arrebatarle votos a la derecha, cosa que en principio no está garantizada, sino para preservar lo más valioso: su legado histórico.
(*) Jorge Alemán es psicoanalista y escritor.
Pagina12