La representación del sector pyme se encuentra frente a una encrucijada. Avanza hacia una modernización definitiva de su estructura y sus métodos o continúa su derrotero de magro protagonismo en la agenda pública, a la zaga de las expresiones de la concentración, el monopolio y el negocio financiero.
Existen señales que permiten augurar una resolución virtuosa de esa disyuntiva.
En primer lugar, la progresiva superación de la falacia impuesta por el conservadurismo acerca de la supuesta contradicción de Intereses entre empresarios y trabajadores. Es el segmento pyme el que ofrece y renueva la oferta de la mayor parte del empleo y es el empresario pyme el que desempeña su tarea diaria en sincronía con la del trabajador.
La alianza conformada por el capital nacional gestionando el agregado de valor y por los trabajadores explica los períodos históricos de la evolución de la generación de la riqueza argentina. La confrontación entre ambos factores fue el presupuesto forzado que, como caldo de cultivo envenenado, derivó en los cíclicos quebrantos de la economía.
En segundo término, la recuperación de la estima por la manufactura argentina, por la inversión productiva y por los desarrollos científicos y tecnológicos locales.
A pesar de las pulsiones reprimarizantes que la derecha política enarbola con más ruido que sensatez, la vocación industrialista predomina. Aquella publicidad de la silla rota, exégesis del objetivo final de la última dictadura, hoy provoca rechazo ético y vergüenza ajena.
Tercero: la asunción, por parte de la dirigencia pyme, de una creciente conciencia política y de la consecuente necesidad de identificarse ideológicamente con los modelos y propuestas de sociedad que la contenga y escuche.
El empresario nacional interactúa cada vez más con su entorno social y ambiental: no le es indiferente si en su rededor hay miseria o si hay prosperidad. El mito de la independencia de las entidades gremiales empresarias respecto de los partidos políticos es sólo eso: un mito. ¿Acaso las entidades que reúnen a las grandes compañías ocultan sus preferencias electorales?
En cuarto lugar, se verifica un sostenido ejercicio de confluencia de acciones gremiales entre las diferentes organizaciones. Esa cooperación marca una decidida tendencia hacia la unidad de representación en diversidad de intereses. Esta idea no es caprichosa; tiene su anclaje en la experiencia. Un recorrido de la historia de la CGE facilita esta comprensión.(*)
En conclusión: la unidad del sector pyme deviene, paradójicamente y en simultáneo, en causa y efecto de los primeros tres aspectos citados.
Sin esa condición, su destino seguirá siendo accesorio al que defina y concrete la autoridad política con el concurso de los otros actores de la escena económica.
Sin embrago, existe una contracara en este análisis, que corre por cuenta del gobierno.
Es cierto que la representación pyme se debe una reestructuración en el marco de unidad que comentábamos renglones arriba, que la ubique en situación de ser convocada para la elaboración de medidas de corto y largo plazo.
Pero también es cierto que una expresión pyme integral, plural, horizontal y verticalmente organizada, con presencia territorial netamente federal, industrialista y productivista es imprescindible para la gobernanza.
Entonces, la unidad pyme no será meramente una cuestión institucional ordenadora de la actividad gremial.
El fortalecimiento de la comunidad organizada requiere de esa unidad en diversidad del sector pyme, fundamentalmente, como herramienta de la gestión política. Y esto es, claro está, materia de decisión gubernamental.
David Selser
Ingeniero agrónomo y abogado.
Secretario de la CGP (Confederación General de la Producción de la República Argentina)
(*) En su libro «José Ber Gelbard, la Patria desde el Boliche» (Ediciones UNGS, Buenos Aires, 2019), Julián Blejmar lo describe con detalle y profundidad